Vides bajo las bombas
Mientras la guerra en Siria prosigue, dos hermanos quieren permanecer fieles a su misión: producir lo que muchos han llamado “el vino más peligroso del mundo”, y así mantener una pequeña porción de normalidad en un país roto por la violencia sectaria.
Sandro y Karim Saadé, miembros de la comunidad cristiana siria (10% de la población), trabajan en su vino, Bargylus, que se ha convertido en símbolo de la resistencia humana, o más bien, en un milagro, no sólo por las condiciones de su producción, sino por el elogio que ha recibido: el de “mejor vino del Mediterráneo oriental”, según el destacado crítico Jancis Robinson.
“Bargylus tiene un terroir impresionante. A la vez, hemos invertido mucho para desarrollar un vino de normas internacionales,” afirma Karim Saadé, cuya inversión cuenta con el apoyo de Stéphane Derenoncourt, ilustre consultor de vino francés, que es parte del proyecto desde el 2003, en los comienzos de Bargylus.
Sin embargo, ni los hermanos Saadé ni Derenoncourt han podido visitar el viñedo, situado en el valle del Orontes, cerca de la ciudad de Latakia (noroeste de Siria), durante más de cinco años. Como figuras públicas con un apellido histórico (los Saadé eran grandes terratenientes en Siria), los hermanos se arriesgarían tanto a la violencia ordinaria de la guerra como a un secuestro con fines de rescate. Es más seguro para ellos quedarse en Beirut.
Mantener un viñedo a distancia supone enormes problemas logísticos. Todos los años, cuando se acerca la época de la cosecha, varios taxis transportan unas uvas de muestra conservadas en hielo a través de la frontera, para que puedan ser probadas. Es un proceso lento y costoso, y este año los taxis fueron y vinieron siete veces antes de que los hermanos pudieran determinar el momento perfecto para empezar la recogida. “Las fronteras no están siempre abiertas. A veces hay limitaciones en materia de seguridad en la carretera, como se puede imaginar”, explica Karim en una entrevista por videoconferencia.
Hay otro método un poco más sutil para luchar contra la guerra: la elección del vocabulario. “En este momento no hay un ambiente muy seguro. Pero eso es consustancial a cualquier país en guerra. Nos han aconsejado no ir allí con frecuencia”, dice Karim, a su manera típicamente comedida. Para Karim y Sandro, los eufemismos son tanto armas contra la guerra como una conciencia diligente de los riesgos que corren. Los bombardeos y cierres de frontera se convierten en “complicaciones”, tiroteos y bombas en “limitaciones en materia de seguridad”. Karim está solamente esperando que “las cosas se tranquilicen” para que su familia pueda volver a casa. La normalidad es una costumbre, forjada en la repetición, en la rutina, en la lengua.
Para aliviar el impacto psicológico de la guerra sobre los trabajadores que se quedan en el viñedo, los hermanos Saadé pagan a todos el mismo salario que recibían antes de la guerra, pero en dólares estadounidenses. Antes de la guerra, un dólar valía aproximadamente 43 libras sirias. Ahora vale 213. Tal devaluación extrema, junto con la tasa de inflación más alta del mundo (193% según el Instituto Cato) y una fuerte subida de los precios, sobre todo del pan y la gasolina, hace cada vez más difícil la vida cotidiana. Pagar en dólares, sin embargo, en palabras de Johnny Modawar, jefe de comunicaciones de Bargylus, “mantiene la estabilidad en el equipo y los focaliza en su trabajo”. Es decir, una acción que mantiene tanto la moral como la capacidad productiva.
“Nuestra misión es sostener familias que, de otro modo, tendrían que emigrar”, dice Karim. Su método funciona. Mientras que unos 6,3 millones de refugiados sirios han huido del país desde el inicio de la guerra en marzo del 2011, según estadísticas de las Naciones Unidas, los 25 trabajadores de Bargylus y sus familias se han quedado.
Sin embargo, la estabilidad financiera no elimina los riesgos mortales. Aunque ubicado en una zona “relativamente segura”, el viñedo ya ha sufrido daños por bombardeos. En agosto del 2014, estalló un tiroteo entre las fuerzas gubernamentales y los rebeldes a no más de 100 metros de la finca. Por suerte, hasta ahora nadie ha resultado herido.
“Cada ocho o nueve meses tenemos bombardeos aleatorios. Tenemos que ser resistentes y seguir haciendo nuestro trabajo”, dice Karim, reacio a precisar quiénes son exactamente los responsables de los bombardeos.
Sus reticencias tienen buenas razones. En Bargylus hay personas de todas las etnias: cristianos, suníes, alauíes, todos trabajando juntos en un ambiente secular completamente ajeno a la política. El vino ha llegado a simbolizar no solamente la continuidad y la resistencia, sino también la solidaridad entre grupos que, en otros contextos, se estarían matando. Sin embargo, es un delicado equilibrio. “No entramos en política. Nuestra misión es trabajar juntos a pesar de diferencias que puedan surgir. A ellos les encanta el proyecto. Quieren protegerlo”, asegura Karim.
Si la actividad de los hermanos Saadé representa una forma de continuidad en tiempos de guerra, el vino mismo desafía un mar igualmente inquieto: el tiempo. Según cuenta Plinio el Viejo, las uvas florecieron en las laderas de la montaña Bargylus durante la época grecorromana y aún más atrás. Los hermanos Saadé hablan de la edad de bronce, cuando los fenicios exportaban uvas de Bargylus al Egipto de los faraones.
Karim habla en tono directo sobre su producto: “El sabor del vino ha cambiado mucho en el curso de los milenios que han pasado. Hoy en día necesitas mucha inversión financiera y humana, pero la cantidad no es tan importante”. Y ahora que la vendimia del 2016 ha terminado, los hermanos son optimistas. Dicen que ha sido un muy buen año para el vino. Salvo una guerra nuclear, el sol y la tierra son elementos que ninguna bomba o tiroteo puede afectar.
Dirigen el viñedo desde Beirut: se hacen llevar uvas en taxi para probarlas y decidir la vendimia