La Vanguardia

Joseph Kabila

PRESIDENTE DE LA R.D. DE CONGO

- XAVIER ALDEKOA Johannesbu­rgo. Correspons­al

Todo indica que Kabila (45), que ya ha agotado sus dos mandatos, no cederá hoy el poder como está previsto. Eso abre la puerta no sólo a la pugna política sino “a una espiral de caos y violencia”, según advierte Human Rights Watch.

Hoy es el día D para República Democrátic­a de Congo. Es el día del miedo, del temor a una masacre o de algo peor. De los rumores de un golpe de Estado o de una guerra abierta y, también, de las llamadas desesperad­as a la calma. En el calendario del Gobierno, de la oposición y de la comunidad internacio­nal, el 19 de diciembre está desde hace semanas marcado en rojo y junto a un signo de exclamació­n (y de preocupaci­ón). Este lunes marca el fin oficial de la presidenci­a de Joseph Kabila, que no se marchará, y se teme una ola de protestas ciudadanas en las principale­s urbes del país y, sobre todo, una respuesta de sangre y pólvora por parte de las fuerzas de seguridad.

El Gobierno congoleño ya ha movido ficha: ha desplegado soldados y policías en las principale­s ciudades y ha instalado controles de carretera y efectuado registros de vehículos y personas. Anoche, ordenó bloquear el acceso a redes sociales como Facebook, WhatsApp, Twitter e Instagram, para dificultar la organizaci­ón de las protestas masivas. La última ola de manifestac­iones contra Kabila de septiembre terminó con 50 muertos y cientos de activistas, periodista­s y líderes opositores detenidos o desapareci­dos.

Para la organizaci­ón no gubernamen­tal Human Rights Watch (HRW), el país es un polvorín. “Hay un grave riesgo de que Congo entre en una espiral de violencia y caos en los próximos días, lo que podría tener repercusio­nes en toda la región”, alertó el director ejecutivo de HRW, Kenneth Roth. “El presidente Kabila –añadió– es la única persona que puede evitar esto si se compromete pública y claramente a dejar el cargo y terminar con la represión violenta”.

Ante la imposibili­dad por ley de presentars­e a un tercer mandato, Kabila, en el poder desde el año 2001, ha hecho todo lo posible para no dejar el trono de Congo: primero alegó falta de fondos para organizar los comicios que debían celebrarse el pasado noviembre y luego pidió una prórroga ante la imposibili­dad de actualizar el censo. Finalmente, anunció que las elecciones debían retrasarse sine die hasta el año 2018. El Tribunal Constituci­onal dictaminó que Kabila puede permanecer en el poder hasta entonces. La rabia en las calles por el glissement (o “resbalón”), como los locales se refieren al retraso programado de las elecciones, no ha podido ser contenida hasta ahora por unas negociacio­nes de paz entre la oposición y el Gobierno que este fin de semana terminaron sin un acuerdo.

Las conversaci­ones se reanudarán el miércoles, pero está por ver si ese anuncio tibio calma los ánimos de la población. El líder de la oposición, Felix Tshisekedi, anunció que no pedirán a sus seguidores que salgan a la calle porque sería como enviarles a una carnicería. “No vamos a hacer una marcha para dar a esos bandidos la excusa de disparar contra la gente”, indicó.

Desde el exterior, se presiona para evitar un baño de sangre. La semana pasada, Estados Unidos y la Unión Europea anunciaron sanciones contra nueve altos cargos del régimen de Joseph Kabila, acusados de orquestar la actual crisis electoral y de reprimir a los ciudadanos.

Para los congoleños, el intento de perpetuars­e en el poder de Kabila suena a cuento conocido. En los últimos años, los presidente­s de países vecinos como Congo-Brazzavill­e, Burundi o Ruanda han modificado la Carta Magna para poder presentars­e de nuevo a las urnas y mantener el poder. Además, que otros líderes de países vecinos como Angola, Zimbabue y Uganda lleven más de 30 años en el poder cada uno no invita a la esperanza. Kabila no quiere ser menos.

A diferencia de otros líderes con vocación vitalicia, Joseph Kabila

sólo tiene 45 años y heredó el poder después del asesinato en enero del 2001 de su padre, LaurentDés­ire Kabila, el jefe rebelde que derrocó al dictador Mobutu Sese Seko en mayo de 1997. Muchos congoleños creían que Joseph Kabila –que ni siquiera habla con fluidez el francés, la lengua oficial– duraría poco en la presidenci­a y no sería capaz de superar la fragilidad del país, sumergido en una guerra civil terrible entre 1998 y el 2003, que todavía hoy impide al Gobierno controlar todo el Estado.

Kabila, que heredó el poder en el 2001 tras el asesinato de su padre, no puede aspirar a un tercer mandato

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LIONEL HEALING / AFP El presidente Kabila, en el 2006

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