Diálogo de Sijena
Al fin, tras perderme por la colección del románico, llegué al punto de encuentro. Allí estaba, al fondo y a la izquierda, contemplando los murales. Cuando me alineé a su lado, la risa se le escapaba por debajo de la nariz.
–¿Referéndum o referéndum? –no lo pudo evitar.
Empezábamos donde lo habíamos dejado, aunque hacía un par de años que no nos queríamos ni ver. La última conversación, sobre nuestra visión opuesta de entender el proceso, acabó mal. Luego dejamos que pasara el tiempo, esperando que el silencio rematara la amistad. Por eso me sorprendió su mensaje enigmático. “¿Nos vemos?”. “Por qué no’”, respondí. Él propuso el lugar. “Quedamos en la sala 16 del MNAC”. Curioseé por la web del museo. Era la sala de los frescos de la Sala Capitular del Monasterio de Sigena.
–No había visto las pinturas. Tú seguro que tampoco. Por eso te cité aquí. Hemos estado atentos a la polémica, pero ni tú ni yo habíamos tenido la curiosidad suficiente como por subir hasta Montjuïc. Me pareció que esa desidia era como el vacío de nuestro malentendido partidista.
–Fatigados por la esterilidad política, se nos acabó la paciencia para mirarnos las cosas de otra manera. Tú de la mía. Yo de la tuya. Estamos aquí.
Pasamos un buen rato dando vueltas por la sala, como personajes de Maestros antiguos de Bernhard. Nos deteníamos ante las arquetas lemosinas usadas como relicarios, intentábamos identificar las escenas del Génesis y el Éxodo despintadas en los cinco arcos. Una turista vestida con una camiseta de tirantes cruzó la sala sin fijarse en nada mientras los felinos de las enjutas la repasaban con su mirada. Mi amigo contraatacó.
–¿Estarás contento con el cambio de actitud del Gobierno español, verdad?
–Hombre, ¿mejor eso que la nada, no? Tú preferirías que la confrontación siguiera. A más tensión, más movilización. A mayor movilización, más imparable se haría el proceso. Esta ha sido la lógica interna dominante en Catalunya.
–No te diré que no. Ha sido la táctica. Ni te negaré, incluso, que desde el 27-S, a raíz de los resultados electorales, el independentismo haya ido a la deriva.
–¿Cómo negarlo? Haz memoria mientras miras el fresco del hombre con la espada. Hace sólo un año. La cabeza de Mas. La agonía. Como pasó después con los presupuestos, el futuro parecía depender de la CUP. Al fin, un año más, el 2016 no ha clarificado casi nada. Al contrario.
–Estoy dispuesto a aceptar tu diagnóstico severo. Quizás sí. Pero seguro que tú también aceptarás la importancia de la mayoría soberanista. En todo caso no nos mordamos otra vez discutiendo eternamente en el laberinto.
Cuando pasábamos frente a la escena de la flagelación, se detuvo, me puso la mano en el hombro y señaló un detalle del fresco.
–¿Ves al hombre de la túnica blanca? ¿Su brazo en movimiento? ¿El flagelo que sacude con la mano?
–Sí, es de las pocas escenas que aún pueden distinguirse.
–El flagelo. Con más pertinacia que cualquier otro líder de la democracia, Rajoy lo ha usado con Catalunya. Cuando era jefe de la oposición, cuando ha sido presidente. Una década. Un golpe seco, otro más. Aceptar nuestros errores no implicará olvidar sus agresiones. Primero en la calle, con las firmas, y en el Constitucional, impugnando el Estatut. Luego asfixiando el autogobierno por vía económica, boicoteándolo en los tribunales, imputando próceres soberanistas y activando, a menudo, la guerra sucia. ¿Ahora, tras haber provocado que el catalanismo hiperventile recalentando su utopía, constriñendo los caminos y dejando sólo abierto el del precipicio de la unilateralidad, ahora, Rajoy y los suyos, con el sonsonete del diálogo, solucionarán el problema que despreciaban?
Recorrimos la sala por última vez. Enganchando el rostro a una pared, investigamos si, como quiere la demanda aragonesa, se podrían arrancar las imágenes. No nos pareció que hubiera que ser experto para constatar que desenganchar otra vez unos frescos deteriorados del siglo XIII era una burrada, que sería absolutamente perjudicial trasladarlos allí donde pudiera dictaminar una justicia interesada.
–¿Diálogo? No hay que ser ingenuos. Me lo decía el otro día tu amigo, Ferran Caballero. El diálogo es una pose. Sólo vale la negociación para reordenar las relaciones de poder. –Exacto. Por eso te he propuesto reencontrarnos ahora. No volveremos donde estábamos. Tenemos que volver a ir juntos para negociar.
–Sí, para hacer política. Sabemos qué queríamos. Ante todo, la dignidad de Catalunya. Partíamos de aquí. De la voluntad, en tanto que nación, de ser soberanos en los que nos hace ser catalanes y, en consecuencia, fortalecer el autogobierno para legislar y actualizar, con lealtad y libertad, nuestro modelo de sociedad. Aquí nos reencontramos.
–El problema es la debilidad interna. Estamos desgastados, como los murales de Sijena. ¿Enderezaremos nuestra fuerza?
Un grupo de escolares entró en la sala. La guía hizo sólo un comentario. “Por ahora las pinturas las podéis contemplar aquí. Si volvéis dentro de un año, ya lo veremos”. No quiero tener que verlo.
El diálogo es una pose; sólo vale la negociación para reordenar las relaciones de poder