Alepo, bajo el ‘califato’
Los ‘otros refugiados’ hacen cola para recuperar su vivienda mostrando su título de propiedad o el alquiler
En el umbral, el capitán Akram me muestra la espada, una espada herrumbrosa, con la que los fanáticos del islam decapitaban a sus víctimas en este suburbio de Hasaken Hano, en la extensa periferia de Alepo. Al pie de las escaleras, hay unas losas de piedra, apoyadas en el murete sobre el que los condenados eran decapitados. En este edificio que es ahora centro de la policía militar, efectuaban sus juicios inapelables, de acuerdo con la charia.
Hasaken Hano es uno de los 110 grandes suburbios que rodean Alepo, la provincia más poblada de Siria. Hano es el nombre del núcleo central de esta inmensa zona devastada en los principios de la rebelión contra el Gobierno de Damasco, cuando los grupos armados de la oposición la conquistaron. No es un suburbio pobre ni marginal, sino bloques de viviendas bien construidas, de adecuada infraestructura urbana con parques, espacios públicos ajardinados, edificios de centros deportivos y culturales, construidos hace tres décadas.
Esta extensa población liberada en recientes jornadas se halla enclavada en la zona industrial de Alepo entre los pabellones de fábricas textiles, de talleres, que hicieron de esta ciudad un gran centro de actividad económica. Sobre sus tejados, en esquinas de calles con patrullas militares, ondean banderas sirias, entre las que me llaman la atención algunas con estrellas con fondo amarillo, las de los grupos kurdos aliados del ejército regular.
En lo que fue su centro cultural, el Estado Islámico (EI) y la Liua al Tauhid que dominaban esta población establecieron una sede de gobierno. En uno de los pasillos pude ver un gráfico con el organigrama del califato que anhelaban imponer con sus grados políticos, administrativos –el Consejo de la Uma, el Tribunal de la charia, ministerios, direcciones generales por ejemplo de información–. En el aula de una escuela vecina, vi bombas de fabricación casera, llamadas cañones del infierno, sillas de ruedas en las que acoplaban cargas explosivas, que podían ser teledirigidas, proyectiles Grad enviados por Arabia Saudí al imán del Ejército de la Conquista, uno de los grupos armados que se adueñaron de Hano. En cada proyectil estaba grabado el nombre del jeque saudí que lo había patrocinado con su dinero a sus sometidos combatientes de la guerra de Siria.
El EI aseguró ayer que había derribado un helicóptero militar ruso en la provincia central de Homs, donde siguen los combates.
En las anchas calles de Hano se ven largas colas, sobre todo de mujeres suníes, cubiertas con velos negros, que esperan sus raciones de comida diarias. Los iraníes distribuyen con rapidez la ayuda alimentaria, como los rusos les atienden con cuidados médicos. Los sirios se lamentan de que no haya ayuda de Europa, debido a que se opone al régimen en el poder.
El Programa Mundial de Alimentos de la ONU calcula en 20.000 los desplazados de Alepo que están recibiendo comida caliente y pan fresco, esperado como el maná porque casi todas las panaderías habían sido destruidas.
Hay colas de los otros refugiados, los que hubieron de huir cuando llegaron los rebeldes o porque el régimen les bombardeaba, ante las mesas del mujtar o alcalde de barrio y de sus subordinados, para efectuar formalidades administrativas que les permitan, exhibiendo sus títulos de propiedad o contratos de alquiler, regresar a sus viviendas. Miles de personas recorren los barrios orientales de la ciudad en busca de cobijo. Extrañamente no se ven de noche patrullas de vigilancia.
Muchos de los solicitantes de vivienda llegan del gran centro de acogida de refugiados de Yibrin, cerca del aeropuerto de Alepo. Miles de personas han sido evacuadas ya del este de la ciudad y 500 han llegado de Fua y Kafraya. Muchas mujeres se me acercan al verme tomar notas para contarme que tienen tres, cuatro, seis hijos, y me piden que apunte sus nombres. ¡Es el prestigio ancestral de la escritura!