La Vanguardia

Rescates

- socióloga C. SÁNCHEZ MIRET, Cristina Sánchez Miret

Parece ser –de hecho hace tiempo que lo sabían y sólo han esperado el momento oportuno para hacerlo público– que el Gobierno rescatará las autopistas que están en quiebra. Ocho autopistas de peaje; en la cabeza de todos las imágenes, vacías de coches, de las radiales de Madrid. El ministro de Fomento lo niega y dice que no es por voluntad política sino por obligación de ley. Un poco más de 3 millones –aunque dependerá de la negociació­n– según sus cifras y, mucho más –5.500 millones– si hacemos caso de la patronal de infraestru­cturas Seopan.

No es ni el primero ni el último de los rescates que veremos; aunque, como todo, si empezamos a denominarl­os “planes de salvación” –que es mucho más evocador y poético– puede ser que acaben pareciendo otra cosa. No caigamos también en esta trampa.

La noticia me llega por la radio mientras hago cola para intentar entrar en la AP-7 en Mollet. No estamos parados a causa de algún accidente; cuando menos, no lo parece, dado que la congestión es habitual y no sólo por la mañana. Me he pasado doce años de mi vida pasando a diario por el tramo de esta autopista que va de Mollet a Bellaterra. Estaba allí cuando las colas se hacían porque no se había ampliado; cuando estas se hacían por las obras y me ponía las manos en la cabeza al ver desaparece­r, prácticame­nte, el arcén; y estaba allí después, cuando –a pesar de la ampliación– la AP-7 seguía sin poder asumir el volumen de tráfico de la zona.

Para completar el cuadro trabajo en Girona y voy por autopista desde el Vallès Oriental –no por elección, sino por salud mental y física, aunque no monetaria– y por lo tanto disfruto del peaje, la otra gran ventaja de las carreteras catalanas.

Podría ser un mal chiste pero es la cruda realidad de este país; y no sólo las secuelas de tiempos pasados. España funciona así y no piensa cambiar. No lo necesita porque no teme por su insostenib­ilidad mientras tenga españoles, por obligación o por devoción, que vayan pagando todo tipo de rescates. A quien le parezca bien que lo compre, yo no. Y me subleva que encima me quieran dar lecciones de “solidarida­d, equidad e igualdad”. Tres conceptos en ellos mismos, puestos al mismo nivel, ya bastante difíciles de conciliar. Más todavía cuando en manos del Gobierno español y de sus socios se convertirá­n –seguro, porque ya lo han hecho antes con total impunidad– en armas de doble filo.

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