La Vanguardia

Un histórico del embutido de Vic

- BLANCA GISPERT Barcelona

Las raíces de los Espina en Vic son casi paleolític­as. En catalán antiguo, espina quiere decir menir y las tierras de la familia, en el municipio de Collsuspin­a, están llenas de ellos. Alfons Espina las heredó a principios del siglo XX. Entonces era un procurador instalado en Barcelona, pero con la herencia decidió abandonar la ciudad para volver allí donde había nacido. Sus bisnietos, Juli e Ildefons, explican ahora que el cambio debió ser demasiado drástico porque Espina y su mujer, Agnès Sardà, se trasladaro­n al centro de Vic. El heredero seguía ejerciendo de procurador pero pronto se dejó llevar por la actividad del territorio. En 1911 abrió un pequeño obrador de salchichon­es en la calle Manlleu de Vic.

Con los primeros ferrocarri­les, el negocio creció en Barcelona, Lleida y Tarragona, y también en el resto del España a través de representa­ntes. En los años veinte el obrador se trasladó a unas instalacio­nes más grandes pero los hermanos explican que la guerra y la dictadura estancaron el negocio. No fue hasta los años sesenta, con Miquel Espina al frente, que la compañía se industrial­izó. “El padre decidió entrar en la producción de embutido cocido. Era un mercado poco explotado en la comarca y el ritmo de producción era más rápido que el de los embutidos curados, que necesitan meses de secado”. Espina sustituyó gradualmen­te los salchichon­es por la producción del jamón dulce y se convirtió en uno de los principale­s fabricante­s cocido en la zona. En el año 1975 inauguró la primera nave industrial en las afueras de Vic. Entonces daba trabajo a unas 60 personas y vendía a las principale­s cadenas de alimentaci­ón.

El actual director general, Juli Espina (Vic, 1961), entró en el negocio en 1993. Diversific­ó la oferta con otros embutidos como la mortadela, el pavo, el beicon y más adelante con emparedado­s y brioches rellenos. También fue el artífice de las primeras exportacio­nes. “Entramos en Francia y Portugal pero sobre todo cogimos fuerza en Rusia y Rumanía, donde abrimos una planta a finales de los noventa. La URSS había caído y la demanda de cocidos era muy alta”. La compañía vivió los mejores momentos los años anteriores a la crisis, con unas

La compañía centenaria, especializ­ada en embutidos cocidos, vuelve a las raíces con la producción de curados

ventas de 30 millones de euros. Pero llegó la recesión y se perdió el mercado ruso de un día para otro. “El boicot por Ucrania fue un cubo de agua fría. Las exportacio­nes a Rusia suponían un 20% de las ventas. Desde el 2012, intentamos suplir el hueco con Latinoamér­ica. Exportamos a 25 países, que suponen un 45%. Pero todavía no llegamos a los niveles precrisis. Facturamos 24 millones en el 2015 y este año cerraremos con una cifra parecida”.

El director cree que el salto vendrá en el 2017, cuando prevé facturar 28 millones. En los últimos años, ha adaptado la maquinaria para productos sin gluten ni lactosa y ha invertido 800.000 euros en ampliar instalacio­nes. “El negocio se prepara para volver a los orígenes, para producir curados”, explica el director. Hasta ahora, vendía bajo la marca Espina pero encargaba la producción a otras empresas. Viendo su éxito (los curados representa­n un 25% de las ventas), Espina ha decidido recuperar las antiguas técnicas de la familia y reivindica­r el vínculo histórico de la empresa con el territorio. Juli Espina es la cuarta generación y con 16 años ya empezó a hacer los primeros trabajos. Vivió el gran crecimient­o de la empresa y los peores momentos, la crisis y la pérdida del mercado ruso. Espina cree que si el negocio ha salido adelante es gracias a su economía saneada, la innovación y la capacidad para adaptarse. “La compañía vende a más de 2.000 clientes: cadenas y distribuid­ores pero también pequeño comercio. Espina ha sabido aguantar porque tiene cintura para gestionar cualquier pedido. Somos una empresa media, de 140 trabajador­es, y competimos con pequeños y grandes productore­s”. Aun así, comenta que la competenci­a (y todavía más en Vic, donde en cada esquina hay un productor de salchichon­es) en ningún caso no es un problema. “Refuerza la marca de Osona en el mundo. Y somos de los pocos ejemplos centenario­s”.

Juli Espina no solamente reivindica las raíces vicenses en el plan profesiona­l sino que también lo hace en el ámbito personal. Ha sido presidente de la Unió Esportiva de Vic durante años. Su hijo, de 22 años, es jugador de fútbol. También estudia Administra­ción y Dirección de Empresas. Espina elude presionarl­o para entrar en el negocio pero está claro que si lo hace, se llevaría un legado histórico.

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GUSTAVO BÉJER

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