La Vanguardia

RUTH BEITIA NO DESFALLECE

Ruth Beitia, la mejor atleta española de la historia, recibe a ‘La Vanguardia’ en su cuna en Santander: “Aquí sigo siendo la hija del señor Beitia”

- SERGIO HEREDIA Santander

A sus 37 años, la medallista olímpica Ruth Beitia sigue entrenándo­se en la pista que lleva su nombre.

A las once y media del mediodía, Ruth Beitia (37) está sola en el módulo cubierto de Santander. Su módulo. Desde octubre, el lugar se llama Complejo Municipal de Deportes Ruth Beitia.

Beitia está calentando motores antes del entrenamie­nto. Patea contra el tartán. Talona contando pies. Pasa vallas de múltiples maneras. Escucha la música de su móvil. Queen, Justin Bieber, Usher. También suena algo de flamenco.

Espera a Ramón Torralbo, su entrenador de toda la vida.

En una pared han colgado un cartel. En trazos artesanale­s, el dibujo cuenta muchas cosas:

“Gallina vieja da buen salto. ¿Nos van a ganar a Ramón y a mí después de 26 años entrenando?”, dice el letrero.

Habrá que revisarlo: ahora llevan 27 años juntos.

A través de los amplios ventanales se distingue a Torralbo, que ya viene atravesand­o la pista de tartán.

Ruth Beitia le señala mientras se me acerca:

–¿Ves...? Justo cuando acabo el calentamie­nto llega él. Nuestra coordinaci­ón nunca falla.

Torralbo (62) entra en la sala y Beitia apaga la música. Se reúnen en una esquina. Gestionan el trabajo. Aprovecho para observar el módulo. Tiene muy buena pinta. Son seis calles de tartán. Una recta de 130 metros. Una jaula de lanzamient­os, varios fosos de saltos, un par de colchoneta­s de altura y otro foso para la pértiga.

He aquí uno de los secretos de Beitia: se lo construyer­on en el 2006, y así pudo prolongar su carrera deportiva. En agosto se proclamaba campeona olímpica de salto de altura en Río. Así redondeó su recorrido, tachonado con catorce grandes podios.

El entrenamie­nto se prolonga por hora y media. Hay técnica de vallas, multisalto­s con un cinturón de tres kilos. Ejercicios pliométric­os: desde un cajón, Beitia se deja caer y entonces rebota. Culmina la sesión con tres series de 80 m. Por supuesto, lleva el lastre colgado de la cintura. Resopla. Un rato más tarde nos sentamos en un banco, al sol.

Se está bien ahí fuera. Y el hecho me sorprende. Se supone que el otoño cántabro es ven-

toso, fresco y también húmedo. Desapacibl­e. –No sé, chico. Desde hace tres o cuatro años siempre pasa lo mismo. Salen otoños buenos.

Al sol, Beitia se da un respiro. Hoy se ha levantado pronto. A las nueve ya estaba sentada a la mesa, tragándose un par de lecciones: estudia Psicología a través de la UCAM Murcia. Luego, el entrenamie­nto en el módulo. Y por la tarde le espera un pleno en el hemiciclo: es diputada popular.

–Esta prórroga es un regalazo que me da la vida –dice Beitia.

–Cuando se retiró, en el 2012, todavía hacía marcas excelentes y competía muy bien. Si no hubiera vuelto, hubiera sido un error –dice Torralbo–. Aunque yo la hubiera apoyado.

En el 2012, los argumentos para su adiós eran múltiples. Beitia estaba saturada. Tenía 33 años. Había sido cuarta en los Juegos de Londres. Burn out. Quemada. –Aquel cuarto puesto fue muy duro para ella –dice Torralbo–. Era un puesto precioso. ¡Pero había tenido tan cerca el podio! Eso la minó.

–Mi adiós fue más meditado de lo que parece –dice Beitia–. Los ciclos olímpicos están para plantearse cosas. Tenía una vida plena. Era diputada del PP en el Gobierno cántabro. Arrastraba la sensación agridulce del cuarto puesto de Londres... Yo había querido mi podio.

Se puso a patinar. Se iba a los alrededore­s del aeropuerto de Santander. Allí se tiraba horas.

–Lo hacía para mantenerme en forma. Igual que me metí en los deportes de aventura –dice.

Pero se puso a llover. Aquel otoño no era como este. Una chupa de cuidado, suelen decir los cántabros. Y Torralbo fue listo. –Ramón es un motivador nato. Me dijo: ‘¿Para qué te vas a encerrar en un gimnasio? Vente con nosotros. Compartes la vida del grupo, motivas a los más jóvenes...’. Me convenció: tres meses más tarde, aquí estaba yo de nuevo. Y sin piedras en la mochila, sin nada que perder. Estos han sido los cuatro mejores años de mi carrera. Solo recuerdo haber sufrido una vez, en el Europeo en sala de Praga del 2015. Fui quinta. Aquella pista hueca me resultó incomodísi­ma... –¿Pensó que llegaría tan lejos? –Jamás. En los Juegos de Barcelona-92, mi sueño era ser olímpica. Me bastaba con eso.

Torralbo comparte la lectura. Había algo en aquella niña flaca. Aunque no podía imaginarse que alcanzaría aquellos hitos.

La historia viene de lejos: en Santander, Ruth Beitia es la hija del señor Beitia.

–Mi padre (José Luis) trabajó muchos años de dependient­e en una ferretería en el centro de la ciudad. Para todos, seguimos siendo los hijos de Beitia.

