¿Qué crisis en Ciudadanos?
El partido que preside Albert Rivera es uno de los pocos casos de éxito regenerativo del sistema político español. Hubo otros encomiables pero frustrados como el Centro Democrático y Social de Adolfo Suárez y Unión, Progreso y Democracia, de Rosa Díez. Incluso ensayos interesantes y fracasados como el Partido Democrático Reformista, que se conoció como operación Roca (1984). En Ciudadanos se da la peculiaridad de que, fundado en Catalunya en respuesta a unas circunstancias políticas y sociales concretas, ha sabido expandirse en el resto de España –todavía con una implantación no homogénea– y se ha convertido en el cuarto grupo parlamentario en el Congreso de los Diputados (32 escaños), ha logrado 93 diputados autonómicos –decisivos en Madrid, Andalucía y otras comunidades– y ha obtenido 1.527 concejales. En las elecciones europeas del 2014 –su primera comparecencia electoral en el conjunto de España– alcanzó dos escaños que le han servido para integrarse en la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa. Su papel político en Catalunya es, además, decisivo. En las elecciones del 2105 fue la segunda fuerza política con 25 escaños (el PSC y el PP sumaron 27) respaldada por más de 730.000 votos. Todo un logro bajo el liderazgo aquí de Inés Arrimadas, que, con Rivera, es uno de los grandes referentes de la organización. Este balance se ha ido consolidando en poco más de una década.
¿Puede un partido tan joven y exitoso estar ya sumido en una crisis según se deduciría de algunas informaciones y análisis? Las crisis de los partidos son endógenas y no deberían confundirse con las discrepancias –de mayor o menor envergadura– ni con las naturales críticas externas. Ciudadanos no está en crisis, pero su propia expansión genera movimientos críticos internos y exteriores y, desde luego, una indisimulada pero también natural hostilidad de sus competidores políticos. En la crónica titulada “Fuego amigo sobre Arrimadas”, firmada por Iñaki Ellakuría en este diario (4/XII/2016), se explica muy bien cómo algunos de los fundadores de Ciudadanos y pequeños sectores de la militancia –sin más cabeza visible que Carolina Punset y un grupo que dice abanderar una nueva transparencia pero que se presenta en los medios sin nombre ni apellidos– afean a la líder catalana blandear en su discurso ante el nacionalismo. Se está confundiendo, quizás dolosamente, una estrategia de expansión social y electoral que requiere gestos y lenguajes determinados con una heterodoxia doctrinal o ideológica que no existe. Arrimadas no tiene que entrar a ese capote como Rivera, tampoco al que le tienden algunos para que el partido se inquiete con las técnicas marrulleras en las que Rajoy se maneja de antiguo con maestría. Ciudadanos no dispone de más alternativa que conducirse con el Gobierno caso a caso porque su pacto lo fue de investidura pero no de legislatura. Y desarrollar una estrategia parlamentaria reconocible en su programa y en las medidas pactadas con los populares. No debería olvidarse que pinzar a Ciudadanos sería, además, una operación a la que se apuntarían el PSOE y Podemos porque el partido de Rivera hace frontera con los tres, de los que puede extraer nuevos recursos electorales o, por el contrario, perderlos.
Una de las críticas más apocalípticas al presidente de Ciudadanos consiste en el supuesto yerro de no haber entrado a formar parte del Gobierno de Rajoy. Tal consideración, que los que la apadrinan suponen será decisiva para Ciudadanos, parte del convencimiento de que el partido naranja es el receptáculo, reactivo y transitorio, de electores defraudados de otros partidos, especialmente del PP. Consiste, en definitiva, en la percepción de Ciudadanos como una anomalía que desde Podemos o ERC se verbaliza de manera pretendidamente hiriente: Rivera sería un “alférez” (Iglesias) a las órdenes de Rajoy y su organización la “marca blanca” del PP (Rufián). O sea, Ciudadanos como el partido burbuja a escala española cuya misión se ha extralimitado porque nació para guerrear en Catalunya contra el nacionalismo, negándosele así credenciales para enarbolar –además de los valores de la cohesión nacional– los propios de un espacio español centrista, liberal y laico. Y este parece ser el estado de la cuestión al que habría que añadir que el éxito atrae como la miel a las moscas y se quiere cabalgar sobre él con el mismo deseo que apartarse del fracaso y la dificultad. No le pasa a Ciudadanos gran cosa y su déficit es de desarrollo: necesita rematar el discurso sobre su identidad ideológica. Una izquierda desconcertada, un populismo rampante y un independentismo montaraz, son el frame para un buen relato liberal y de progreso. Y justamente en eso está.
C’s necesita rematar su identidad ideológica con un discurso liberal, laico y de progreso