Rescates
Parece ser –de hecho hace tiempo que lo sabían y sólo han esperado el momento oportuno para hacerlo público– que el Gobierno rescatará las autopistas que están en quiebra. Ocho autopistas de peaje; en la cabeza de todos las imágenes, vacías de coches, de las radiales de Madrid. El ministro de Fomento lo niega y dice que no es por voluntad política sino por obligación de ley. Un poco más de 3 millones –aunque dependerá de la negociación– según sus cifras y, mucho más –5.500 millones– si hacemos caso de la patronal de infraestructuras Seopan.
No es ni el primero ni el último de los rescates que veremos; aunque, como todo, si empezamos a denominarlos “planes de salvación” –que es mucho más evocador y poético– puede ser que acaben pareciendo otra cosa. No caigamos también en esta trampa.
La noticia me llega por la radio mientras hago cola para intentar entrar en la AP-7 en Mollet. No estamos parados a causa de algún accidente; cuando menos, no lo parece, dado que la congestión es habitual y no sólo por la mañana. Me he pasado doce años de mi vida pasando a diario por el tramo de esta autopista que va de Mollet a Bellaterra. Estaba allí cuando las colas se hacían porque no se había ampliado; cuando estas se hacían por las obras y me ponía las manos en la cabeza al ver desaparecer, prácticamente, el arcén; y estaba allí después, cuando –a pesar de la ampliación– la AP-7 seguía sin poder asumir el volumen de tráfico de la zona.
Para completar el cuadro trabajo en Girona y voy por autopista desde el Vallès Oriental –no por elección, sino por salud mental y física, aunque no monetaria– y por lo tanto disfruto del peaje, la otra gran ventaja de las carreteras catalanas.
Podría ser un mal chiste pero es la cruda realidad de este país; y no sólo las secuelas de tiempos pasados. España funciona así y no piensa cambiar. No lo necesita porque no teme por su insostenibilidad mientras tenga españoles, por obligación o por devoción, que vayan pagando todo tipo de rescates. A quien le parezca bien que lo compre, yo no. Y me subleva que encima me quieran dar lecciones de “solidaridad, equidad e igualdad”. Tres conceptos en ellos mismos, puestos al mismo nivel, ya bastante difíciles de conciliar. Más todavía cuando en manos del Gobierno español y de sus socios se convertirán –seguro, porque ya lo han hecho antes con total impunidad– en armas de doble filo.