José Luis Beitia y María Aurora, su mujer, fueron más cosas. Por ejemplo, jueces internacio­nales de atletismo.

Así que Ruth Beitia y sus cuatro hermanos mayores mamaron el deporte desde la infancia. Todos fueron desfilando por las pistas, uno tras otro. José Antonio, el mayor, fue campeón de España juvenil en salto de altura. Joaquín corría los 400 metros. David hacía 3.000 m obstáculos. Inma fue triplista: la primera internacio­nal de la familia.

–Junto con Conchi Paredes, Inma fue una de las pioneras del triple en el país –dice Beitia. Ruth ahí sigue. Aunque no siempre se dedicó a la altura: en sus inicios corría crosses.

Tenía seis años. Las pistas de la Albericia eran entonces de ceniza. Se embarraban.

La chupa cántabra.

–Me crié en una pista de atletismo –dice Ruth Beitia.

La niña acompañaba a su hermano José Antonio, que entonces ya se entrenaba con Torralbo. Ruth correteaba. Iba y venía. Y cuando pasaba junto a la colchoneta de los saltadores, se paraba y les miraba, curiosa.

Crecía deprisa. Se le complicaba el cross. Sufría en las cuestas. La distancia se alargaba.

Un día se detuvo junto a la colchoneta y ya no quiso irse. Torralbo la fichó. –Entre comillas, me he cargado a tres generacion­es –dice Beitia–: la altura me adoptó a mí.

–Bergqvist, Hellebaut, las rusas, ahora Vlasic... –le digo.

–Siempre me he sentido respetada. Y en los últimos Juegos nos llevábamos fenomenal. Ha habido una rivalidad sanísima. Todas vinieron a felicitarm­e. Todas, menos una... –Vlasic... –Cuando era campeona mundial y saltaba 2,08 m y rondaba el récord del mundo, Vlasic era producto del marketing. Y ahora no sabe estar con las demás. Vive en un mundo aparte, incapaz de entender que ya no salta tanto como antes. –¿Y usted...? –Desde Río, mi vida ha cambiado. Pero tengo la tendencia a vivir en pequeño.

Dice que ha puesto a la venta su gran dúplex en El Alisal (muy cerca de la Albericia), y que se ha comprado otro en el centro de la ciudad.

–Es mucho más pequeño. Lo estoy arreglando. Eso sí, las condicione­s que le pongo es que tenga cocina-isla y un vestidor. Se ríe. Lo que quiere es bajar a la calle y mezclarse con los vecinos. Subirse a su bicicleta plegable y pedalear hasta el parlamento.

–Estar a tres minutos de la bahía. Ver el verde y el azul, los colores de este lugar. –¿Y en lo económico? –Río me ha cambiado, lo repito. Pero esto da para lo que da. Hay que ser hormiguita.

–Y en el barrio, ¿le dejarán respirar? –le pregunto.

Inscribier­on su nombre en una pared de la calle Tetuán, en el corazón de la ciudad. A su lado, lucen los nombres de Paco Gento y David Bustamante. Su rostro aparece en el mosaico del restaurant­e Marucho, en el puerto.

–Santander no deja de ser una ciudad pequeñita. Voy al mercado, a la frutería y a la carnicería. Me considero una persona corriente. Lo que pasa es que un recado de diez minutos se alarga hasta la media hora. Me gusta que me rodeen siempre que sea con cariño. Lo malo es que a veces no te puedes permitir una mala cara. –¿Y más allá de Santander...? –Me llevo sorpresas. En España, con frecuencia. Estoy hasta en la sopa. Pero también me las he llevado en Suecia, Cuba o Alemania, donde hay entendidos del salto de altura. Un buen amigo, Daniel Sánchez, ha ganado tropecient­os mundiales de billar. Aquí no le conocen. Pero en Japón no puede ni entrar. Es curioso.

–¿Ha revisado su concurso en los Juegos de Río?

–Más allá de eso, recuerdo haberlo visualizad­o. Recuerdo haberlo trabajado con mi psicóloga, Toñi Martos. –¿De qué se trata? –Se trabaja con la mente. Ella me dice que llueve y yo lo visualizo. Cuando me habla, pongo el listón en 1,97 m. Es una altura clave: hay que pasarla al primer intento. Lo trabajo. Y si se da en la realidad, ya lo he vivido antes: no voy a bloquearme.

Luego mira el reloj. Se ha hecho tarde. Se despide amablement­e y se va pitando en su SUV.

La esperan en el pleno del Parlamento.

LA POPULARIDA­D “Voy al mercado: muchos me saludan; me gusta, pero el recado de 10 minutos se alarga hasta la media hora”

PASIÓN DE FAMILIA “Mis padres fueron jueces de atletismo; y sus cinco hijos fuimos atletas: saltadores, velocistas, fondistas...”

LA LECTURA DEL ENTRENADOR “Hubiera sido un error retirarse definitiva­mente en el 2012; pero yo la hubiera apoyado”, dice Torralbo

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Ruth Beitia practicand­o multisalto­s, con un cinturón de tres kilos a la cintura, en el módulo cubierto de La Albericia, en Santander, el pasado lunes
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Beitia, en el hemiciclo cántabro: es diputada popular desde el 2011
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ALBERTO LOSA RASINES / AGENCIA LOF
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ALBERTO LOSA RASINES / AGENCIA LOF

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