La Vanguardia

Artur Ramon

GALERISTA Y ANTICUARIO

- JOSEP PLAYÀ MASET Barcelona

Artur Ramon acaba de publicar el libro Falsas sirenas son, que constituye una guía personal y secreta de la representa­ción del erotismo en las artes visuales. Es un ensayo entre artístico e histórico, con apuntes personales.

LA DOBLE VIDA DEL ARTISTA Velázquez tuvo una hija con la modelo Olympia, que inspiró la ‘Venus del espejo’

Caravaggio recibió en 1598 un encargo del cardenal del Monte para pintar a santa Catalina, mártir del siglo IV por mantenerse virgen. Y para este cuadro el artista escogió como modelo a Fillide Melandroni, una prostituta de 17 años a quien había conocido en la noche romana. La llevó al palacio episcopal y la vistió como una santa aristócrat­a que posa en actitud de éxtasis místico. Unos años después Caravaggio se verá envuelto en una riña con Tomassoni, proxeneta de su modelo-amante, al que mata, y esto le obliga a huir a Nápoles. Fillide murió de sifilis en 1618.

Esta intrahisto­ria del cuadro de Caravaggio es una de las muchas que Artur Ramon ha reunido en su libro Falsas sirenas son (editorial Elba). El autor realiza una incursión en el erotismo de las artes visuales con una guía muy personal, estructura­da a través de 25 relatos en torno a obras que le han fascinado.

En el caso del Caravaggio, el autor no sólo explica la particular historia de violencia y amor entre el pintor y la modelo, sino que analiza la propia pintura y se fija en los ojos de la protagonis­ta que se clavan en el espectador. Y nos dice que le recuerda la imagen de Claudia Cardinale en las escenas finales de la película Ocho y medio de Fellini. Esta combinació­n entre ensayo y relato personal llega a mezclar realidad y ficción, ampliando el punto del vista del voyeur

con algunas confidenci­as picaras. Así, tras decir que se siente “profundame­nte enamorado” de esta santa Catalina, apunta que “como quien tiene una amante a la que ve a horas robadas, cuando paso por Madrid intento no irme sin visitarla”.

Artur Ramon, anticuario, coleccioni­sta, galerista, vuelve a la letra impresa para descubrirn­os una serie de obras pictóricas, fotográfic­as y cinematogr­áficas que no nos dejan indiferent­es. Ya en el prólogo advierte que “el erotismo se expresa mejor en la literatura

que en el arte” y que en la pintura “el espectador sólo puede ser mirón”, pero aun así nos regala una serie de relatos que aspiran a formar parte de esa biblioteca sobre el eros donde se sitúan Edward Lucie-Smith, Kenneth Clark y Erika Bornay, hasta los más cercanos Rafael Argullol (Una educación sensorial. Historia personal del desnudo femenino en la pintura) y Octavio Paz (La llama doble). Aunque Artur Ramon confiesa que su gran maestro es Gustave Flaubert y por algo abre el libro con esa cita: “Hay pocas mujeres a las que no haya desnudado hasta los talones, al menos en mi cabeza. He trabajado la carne a lo artista, y la conozco. Me encargo de escribir libros capaces de poner en celo a los más fríos”.

El libro toma prestado el título de un verso de Nicolás Fernández de Moratín del Arte de las putas, que escribió en 1770 pero no pudo publicarse hasta un siglo después. “Falsas sirenas son” sirvió de

arranque del libro, tanto como la lectura de El profesor y la sirena y

otros relatos, de Giuseppe Tomasi Di Lampedusa, un cuento en el que un viejo profesor explica como se mantuvo casto toda su vida tras saborear en su juventud el amor de una sirena. Una excusa pues para empezar a picotear entre “todas las mujeres bellas que he visto en la pintura”, empezando por la ninfa que duerme en una esquina de La bacanal de los andrios, de Tiziano. Y concluyend­o con una fotografía de la actriz Ann Blyth, de 20 años, disfrazada de sirena en brazos del actor George Glenn Strange, convertido en Frankenste­in, que –¡oh, casualidad!– tenía 49 años, la misma que el autor del libro.

Este particular recorrido cronológic­o por el erotismo artístico, sin voluntad de canon, empieza por las figuras bíblicas de Eva y Lilith, como primeras femmes fatales.

En esa selección aparecen dos inquietant­es imágenes, la de la actriz Raquel Weiz en la portada de

Esquire (2004) y la pintura de John Collier (1892), ambas sobre Lilith, donde aparece desnuda, con una serpiente enroscada al cuerpo que le tapa sus partes íntimas.

Otras tres mujeres de la Biblia

aparecen en ese top ten de la seducción: María Magdalena, en las versiones de Georges de Latour y Caravaggio; Dalila arrancando la cabellera y la fuerza a David, en las interpreta­ciones de Solomon Joseph Solomon, Max Liebermann y Pascal Blanchard, y Susana (la mujer que aparece en el libro de Daniel y cuya belleza desnuda es espiada por dos viejos), en versiones como las de Artemisia Gentillesc­hi y Thomas Hart Benton. El autor intuye también a la figura de Susana en la conocida imagen que fue cartel de la película La juventud, de Paolo Sorrentino, donde se ve a dos amigos (Michael Caine y Harvey Keitel) que charlan en una piscina de balneario cuando de pronto se quedan paralizado­s por la aparición del cuerpo desnudo de una joven. Artur Ramon nos añade que “el director no les dijo nada a los actores para no romper el efecto sorpresa” (últimament­e descubrimo­s que en temas de sexo, los directores parece que no confían en la capacidad de simulación de los actores).

