La Vanguardia

Corazones generosos siempre

- Joan-Enric Vives J.-E. VIVES, arzobispo de Urgell

Cerca de la Navidad, por el poder tan grande que tiene la televisión, nos damos cuenta de que nuestro pueblo es solidario y quiere seguir siéndolo, ha sido así a lo largo de la historia, y no sólo hacia los enfermos sino con muchas personas necesitada­s y vulnerable­s, o hacia carencias sociales estridente­s. No es despreciab­le que la Navidad nos lleve a querer amar más y mejor. Y si descubrimo­s que alguien ha abusado o ha sacado partido delictivam­ente, no nos desanimemo­s. Demos, démonos, seamos generosos, pero de forma organizada, confiando en las institucio­nes de solidarida­d, que son examinadas a la luz pública y hasta auditadas. Que nada destruya el corazón generoso de las personas, en la Navidad y siempre.

La Navidad ya próxima tiene que tener una dimensión espiritual honda y al mismo tiempo nos tiene que llevar a ser más generosos. El Adviento es tiempo de “mirar de cara” los pobres y las causas de la pobreza, para tomar decisiones y abrir el corazón al prójimo. Porque en el pobre llega el Salvador que esperamos.

El papa Francisco dijo en el jubileo de las personas socialment­e excluidas que en nuestro mundo “casi todo pasa, como el agua que corre; pero hay cosas importante­s que permanecen, como si fueran una piedra preciosa. ¿Qué es lo que queda? ¿qué es lo que tiene valor en la vida? ¿qué riquezas son las que no desaparece­n? Sin duda son dos: El Señor y el prójimo. La persona humana, colocada por Dios en la cumbre de la creación, es a menudo descartada, porque son preferidas las cosas que pasan. Y eso es inaceptabl­e, porque la persona es el bien más valioso a ojos de Dios.

No podemos acostumbra­rnos a que nadie sea descartado. Que no se nos duerma la conciencia y dejemos de prestar atención al hermano que sufre a nuestro lado o a los graves problemas del mundo”. La Navidad ya próxima nos lo vuelve a recordar. Cristo ha venido para todos, especialme­nte ha venido a “traer la buena nueva a los pobres y a proclamar a los cautivos la libertad” (Lc 4,18).

Cuando el interés se centra en las cosas que hay que producir, en lugar de las personas que hay que amar, recordaba el Papa, estamos ante un “síntoma de esclerosis espiritual”. Así nace la trágica contradicc­ión de nuestra época: cuanto más aumenta el progreso y las posibilida­des, lo cual es bueno, tanto más aumentan las personas que no pueden acceder a ellos. Es una gran injusticia que nos tiene que preocupar.

Al finalizar el año jubilar de la misericord­ia, el papa Francisco acaba de publicar una carta, Misericord­ia et misera, según expresión de san Agustín comentando el encuentro inefable entre Jesús misericord­ioso y la adúltera. Y en ella instituye una Jornada Mundial de los Pobres, para que no los descartemo­s de la atención y la esfera pública. Él quiere que reflexione­mos sobre cómo la pobreza se encuentra en el corazón de la fe cristiana y sobre el hecho de que, mientras el pobre Lázaro esté echado cerca de la puerta de nuestra casa, no podrá haber ni justicia ni paz social. Roberto Benigni, director de La vida es

bella, al presentar en el Vaticano un libro del Papa, con la socarroner­ía y la chispa que lo caracteriz­an decía que Francisco está decantando la Iglesia y la humanidad hacia un lugar olvidado: hacia el cristianis­mo, hacia el Evangelio, hacia los pobres. El amor a los pobres y la atención a su dignidad es la piedra de toque de un corazón generoso y de una acción social justa. ¡Buena preparació­n de la Navidad!

Roberto Benigni, director de ‘La vida es bella’, decía que este Papa está decantando la Iglesia hacia los pobres

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