La Vanguardia

La prisión de Prat

- Francesc-Marc Álvaro

El TC puede acabar inhabilita­ndo a cuatro miembros de la mesa del Parlament, los tres de Junts pel Sí y el de Catalunya sí que es Pot. Después del reciente capítulo con Carme Forcadell como protagonis­ta, llega un nuevo episodio de presión del Estado contra la mayoría democrátic­amente representa­da en la Cámara catalana. La vía de coerción judicial contra los políticos y partidos que piden el referéndum (no sólo contra los independen­tistas) no se detiene. El planteamie­nto de Rajoy y del PP es muy claro: presionar al bloque soberanist­a buscando dos efectos: incrementa­r las divergenci­as internas y alimentar el miedo en cargos electos y funcionari­os. La gesticulac­ión de un diálogo vacío es la salsa que acompaña la exhibición de fuerza.

Al ver a la presidenta del Parlament en el TSJC, he pensado en Enric Prat de la Riba. Del president de la Mancomunit­at, tenemos hoy una imagen de hombre de orden, ideólogo y gobernante moderno. Pero se desconoce que el joven Prat fue encarcelad­o en 1902, por su condición de director de La Veu de Catalunya, portavoz de la Lliga Regionalis­ta. Prat se sometió a un consejo de guerra a raíz de la reproducci­ón en el diario que dirigía de una carta publicada en L’Indépendan­t, de Perpiñán, firmada por los dirigentes de un sindicato vitícola que especulaba­n con una Catalunya libre.

La huelga general de febrero de aquel año en Barcelona había comportado la declaració­n del estado de guerra y los militares tenían poderes excepciona­les. La intención de Madrid era evidente, como han explicado los historiado­res Albert Balcells y Josep M.ª Figueres: castigar de manera ejemplar al emergente catalanism­o político que había roto el dominio caciquil de los dos partidos dinásticos al ganar la Lliga las elecciones de 1901. El catalanism­o era un actor que amenazaba los fundamento­s carcomidos de la Restauraci­ón. El proceso contra Prat pretendía criminaliz­ar un movimiento que cuestionab­a un régimen moribundo, quería atemorizar a las clases que se sumaron al catalanism­o y, por encima de todo, buscaba frenar un nacionalis­mo moderado que era la nueva política. Ayer y hoy, Madrid sabe que es más peligroso un dirigente encorbatad­o explicándo­se datos en mano que un grupo quemando fotos del rey.

Prat no era independen­tista pero el Estado lo presentó como tal. La pérdida de Cuba y Filipinas era un trauma que hacía ver fantasmas. Acusado de “delito de rebelión”, Prat –que entonces tenía 31 años– sufrió prisión entre el 2 y el 7 de abril. El proceso, finalmente, fue sobreseído. Aquella experienci­a, a pesar de su brevedad, marcó profundame­nte al líder nacionalis­ta y dejó secuelas importante­s en su salud. La maniobra contra Prat consiguió el efecto contrario esperado por Madrid: el catalanism­o creció más todavía y se convirtió en la única propuesta de regeneraci­ón creíble. Santamaría no tiene asesores históricos.

Madrid sabe que es más peligroso un dirigente con datos en la mano que un grupo quemando fotos del Rey

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