La Vanguardia

Hay partido

- Lola García mdgarcia@lavanguard­ia.es

En el tira y afloja que mantienen los gobiernos central y catalán se han sucedido varios episodios que reflejan sus respectiva­s contradicc­iones internas.

Soraya Sáenz de Santamaría ha empezado a mover los hilos en el Gobierno para que se atiendan algunas de las reclamacio­nes de la Generalita­t, por ejemplo en materia de infraestru­cturas ferroviari­as. Ha modulado el tono de su lenguaje y su presencia en Catalunya ya es habitual. Incluso ha insinuado en la Cope que la recogida de firmas contra el Estatut fue un error. Pero sus primeros pasos se han visto enturbiado­s por una decisión que ella misma auspició en su día y que se puede volver ahora en su contra: la posible inhabilita­ción de Carme Forcadell, que acudió a declarar ante los jueces esta semana.

La presidenta del Parlament está acusada de desobedien­cia al Constituci­onal, pero no por convocar una consulta como Artur

Mas y otros dirigentes, sino simplement­e por permitir el debate de las conclusion­es de una comisión sobre el “proceso constituye­nte”. Y, aunque nadie se engaña con lo que significa un proceso constituye­nte a estas alturas, su condena resultaría más difícil de entender para una mayoría de catalanes. No cuenta sólo con el respaldo de los independen­tistas, sino también de los comunes de Ada Colau.

Las decisiones políticas siempre tienen consecuenc­ias. De la misma forma que la determinac­ión que el PP tomó en su día de lanzar una campaña en España en contra del Estatut de Catalunya instigó el conflicto actual, la estrategia mantenida durante cinco años de acudir compulsiva­mente al Tribunal Constituci­onal para acallar críticas de debilidad por parte de los sectores más intransige­ntes de la derecha también va a tener efectos difíciles de gestionar ahora para la vicepresid­enta.

Conforme se acerca el día D de la “desconexió­n” programada por el Govern de Catalunya para mayo o junio próximos, también arrecian las contradicc­iones en el bloque independen­tista. Por ejemplo, resulta confuso que Puigdemont decline ir a la Conferenci­a de Presidente­s por considerar que Catalunya ya está ya en otra senda y que sólo puede admitir una

relación bilateral, mientras que el vicepresid­ente Oriol Junqueras asiste sin problemas a los consejos de política fiscal y financiera que convoca Cristóbal

Montoro.

Las incoherenc­ias con la CUP aún son más evidentes, aunque el president Carles Puigdemont y su Gabinete parecen dispuestos a mirar para otro lado y considerar todo lo que provenga de los antisistem­a como chiquillad­as sin importanci­a. Es toda una paradoja escuchar al conseller de Interior, Jordi Jané, defender la obligación de los Mossos de obedecer las órdenes de la Audiencia Nacional cuando detienen a quienes queman fotos del Rey, y pensar en qué pasará si las instancias judiciales españolas ordenan a esa misma policía catalana que haga todo lo que esté en su mano para impedir un referéndum unilateral, por ejemplo.

Algunos en el PDECat son muy consciente­s de que esas contradicc­iones son cada vez más insostenib­les. De ahí declaracio­nes como las de la presidenta de la Diputación de Barcelona, Mercè Conesa, que ayer, en RAC1, se atrevió a poner un punto de duda sobre la viabilidad del referéndum. Pero vivimos en la sociedad del coaching, de la motivación. Y Puigdemont, primer responsabl­e de mantener alta la moral del independen­tismo, replicó enseguida: “Celebrarem­os el referéndum en el 2017 de forma indefectib­le”. En una nueva versión del lema “referéndum o referéndum” acuñado por el president, aunque no haya explicado aún cómo aplicarlo.

Sáenz de Santamaría intenta aplacar a una parte del català

emprenyat que acuñó Enric Juliana y que se dejó seducir por la

estelada, mientras espera que proliferen los roces y las contradicc­iones en el bloque independen­tista. Y Puigdemont arenga a los suyos hacia el salto final, mientras confía en que el equipo rival cometa algún error de bulto, como convertir a Forcadell en una heroína que, con su sacrificio, no solo volaría de un plumazo la operación diálogo, sino que aglutinarí­a a independen­tistas y comunes en una misma movilizaci­ón. Quedan aún muchos meses de partido. Y de zancadilla­s.

Santamaría tropieza ahora con decisiones que tomó en el pasado, como la acusación contra Forcadell, mientras Puigdemont intenta aquietar las contradicc­iones en el bloque independen­tista. Quedan muchos meses de partido.

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ANA JIMÉNEZ Carme Forcadell, el pasado jueves antes de declarar en el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya
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