El teorema
Es la tesis que repite Cuní, y que creo que formuló el amigo Rafa Nadal. En realidad, más que tesis, es una constatación histórica, porque así ha sido siempre, en la relación Catalunya-España, desde que los catalanes perdimos –via militaris– nuestros derechos constitucionales. La tesis es un teorema, pomposamente bautizado como teorema Forcadell, y asegura que cada vez que el independentismo sufre algún terremoto interno, vía sustos de la CUP, o diferencias entre las familias, cada vez, pues, que peligra la unidad, el Estado español envía alguna buena nueva, que lo solidifica. Es decir, el independentismo siempre puede contar con España para crecer y consolidarse.
Si ello es cierto, y lo es tanto que tenemos múltiples ejemplos que ilustran la tendencia estatal a reprimir, prohibir y cabrear a los catalanes, cada vez que estamos con nuestras cosas, entonces cabe preguntarse por los motivos de tamaña tendencia. Es decir, ¿el PP necesita una Catalunya permanentemente cabreada para poder imponer sus criterios en el resto del Estado? ¿Necesita, por tanto, el tema catalán para hacer el brutal desaguisado en el Constitucional, cambiar leyes, judicializar opciones políticas, jugar con las cloacas y, por el camino, agujerear al Estado de derecho? Porque no olvidemos que todos los rotos a la democracia que ha perpetrado el PP, con la excusa catalana, han llegado para quedarse. Es decir, hemos sido muy útiles para reforzar la autarquía española.
Y quien dice el PP actual, recuerda a todos los partidos españoles que, a lo largo de la historia, han usado el tema catalán para asustar, vender la defensa patria e imponer leyes regresivas. Es como si contra Catalunya –la Catalunya mala, por supuesto– los líderes españoles vivieran mejor. Y no sólo en términos electorales –que también– sino que viven mejor porque contra Catalunya se unifican todos, y ese paraguas es de enorme eficacia para imponer un formato democrático seriamente dañado. Lo catalán sirve para cualquier descosido, y una vez comprobado que las tragaderas de la sociedad española son muy grandes, cuando se trata de reprimir la cuestión catalana, ¿por qué no usarla cuantas veces sea posible?
Por supuesto, hay líderes españoles que quisieran otra situación, o que se desesperan ante tanta obcecación política, pero los hechos son contundentes y confirman reiteradamente el teorema Forcadell: España lo hace todo para radicalizar las posiciones, y prácticamente no hace nada para suavizarlas. Es decir, cuanto más fuego hay en Catalunya, más bidones con gasolina nos envía. La última, el trato de delincuente común a toda una presidenta del Parlamento catalán, juzgada por un orden del día y un conjunto de intenciones, porque en España, según parece, debatir intenciones es delito. Lo peor es que les funciona. Si se trata de Catalunya, a pocos españoles les duele un abuso democrático.
¿El PP necesita una Catalunya cabreada para poder imponer sus criterios en el resto del Estado?