Recortes de prensa
Me equivoqué con François Hollande. A principios de este mes, tras conocerse la victoria de François Fillon en las primarias de la derecha, escribí dando por sentado que Hollande no tardaría en hacer pública su candidatura a las elecciones presidenciales de mayo del 2017. No fue así: sorprendentemente, el presidente de la República Francesa descartó la posibilidad de una reelección. ¿A quién hay que responsabilizar de dicha decisión o, para decirlo más crudamente, de esa muerte política? Sin duda, al propio Hollande, por su incapacidad de controlar, de dominar a la izquierda gubernamental, pero sobre todo por la lucha despiadada, a muerte, entre la izquierda opositora, la extrema izquierda, y la socialdemocracia. Es la propia gauche la que al cargarse a Hollande se ha cargado a sí misma, y mucho me temo que lo lamentará, lo pagará durante años. Se equivocan quienes piensan que ha sido la derecha, incluido el Frente Nacional, la que ha obligado a Hollande a retirarse; no, han sido los suyos. Tal es la tesis que sostiene el historiador y ensayista Jacques Julliard en un espléndido artículo publicado en Le Figaro (5 de diciembre). Pero, al margen de las razones que han acabado con la carrera política de Hollande, Julliard hace hincapié en algo que está sucediendo en Francia y que no es otra cosa que la salida en masa de los católicos de derechas “de las catacumbas donde se les quiso confinar”. “Al legislar sobre la familia, la sexualidad, la biología, la vida y la muerte –escribe Julliard–, los peligros de un enfrentamiento del Estado con el catolicismo, pero también con el islam y el judaísmo, se multiplican y adquieren un cariz político”.
Lo íntimo adquiere un contenido político, y eso es lo que da alas a un candidato a la presidencia como François Fillon, católico practicante. ¿Se equivocó el laicismo francés? Julliard cree que sí. Según él, la ley que autoriza el matrimonio para todos, incluidos homosexuales y lesbianas, podía haberse promulgado sin más, es decir, sin el menosprecio hacia los católicos que se opusieron a ella, incluida la porra de los gendarmes. Ignoro el peso que pueda tener el voto católico en las próximas presidenciales francesas, pero hay algo que no admite dudas: la sociedad francesa está cambiando, los católicos de derechas y practicantes salen de las catacumbas y se están organizando. La insurrección católica se ha puesto en marcha.
Leo en este diario que el festival Temporada Alta de Girona cierra su 25.ª edición con un índice de frecuentación que roza el cien por ciento de espectadores, lo cual es un justo motivo de orgullo para todo su equipo, empezando por su director, Salvador Sunyer, y para todos los amantes del teatro y de las artes escénicas de este país. Entre los espectáculos que han destacado en la presente temporada, nuestro diario menciona Davant la jubilació, la obra de Thomas Bernhard interpretada por Mercè Arànega, Pep Cruz y Marta Angelat, con dirección de Krystian Lupa. El director polaco acaba de presentar en París tres obras más de Thomas Bernhard, en los teatros del Odéon, el teatro Des Abbesses y el teatro de la Colline, todas ellas dentro del Festival de Otoño que se celebra en la capital francesa. Al final de la representación de Des arbres à abattre, en el Odéon, los actores del teatro Polski de Wroclaw (Polonia) salieron a saludar con un esparadrapo negro tapándoles la boca. ¿Por qué ese esparadrapo? Para manifestar su protesta por la sustitución del director del Polski, el gran Krysztof Mieszkowski, por una estrella de la televisión, Cezary Morawski, un actor sin experiencia, sustitución impuesta por el Gobierno polaco tras la llegada al poder del partido de extrema derecha Derecho y Justicia (PiS).
El Polski es el teatro donde solía trabajar Krystian Lupa en Polonia, pero ya no podrá hacerlo. Hace poco empezó a ensayar una adaptación de El proceso, de Kafka, y tuvo que dejarlo: se había convertido en una persona non grata. Unos días más tarde, once actores eran despedidos del teatro, tres de ellos se encontraban entre los cómicos del Odéon que saludaron con el esparadrapo en los labios.
Pero en el teatro Polski también protestan los espectadores. Cuando eso ocurre, el nuevo director apaga las luces del escenario, y si no consigue hacerles callar, no duda en apagar también las luces de la sala, dejando todo el teatro a oscuras, lo cual, en el caso de que cunda el pánico, resulta un tanto peligroso. El nuevo director ha anulado ya siete espectáculos y los ha sustituido por otros, invitando a compañías adictas al régimen, de talante fascistoide. El día del estreno del primer espectáculo había 25 espectadores, el segundo 5… Y ya no hubo tercer día. Todo esto lo cuenta el propio Lupa a un periodista del diario Libération (16 de diciembre). Afortunadamente, el director polaco es una figura del teatro internacional y jamás le faltará un escenario donde mostrar sus creaciones. Este año es la quinta vez que Krystian Lupa visita Temporada Alta y confiamos en que no sea la última.
P.S. La señora Carme Riera escribía el pasado domingo en este diario: “Los más grandes autores son, a mi juicio, los que mejor escogen los adjetivos. En catalán, Pla y Sagarra. Huelga decir que me refiero al escritor y no a su hijo, el cronista”. Señora Riera: Si habla usted de la lengua catalana y menciona a Pla y Sagarra, tenga por seguro que a ningún lector de este diario se le ocurrirá pensar, ni estando borracho, que pueda usted referirse a mí. Yo escribo en castellano y soy un desastre con los adjetivos.
Es la propia ‘gauche’ la que al cargarse a Hollande se ha cargado a sí misma, y mucho me temo que lo lamentará