En cuclillas
Estamos a una semana de la Navidad y, a estas alturas, seguro que ya saben ustedes que en Estados Unidos de América (o en algunos de sus medios de comunicación) han descubierto dos tradiciones navideñas muy nuestras y unidas por un mismo hecho defecatorio: el caganer yel tió. El segundo era en tiempos, perdón por explicar lo obvio, un simple tronco al que se abrigaba y alimentaba para luego poder golpear y conseguir que cagase regalos. Y sí, que un tronco destinado al hogar y al fuego acabe cagando cosas de comer tiene su aquél, desde luego, aunque las hogueras y ritos mágicos vinculados al solsticio de invierno son incluso anteriores al cristianismo, con lo que la pervivencia de este tronco dadivoso lo convierte en una forma ancestral de despertar la tierra y asegurar el nuevo renacer, la salida del sol que parece cierta pero nunca es segura en medio de la negra noche invernal. Sobre ese terror atávico se superponen capas culturales diversas, de forma tal que, por ejemplo, el tió de Nadal caga arengades porque es fecha de abstinencia de carne, con lo que el cristianismo integra el rito pagano para acabar en nuestros días perdiéndose todo simbolismo religioso y humanizando al tronco con ojos, pipa y barretina… Del ancestro y el fuego a la caricaturización tipo Disney pasando por dos milenios de iglesia.
El caganer, por comparación, es una tradición mucho más reciente. Y no exclusiva, pese a lo que pueda parecer, de Catalunya, porque está presente también en las Canarias, Murcia, Nápoles y Portugal. Suele decirse que la primera representación del nacimiento de Cristo fue un belén viviente que san Francisco de Asís organizó en la Navidad de 1223. Mucho más tarde, esas representaciones en vivo dieron paso a la recreación estatuaria del portal y sus figuras, que acabaron siendo, en Nápoles, grandes pesebres monumentales, que previsiblemente Carlos III trajo a España tras sus años de reinado napolitano. De hecho, las grandes casas aristocráticas pronto pugnaron en tener el mejor y más ornado nacimiento posible y exhibirlo en público, como aún vemos ahora en casas más modestas en muchos de nuestros pueblos. Pues bien, en algunos pesebres aparece pronto un aldeano que evacua aguas mayores bajo un puente o junto a un pajar, lejos de la mirada de la sagrada familia en su portal. Es el pastore che caca que se ha hecho tan tradicional entre nosotros, ya con barretina y también pipa y hasta periódico como el rabadán o la lavandera. La figura es, casi siempre, la favorita de la chiquillería junto con los Reyes. Y tiene, evidentemente, ese punto de distancia y humanidad que hace que la liturgia y religiosidad del pesebre se vuelva paisaje inevitablemente humano. Joan Amades lo llamó el qui fa ses feines ,ensu volumen El pesebre, y nos aventuró que “amb la seva deposició fermava la terra del pesebre, que esdevenia fecunda i asegura el pesebre per a l’any següent”, lo que, con todo el respeto debido al autor del Costumari català me parece una posible trivialización de la figura del hombre que obra en cuclillas. Porque esta figura, típica de nuestros pesebres vuitcentistas, creo que esconde una innegable prueba de religiosidad, tal vez la más evidente del belén, porque nos simboliza y explicita en toda su crudeza el destino que asumió el hijo de Dios al encarnarse en hombre. Él también debería, en su tránsito terrenal, acuclillarse y defecar. Y si me parece extraño que el muy católico Amades no lo señale así, es tal vez sólo porque –sin olvidar que también Joan Amades era un esperantista con sus gotas de liberal– ya por entonces la figura sólo movía a risa y no a compasión y recogimiento.
Curioso, en cualquier caso, esta vinculación entre lo sagrado y lo oculto. Y curioso que se prolongue desde el realismo barroco, a veces tan costumbrista, hasta nuestra desnortada actualidad. Tal vez algún lector de cierta edad recuerde aquellas figuritas francesas de la posguerra, el Père la Colique, o sencillamente tengan en mente alguna rajola d’ofici donde el caganer aparece como eso mismo, casi un oficio más. O baste, incluso, pensar en Quevedo, capaz de la más alta y la más baja poesía, por no hablar de nuestro rector de Vallfogona, Vicent Garcia, y su poema a la letrina que él mismo mandó construir: “La monarquia regint / Felip terç, que la millora, / se féu esta cagadora, / essent Papa Paulo Quint. / Adredes obra tan grave / s’edificà prop d’un hort / perquè qui paper no port / se puga valer d’un rave”.
En castellano y en catalán hemos unido en lo escatológico dos términos griegos, uno referido al fin de los tiempos y que es materia religiosa y otro que hurga en lo excrementicio. Éskhatos es “lo último” y skatós una boñiga. Pero tal vez no está tan mal que las creencias del apocalipsis y su estudio vayan de la mano con el mal gusto y lo reservado pero universal del acto de ir de vientre. Nada más humano y nada tan propio de nuestra naturaleza, por más que pretendamos esconder y casi negar el hecho fisiológico elemental. Otro día, si les parece, hablamos de la relación entre heces y dinero y cerramos el ciclo de la abundancia mientras llega el invierno. ¡Feliz Navidad!
El ‘caganer’ nos simboliza y explicita en toda su crudeza el destino que asumió el hijo de Dios al encarnarse en hombre