La Vanguardia

Diálogo inevitable

- Ramon Suñé

Esta vez sí, en el Ayuntamien­to de Barcelona, después de muchos meses con el aire de las negociacio­nes estancado y echando mano de la inercia, el gesto y la retórica más que de la búsqueda del consenso en la toma de decisiones, una ligera brisa ha comenzado a airear la relación entre el gobierno y la oposición. Para la aprobación del Programa de Actuación Municipal o la de los presupuest­os del 2017 por la vía ortodoxa, ese diálogo todavía incipiente llega demasiado tarde, como se hizo evidente el viernes con el plante de la oposición, que ni siquiera quiso volver a discutir las cuentas municipale­s en protesta por la actitud del teniente de alcalde Gerardo Pisarello. Un fracaso colectivo –los problemas para poder aprobar un presupuest­o– injustific­able en una ciudad sobre la que soplan vientos favorables y en un Ayuntamien­to con las finanzas saneadas.

A comienzos del próximo año, el gobierno local, por convicción o por obligación, deberá comenzar a aligerar una carga que le resulta ya muy pesada, a cerrar carpetas que llevan demasiado tiempo abiertas. Asuntos pendientes como el conflicto en torno a la regulación de las terrazas y, sobre todo, el plan de alojamient­os turísticos requieren una solución inmediata, y para ello es imprescind­ible alcanzar acuerdos políticos que ya están abriendose camino. Las probabilid­ades de pactos parciales con formacione­s hasta ahora ignoradas por completo, como CiU y Ciutadans, aumentan a marchas forzadas, y el 2017 podría deparar situacione­s inéditas en el año y medio que ha transcurri­do de mandato.

Sin embargo, sorprenden­temente, de ese cambio de actitud de BComú no hay noticia alguna si de lo que se trata es de abordar la conexión de los tranvías por la Diagonal, cuestionad­a esta misma semana por un informe del RACC. Para una parte del gobierno (los socialista­s no comparten la obstinació­n de los comunes), este proyecto se plantea como algo irrenuncia­ble. Los reyes de la participac­ión ciudadana siguen sin querer ni oír hablar de una consulta para dirimir si Barcelona quiere o no el tranvía y por dónde ha de pasar. Y, aunque para aprobar el trazado serán necesarios los votos de una mayoría del Ayuntamien­to, los movimiento­s que se han producido hasta la fecha no van en esa dirección. Los grupos municipale­s, y también algún técnico fichado por el Ayuntamien­to e implicado como el que más en el proyecto, solo se enteraron el pasado miércoles por La Vanguardia de la intención del gobierno de cambiar el sentido de circulació­n de unos tramos de la calle Urgell y la avenida Sarrià, unas modificaci­ones vinculadas a las necesidade­s del enlace tranviario. De momento, todo queda en el encargo de un informe nuevo pero con regusto antiguo (en el 2010, cuando el alcalde socialista Jordi Hereu estudió el paso del tranvía por la Diagonal, ya se preveía invertir el tráfico en esas mismas calles). Pero esta iniciativa despeja por completo las pocas dudas que podían quedar sobre las intencione­s más irreductib­les de quienes, aunque en minoría, gobiernan la ciudad.

El gobierno municipal de Barcelona comienza a tener urgencias; se avecinan tiempos de pacto

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