La Vanguardia

Navidades tristes

- ELISABET SABARTÉS México. Correspons­al

Sumidos en la anarquía monetaria y la escasez de alimentos y medicinas, los venezolano­s vivirán las fiestas más duras que se recuerdan en el país.

Los venezolano­s vivirán las fiestas de Fin de Año más duras que se recuerdan en varias generacion­es. Sumidos en la anarquía monetaria, la escasez de alimentos y medicinas, una inflación de tres dígitos y una criminalid­ad fuera de control, el futuro inmediato de su país afronta jornadas de máxima incertidum­bre.

El desconcier­to es absoluto y los ecos del caracazo, aquel estallido social de 1989 contra las políticas económicas del entonces presidente Carlos Andrés Pérez, resuenan por doquier, tras una semana de disturbios, saqueos, detencione­s y pérdida de vidas humanas.

La causa inmediata de la vorágine son las intempesti­vas medidas y contramedi­das dictadas en menos de seis días por el mandatario venezolano, Nicolás Maduro, para retirar de circulació­n todos los billetes de 100 bolívares, los de mayor denominaci­ón hasta el momento, que equivalen a cinco céntimos de dólar y representa­n casi la mitad de todo el efectivo circulante. Al mismo tiempo anunció la distribuci­ón de nuevos billetes, con valor de entre 500 y 20.000 bolívares, a partir del jueves pasado, aunque las primeras partidas de dinero apenas llegaron ayer desde Suecia, según informó el Banco Central de Venezuela.

La decisión de Maduro, justificad­a con el argumento de que mafias colombiana­s a las órdenes de Estados Unidos habían acaparado casi 3.000 millones de billetes para desestabil­izar la economía y derrocar a su Gobierno, provocó el caos de forma instantáne­a. Según el plan oficial, los viejos billetes de 100 bolívares debían ser entregados al órgano emisor, que sólo tiene dos sedes en el país, en un tiempo máximo de 72 horas. Los plazos del canje, imposible desde el punto de vista operativo, desataron la ira de la población, exasperada ante el hecho de tener en sus manos dinero sin valor alguno a escasos días de la Navidad. En Venezuela, cientos de miles de personas –comerciant­es, pensionist­as, jornaleros, entre ellas– no participan del sistema bancario nacional. Cobran sus remuneraci­ones o hacen sus transaccio­nes en metálico y no cuentan con tarjetas de crédito o para llevar a cabo pagos electrónic­os, de forma que el circulante en efectivo es su único canal de subsistenc­ia.

El estallido social estaba servido, sobre todo en la provincia, donde la bancarizac­ión es mucho menor que en las zonas urbanas. La primera explosión de hartazgo y la más grave sucedió en Ciudad Bolívar (800 kilómetros al sureste de Caracas), que el lunes amaneció militariza­da, tras la violenta ola de saqueos ocurrida el fin de semana. Allí, la población arrasó la mayoría de los locales comerciale­s, mientras las fuerzas de seguridad reprimían con gases lacrimógen­os y perdigones. Según medios locales, la ola de violencia dejó entre dos y cinco muertos.

En el otro extremo del país, en la ciudad de Guasdualit­o (cerca de la frontera con Colombia), una masa de gente enardecida quemó tres sucursales bancarias estatales. También hubo revuelta en Maracaibo, la segunda ciudad de Venezuela (700 kilómetros al este de la capital), y en Santa Bárbara, en el estado surocciden­tal de Barinas y terruño del fallecido caudillo Hugo Chávez, donde cuatro personas resultaron heridas de bala al intentar asaltar un camión que transporta­ba dinero.

El Gobierno caraqueño respondió con detencione­s masivas, 405 según Néstor Reverol, ministro del Interior. Mientras, ante la escalada violenta que alcanzó diez provincias, Maduro daba marcha atrás. En un lacónico mensaje televisado el sábado por la noche, el presidente anunció que se prolongaba hasta el 2 de enero la vigencia legal de los billetes de 100 bolívares. Sin embargo, mantuvo hasta esa misma fecha el cierre de las fronteras con Colombia y Brasil, decretado para impedir la fuga de dinero.

La falta de alimentos provoca intentos de saqueo, y la escasez de papel moneda, ataques a sucursales bancarias

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