La Vanguardia

Vides bajo las bombas

- THOMAS HELM Barcelona

Mientras la guerra en Siria prosigue, dos hermanos quieren permanecer fieles a su misión: producir lo que muchos han llamado “el vino más peligroso del mundo”, y así mantener una pequeña porción de normalidad en un país roto por la violencia sectaria.

Sandro y Karim Saadé, miembros de la comunidad cristiana siria (10% de la población), trabajan en su vino, Bargylus, que se ha convertido en símbolo de la resistenci­a humana, o más bien, en un milagro, no sólo por las condicione­s de su producción, sino por el elogio que ha recibido: el de “mejor vino del Mediterrán­eo oriental”, según el destacado crítico Jancis Robinson.

“Bargylus tiene un terroir impresiona­nte. A la vez, hemos invertido mucho para desarrolla­r un vino de normas internacio­nales,” afirma Karim Saadé, cuya inversión cuenta con el apoyo de Stéphane Derenoncou­rt, ilustre consultor de vino francés, que es parte del proyecto desde el 2003, en los comienzos de Bargylus.

Sin embargo, ni los hermanos Saadé ni Derenoncou­rt han podido visitar el viñedo, situado en el valle del Orontes, cerca de la ciudad de Latakia (noroeste de Siria), durante más de cinco años. Como figuras públicas con un apellido histórico (los Saadé eran grandes terratenie­ntes en Siria), los hermanos se arriesgarí­an tanto a la violencia ordinaria de la guerra como a un secuestro con fines de rescate. Es más seguro para ellos quedarse en Beirut.

Mantener un viñedo a distancia supone enormes problemas logísticos. Todos los años, cuando se acerca la época de la cosecha, varios taxis transporta­n unas uvas de muestra conservada­s en hielo a través de la frontera, para que puedan ser probadas. Es un proceso lento y costoso, y este año los taxis fueron y vinieron siete veces antes de que los hermanos pudieran determinar el momento perfecto para empezar la recogida. “Las fronteras no están siempre abiertas. A veces hay limitacion­es en materia de seguridad en la carretera, como se puede imaginar”, explica Karim en una entrevista por videoconfe­rencia.

Hay otro método un poco más sutil para luchar contra la guerra: la elección del vocabulari­o. “En este momento no hay un ambiente muy seguro. Pero eso es consustanc­ial a cualquier país en guerra. Nos han aconsejado no ir allí con frecuencia”, dice Karim, a su manera típicament­e comedida. Para Karim y Sandro, los eufemismos son tanto armas contra la guerra como una conciencia diligente de los riesgos que corren. Los bombardeos y cierres de frontera se convierten en “complicaci­ones”, tiroteos y bombas en “limitacion­es en materia de seguridad”. Karim está solamente esperando que “las cosas se tranquilic­en” para que su familia pueda volver a casa. La normalidad es una costumbre, forjada en la repetición, en la rutina, en la lengua.

Para aliviar el impacto psicológic­o de la guerra sobre los trabajador­es que se quedan en el viñedo, los hermanos Saadé pagan a todos el mismo salario que recibían antes de la guerra, pero en dólares estadounid­enses. Antes de la guerra, un dólar valía aproximada­mente 43 libras sirias. Ahora vale 213. Tal devaluació­n extrema, junto con la tasa de inflación más alta del mundo (193% según el Instituto Cato) y una fuerte subida de los precios, sobre todo del pan y la gasolina, hace cada vez más difícil la vida cotidiana. Pagar en dólares, sin embargo, en palabras de Johnny Modawar, jefe de comunicaci­ones de Bargylus, “mantiene la estabilida­d en el equipo y los focaliza en su trabajo”. Es decir, una acción que mantiene tanto la moral como la capacidad productiva.

“Nuestra misión es sostener familias que, de otro modo, tendrían que emigrar”, dice Karim. Su método funciona. Mientras que unos 6,3 millones de refugiados sirios han huido del país desde el inicio de la guerra en marzo del 2011, según estadístic­as de las Naciones Unidas, los 25 trabajador­es de Bargylus y sus familias se han quedado.

Sin embargo, la estabilida­d financiera no elimina los riesgos mortales. Aunque ubicado en una zona “relativame­nte segura”, el viñedo ya ha sufrido daños por bombardeos. En agosto del 2014, estalló un tiroteo entre las fuerzas gubernamen­tales y los rebeldes a no más de 100 metros de la finca. Por suerte, hasta ahora nadie ha resultado herido.

“Cada ocho o nueve meses tenemos bombardeos aleatorios. Tenemos que ser resistente­s y seguir haciendo nuestro trabajo”, dice Karim, reacio a precisar quiénes son exactament­e los responsabl­es de los bombardeos.

Sus reticencia­s tienen buenas razones. En Bargylus hay personas de todas las etnias: cristianos, suníes, alauíes, todos trabajando juntos en un ambiente secular completame­nte ajeno a la política. El vino ha llegado a simbolizar no solamente la continuida­d y la resistenci­a, sino también la solidarida­d entre grupos que, en otros contextos, se estarían matando. Sin embargo, es un delicado equilibrio. “No entramos en política. Nuestra misión es trabajar juntos a pesar de diferencia­s que puedan surgir. A ellos les encanta el proyecto. Quieren protegerlo”, asegura Karim.

Si la actividad de los hermanos Saadé representa una forma de continuida­d en tiempos de guerra, el vino mismo desafía un mar igualmente inquieto: el tiempo. Según cuenta Plinio el Viejo, las uvas floreciero­n en las laderas de la montaña Bargylus durante la época grecorroma­na y aún más atrás. Los hermanos Saadé hablan de la edad de bronce, cuando los fenicios exportaban uvas de Bargylus al Egipto de los faraones.

Karim habla en tono directo sobre su producto: “El sabor del vino ha cambiado mucho en el curso de los milenios que han pasado. Hoy en día necesitas mucha inversión financiera y humana, pero la cantidad no es tan importante”. Y ahora que la vendimia del 2016 ha terminado, los hermanos son optimistas. Dicen que ha sido un muy buen año para el vino. Salvo una guerra nuclear, el sol y la tierra son elementos que ninguna bomba o tiroteo puede afectar.

Dirigen el viñedo desde Beirut: se hacen llevar uvas en taxi para probarlas y decidir la vendimia

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política”. Karim y Sandro Saadé también tienen otro viñedo en Líbano, en el valle
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BARGYLUS. “No entramos en política”. Karim y Sandro Saadé también tienen otro viñedo en Líbano, en el valle de la Beqaa

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