En ese recorrido sensorial no podía faltar la Venus del Pardo, de Tiziano, que en un primer plano presenta a una mujer desnuda, tumbada junto a un sátiro que levanta el velo para observar su belleza. De esa obra se dice que cuando en 1606 se quemó el palacio Real de El Pardo, donde estaba, Felipe IV comentó: “Si se ha salvado el Tiziano, lo demás poco importa”. También aparece la Venus del espejo, de Velázquez, “el único desnudo de su producción y el primero de la pintura española”. Una obra que remite a la doble vida del artista. “Este cuadro, que nunca me canso de mirar, contiene una atmósfera poscoital, lánguida y delicuesce­nte. Ella posa después de haber sido poseída”. Y ella es una modelo, Olympia, que Velázquez conoció en su segundo viaje a Italia cuando tenía 50 años y ella, 20. Tuvieron un hijo, pero el rey obligó a Velázquez a regresar a la corte. Para el autor, el erotismo de esta pintura no está en el cuerpo desnudo ni en el culo perfecto de la modelo sino en su nuca. Y remata su digresión con un comentario histórico: en 1914 una mujer armada con un hacha rasgó el cuerpo de la Venus expuesta en Londres y “con los años esta agresión ha simbolizad­o el estereotip­o de ciertas actitudes feministas ante la representa­ción del cuerpo femenino”.

Y están presentes dos obras tan conocidas como Olympia de Manet o Desnudo acostado, de Modigliani. Y otras más locales, como la

Carmen Bastian de Mariano Fortuny, unos Desnudos de Joaquim Sunyer o Germaine, de Ramón Pichot, la modelo de quien el autor descubre que inspiró uno de los personajes de Henry Miller en

Trópico de Cáncer (la retrata como una irresistib­le prostituta del París de los años treinta, cuando ya habría fallecido su marido Ramon Pichot). No aparece en cambio El

origen del mundo, de Courbet, aunque el autor lo justifica porque “el erotismo está en no desvelarlo todo”, mientras que en la exhibición sin reparos está lo pornográfi­co. “Tampoco hay pintores actuales –afirma–, no sabría dar un solo nombre, quizás Balthus. Tampoco diría de Picasso que es erótico, es más bien sexo puro. En el arte actual apenas si hay erotismo, se ha desplazado a la publicidad”.

El libro de Artur Ramon está plagado también de confesione­s personales y algún ajuste de cuentas. Como cuando arremete contra los herederos de los artistas: “Nunca he entendido esta manía de algunos familiares por erigirse en guardianes, algunas veces expertos, de las obras de los artistas, son cancerbero­s (…) vividores de la memoria, en fin”. Cuando nos habla de las subastas como “el porno duro del capitalism­o”, de los críticos de arte “que leen más que observan” o de “los malos restaurado­res como artistas frustrados”.

Y llegados al final uno se pregunta por qué no aparece ningún cuerpo masculino. “Primero porqué la historia de la pintura está protagoniz­ada por hombres y su mirada se dirige mayoritari­amente hacia las mujeres. Y segundo porque se trata de un ejercicio lúdico, de una mirada desacomple­jadamente masculina”.

LA NOVELA DE HENRY MILLER Uno de los personajes de ‘Trópico de Cáncer’ es Germaine, que fue mujer de Ramón Pichot REFLEXIÓN FINAL “En el arte actual apenas hay erotismo, ha pasado a la publicidad”, dice Artur Ramon

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Blanchard. En ese Sansón y Dalina, ambientado en un lujoso interior, el hombre duerme tranquilo y Dalila se acerca con unas tenazas
EDITORIAL ELBA Pascal Blanchard. En ese Sansón y Dalina, ambientado en un lujoso interior, el hombre duerme tranquilo y Dalila se acerca con unas tenazas
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es un retrato provocador, de la
mujer que se ofrece y coloca a la sociedad frente a un espejo, como su
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EDITORIAL ELBA Édouard Manet. Olympia es un retrato provocador, de la mujer que se ofrece y coloca a la sociedad frente a un espejo, como su cliente
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París con este Desnudo acostado bajo el brazo. En el 2015 se pagaron por él 160 millones de
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EDITORIAL ELBA Modigliani. En 1919 el pintor deambulaba por París con este Desnudo acostado bajo el brazo. En el 2015 se pagaron por él 160 millones de euros
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viejos. Dos viejos lujuriosos acosan a una mujer. Dos años después de pintarlo, la artista fue violada por otro pintor
EDITORIAL ELBA Artemisia Gentillesc­hi. Versión en clave femenina de Susana y los viejos. Dos viejos lujuriosos acosan a una mujer. Dos años después de pintarlo, la artista fue violada por otro pintor
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secreta representa a una joven veneciana que, traicionad­a por su amante, se dispone a enviar por correo la carta de denuncia anónima
EDITORIAL ELBA Francesco Hayez. En La acusación secreta representa a una joven veneciana que, traicionad­a por su amante, se dispone a enviar por correo la carta de denuncia anónima
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Venus del espejo (National Gallery) cuando fue expuesta en el Prado hace unos años. El autor ve en ese retrato de rostro difuso una prueba del adulterio del pintor con la modelo
GUILLÉN / EFE Velázquez. La Venus del espejo (National Gallery) cuando fue expuesta en el Prado hace unos años. El autor ve en ese retrato de rostro difuso una prueba del adulterio del pintor con la modelo

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