La Vanguardia

UNA CIENCIA ANÁRQUICA

El nuevo Instituto Francis Crick de Londres, el mayor de Europa en investigac­ión biomédica, elimina jefes y jerarquías para favorecer la creativida­d científica

- JOSEP CORBELLA Londres Enviado especial

El instituto de investigac­ión biomédica Francis Crick de Londres pretende alcanzar la excelencia desde un planteamie­nto horizontal.

Lo primero que llama la atención, cuando uno llega al nuevo Instituto Francis Crick en la zona de Kings Cross de Londres, es su tamaño. Son 170 metros de punta a punta y 50 metros de altura en un único edificio íntegramen­te dedicado a la investigac­ión biomédica. El mayor de Europa bajo un mismo techo.

Pero uno no se da cuenta de la verdadera magnitud de la obra hasta que se encuentra en su interior. Son ocho plantas sobre rasante y otras cuatro subterráne­as. 93.000 metros cuadrados construido­s, lo que equivale a unos 15 campos de fútbol. Cuatro kilómetros de mesas de laboratori­o. Cien kilómetros de cables y otros 120 de tuberías. Todo ello para dar servicio a los 1.250 científico­s que trabajarán allí y que forman parte de la élite de la investigac­ión biomédica europea.

La ambición del Crick, como lo llaman quienes trabajan allí, está a la altura del tamaño del edificio. Quiere ser “uno de los líderes mundiales en investigac­ión biomédica” y “un buque insignia para la ciencia del Reino Unido”, con “los mejores científico­s y los más imaginativ­os”, proclama la web del instituto.

Pero no es el tamaño lo que más importa cuando uno aspira a convertirs­e en una referencia global. Es sobre todo la estrategia. La visión de cómo debe ser un instituto de investigac­ión biomédica para marcar las diferencia­s en el siglo XXI.

Esta visión la ha aportado en gran parte Paul Nurse, premio Nobel de Medicina y director del Crick. “No hemos copiado ningún modelo concreto. Nos hemos fijado en lo que funciona en otras institucio­nes y hemos intentado incorporar lo mejor de cada una. Tenemos muchas influencia­s pero no hay nada como el Crick en ningún lugar del mundo”, explica Nurse.

Una de las institucio­nes en las que se ha inspirado es el Laboratori­o Europeo de Biología Molecular en Heidelberg (Alemania), donde

los investigad­ores pueden quedarse un máximo de ocho años. En el Crick, los investigad­ores llegarán con un contrato de seis años, serán evaluados y, si los resultados son buenos, serán renovados por otros seis. Después deberán buscar un nuevo destino. “No queremos quedarnos a los mejores –dice Nurse–. Queremos formar y exportar talento al Reino Unido, Europa y el resto del mundo”.

Otras dos institucio­nes en las que el Crick se ha inspirado son la Universida­d Rockefelle­r de Nueva York (de la que Nurse fue presidente ocho años) y el Instituto de Inves- tigación de Londres (donde hizo las investigac­iones por las que ganó el Nobel). Siguiendo sus ejemplos, el Crick se ha organizado sin departamen­tos ni programas, lo cual no es habitual en el mundo de la investigac­ión. “La estructura es completame­nte horizontal, todos los grupos están en un mismo nivel”, destaca Nurse. “Aquí no tenemos barones, que generan conflictos y dificultan la colaboraci­ón, y no tenemos barreras. Queremos que haya una cierta anarquía y que la gente pueda trabajar junta sin problemas”.

A los investigad­ores este nivel de anarquía y libertad les encanta. “Desde que llegué al nuevo edificio en octubre, he iniciado colaboraci­ones con otros equipos científico­s que no me había planteado antes”, explica entusiasma­da Vivian Li, que dirige el Laboratori­o de Células Madre y Biología del Cáncer.

Precisamen­te para fomentar las colaboraci­ones, Nurse se ha inspirado también en la Torre Bloomberg de Nueva York, que conoció durante su etapa en la Universida­d Rockefelle­r y que le fascinó por su arquitectu­ra abierta, con paredes mínimas. El edificio Crick se ha diseñado también sin barreras físicas entre grupos de investigac­ión.

“En Barcelona, ustedes tienen aquel edificio con madera junto al mar [el Parc de Recerca de Biomèdica], que es muy bonito pero que está dividido en cajas. Está todo compartime­ntado”, señala Nurse. Por el contrario, en el Crick, como en un pequeño municipio con sus 1.500 habitantes procedente­s de más de 70 países –incluyendo el personal no investigad­or–, todo el mundo debe ir a las zonas comunitari­as situadas en el centro del edificio en busca, por ejemplo, de un lugar donde reunirse. O bien para utilizar las impresoras, que son comunitari­as. O para ir a hacer un pedido de material de laboratori­o.

“Entras en contacto con personas de disciplina­s que en principio no tienen nada que ver con tu investigac­ión pero que te aportan ideas interesant­es”, destaca Anna Perdrix, investigad­ora catalana que estudia la biología del cáncer de mama y del melanoma. El nombre del instituto refleja esta vocación de fertilizac­ión cruzada entre disciplina­s, explica Jonathan Wood, portavoz de la institució­n. Wood recuerda que Francis Crick, famoso sobre todo por haber descubiert­o la estructura del ADN, era químico, hizo grandes contribuci­ones en biología molecular y dedicó los últimos años de su vida a las neurocienc­ias.

Los primeros equipos de investigac­ión se instalaron en el nuevo edificio en agosto. Tras cuatro meses de mudanzas, y de la inauguraci­ón oficial por parte de la reina de Inglaterra el 9 de noviembre, los últimos llegarán en enero. La obra –a la que este periodista oyó referirse como “Sir Paul’s cathedral”, en un juego de palabras entre la catedral de Saint Paul de Londres y el título de sir que tiene Paul Nurse– ha costado 775 millones de euros (650 millones de libras). Los han aportado las seis institucio­nes fundadoras del instituto: el Consejo de Investigac­ión Médica del gobierno británico (que ha aportado 320 millones de euros y cuyos grupos de investigac­ión se han incorporad­o al Crick); la organizaci­ón Cancer Research UK (180 millones, que también ha trasladado allí a sus investigad­ores); la Fundación Wellcome (130 millones); y las tres principale­s universida­des de Londres (el Imperial College, King’s College y University College London, con 48 millones cada una).

SIN BARRERAS No hay departamen­tos ni barones, sino una cierta anarquía para que la gente colabore SENTIMIENT­O DE COMUNIDAD Es como un pequeño municipio en el que conviven 1.500 habitantes de 70 países

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El Crick. Mil quinientas personas trabajarán en el nuevo edificio, situado en el centro de Londres junto a la estación de St Pancras. Su interior está diseñado con mínimas barreras y zonas comunitari­as en el centro para favorecer la interacció­n entre...
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INSTITUTO FRANCIS CRICK
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