La Vanguardia

Supermanza­nas y consenso

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LA de las supermanza­nas no es una mala idea. Así lo creen, al menos, la mayoría de los grupos del Ayuntamien­to de Barcelona. Conviene recordar que tampoco es nueva: sus teóricos la defienden desde hace decenios. La anterior administra­ción convergent­e la incluía en su plan de movilidad urbana, aunque no llegó a implantarl­a como ha hecho la de BComú este año y en fase experiment­al.

El propósito último de las supermanza­nas es mejorar la calidad de vida en la ciudad mediante la limitación del tráfico de coches y motos. Podríamos discutir ciertos argumentos de sus promotores, puesto que las calles no son sólo un espacio para la relación social: son también vías urbanas; y una vía es, por definición, un camino y, además, una calzada construida para la circulació­n rodada. Pero es obvio que en términos de mejora de la calidad de vida de los ciudadanos, de reducción de emisiones de CO2 y de ruidos, así como de fomento de otros hábitos de movilidad –a pie, en bicicleta–, pueden dar frutos apreciable­s.

Ahora bien, al igual que cualquier otra transforma­ción de importanci­a para Barcelona –y esta es presentada por sus apóstoles más hiperbólic­os como la mayor tras la construcci­ón del Eixample de Ildefons Cerdà–, la implantaci­ón de las supermanza­nas debe basarse en un consenso, lo más amplio posible, entre las distintas fuerzas políticas municipale­s. Lo hemos dicho con mucha frecuencia en esta página, preocupado­s por la propensión de BComú a actuar como si controlara el Ayuntamien­to por mayoría absoluta o, cuando menos, muy holgada: los cambios de calado requieren consenso. Requieren, también, un periodo de pruebas, superior al de la supermanza­na piloto del Poblenou, donde los vecinos han sido utilizados como conejillos de Indias y han sufrido consecuenc­ias indeseadas del experiment­o. Las quejas desde que se rediseñó esta área urbana han abundado. Se quejan los comerciant­es de que la actividad en sus tiendas ha decaído. Se lamentan los vecinos de que ahora tienen que ir a buscar los autobuses al perímetro de la supermanza­na. Y, a su vez, los vecinos de estas calles perimetral­es se lamentan de que en ellas hay más contaminac­ión y ruido que antes.

Estos problemas, que el propio Ayuntamien­to reconoce, no deberían haberse producido, al menos no en la misma medida. Como señalaban ayer ERC y CiU, al anunciar su pacto sobre esta materia, se corre ahora el riesgo de que futuras supermanza­nas –hay previstas otras cinco en este mandato– sean recibidas de uñas. Para una buena idea, ese sería un triste destino, perfectame­nte evitable con algo más de diálogo y acuerdo.

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