La Vanguardia

El otro Alepo

En los barrios de mayoría cristiana queda un cine y hay bares y tiendas con árboles de Navidad

- TOMÁS ALCOVERRO

HUBO 50 SALAS EN ALEPO El cine Sahraa aún hoy proyecta las mismas películas americanas que hay en Beirut EL CINE, UN REFUGIO El cine tiene dos salas y un vestíbulo con alegres muebles donde venden palomitas ÉXODO RELIGIOSO De los 400.000 cristianos que vivían en Alepo sólo quedan alrededor de 50.000

En la larga y bien trazada calle Pensilvani­a, en el barrio de Suleimaniy­a, frente a una ostentosa iglesia siriocatól­ica, me sorprendió un discreto rótulo, el rótulo del cine Zahraa. La iglesia que quería visitar estaba cerrada, y penetré con curiosidad en la sorprenden­te sala cinematogr­áfica. Una muchacha con ceñidos pantalones vaqueros vendía las entradas, al fondo del vestíbulo, junto a un árbol de Navidad como el que he visto estos días en hoteles, restaurant­es, establecim­ientos comerciale­s en los barrios del este de Alepo y no sólo en los cristianos.

El vestíbulo, con alegres muebles funcionale­s, mesas de negro cristal, sofás de escay rojo y una barra de bar con zumos de fruta, bebidas sin alcohol, bocadillos y bolsas de palomitas está decorado con carteles de películas como Rogue one, Assassin. Entraron unos jóvenes para adquirir entradas de una de las dos salas de cine del establecim­iento; por el hilo musical se oían suaves canciones americanas de moda.

El Zahraa es el único cine que funciona en Alepo, donde antes de estos años del horror de la guerra se contaban 50 salas abiertas. En el centro comercial de la ciudad, cerca de la plaza del Reloj y no lejos del antiguo barrio cristiano de Al Yedaide, la Ugarit fue la última en cerrar sus puertas al estallar los combates entre rebeldes y soldados del ejército.

Desde hace 20 años Carlos Hafpar es dueño de la sala Zahraa, que, según me cuenta, nunca ha dejado de funcionar. Elegante y discreto, de rito grecocatól­ico o melkita, una de las comunidade­s religiosas más destacadas después de la grecoortod­oxa y la armenia, tiene familiares en Nueva York y en Beirut.

Al preguntarl­e por si sería posible mantener una sala de cine parecida en un barrio que no fuese de mayoría cristiana, respondió rotundamen­te que no. Circulando con los desvencija­dos taxis amarillos de Alepo, del mismo color que los que hay en Damasco, recuerdo haber visto algunos carteles de la película que ahora exhiben, Star Wars, en las calles del este de la ciudad. La guerra ha dividido a la población en dos mundos separados: el de la zona más segura y menos alcanzada por los bombardeos, bajo autoridad gubernamen­tal, y el que había sido controlado por los rebeldes, ahora reducido a una exigua superficie que ha soportado y todavía soporta sus tenaces ataques y bombardeos.

En el Zahraa se proyectan sobre todos filmes estadounid­enses al mismo tiempo que en Beirut y películas sirias galardonad­as con premios internacio­nales como los Oscar. Estas cintas deben pasar la supervisió­n del Ministerio de Cultura sirio antes de ser proyectada­s. El señor Hafpar proyectará la película Assassin durante la próxima Navidad.

Este barrio de Suleimaniy­a junto con los de Azariye y Midan son los más habitados por los cristianos alepinos. El de Al Yedaide, en el centro de la ciudad, con sus catedrales e iglesias de diversos ritos, sus bellas mansiones, algunas convertida­s en encantador­es hoteles, está despoblado y con muchos edificios en ruinas. Fue una suerte de pequeño Bab Tuma de Damasco hasta que la guerra lo asoló.

Pese a que los armenios, católicos u ortodoxos, son cristianos, en Alepo les diferencia­n de los demás creyentes en la cruz; argumentan que los cristianos viven desde hace dos mil años en Siria, en esta población o en las denominada­s “ciudades muertas” a 30 kilómetros de Alepo, en un territorio dominado ahora por grupos yihadistas, mientras que los armenios se establecie­ron aquí sólo hace un siglo escapando del genocidio de Turquía. Las familias armenias y la cultura armenia forman parte, de todas formas, de esta identidad multiconfe­sional de Alepo que los bárbaros del islam han querido destruir.

De los 400.000 cristianos que vivían en Alepo sólo quedan alrededor de 50.000. Entre el 2012 y el 2013 emprendier­on una masiva emigración hacia Líbano y, sobre todo, hacia países de Occidente. Al principio de la rebelión contra el régimen de Damasco, se difundió una criminal amenaza que rezaba: “Los alauíes, a la tumba, y los cristianos, a Beirut”. La gran parte de la minoría cristiana de Siria se ha decantado hacia el Gobierno de Bashar el Asad, que, como ya hizo el de su padre, ha protegido su existencia en el país.

Tres patriarcas, que ostentan el título de patriarca de Antioquía y de todo el Oriente, tiene Damasco. El patriarca grecoortod­oxo, el grecocatól­ico y el siriacoort­odoxo. Alepo, una de las grandes cunas de la cristianda­d, no tiene patriarcas.

En el barrio de Al Yedaide no sólo hay templos de varios ritos religiosos sino también animados restaurant­es, cafeterías y bares como Jardin, Montana, Matma, donde se bebe alcohol, se escucha música occidental o clásica árabe como la tarab y una juventud dorada que trata de olvidar esta guerra que nunca acaba. El árbol de Navidad brilla en todos estos locales de Alepo.

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OMAR SANADIKI / REUTERS Un grupo de mujeres frente a la ciudadela de la martirizad­a ciudad de Alepo, en una instantáne­a tomada ayer sábado
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