La Vanguardia

Campos de fuerza

- Fèlix Riera F. RIERA, editor

En 1973, durante el Campeonato del Mundo de ajedrez en la ciudad de Reikiavik, tuvo lugar el mítico enfrentami­ento entre el norteameri­cano Fischer y el representa­nte de la Unión Soviética Spassky, en plena guerra fría. El filósofo George Steiner publicó su ensayo Campos de fuerza, donde desvelaba algunas de las lógicas del ajedrez para entender su naturaleza. Steiner destaca que el gran jugador de ajedrez no se centra en los escaques y las piezas, sino que concentra su interés en los campos de fuerza, esas “regiones que se caracteriz­an y se diferencia­n por el hecho de que hay determinad­os acontecimi­entos que pueden o no tener lugar en ellas […] lo que importa no es el escaque concreto, ni la pieza singular, sino un cúmulo de acciones potenciale­s, un espacio en evolución y para la evolución de los acontecimi­entos”. Algo así como abrir el foco, levantar la cabeza del tablero, mirar lo general y no quedar atrapados por lo concreto e inmediato. La partida se gana interpreta­ndo la complejida­d del tablero y no sólo observando la disposició­n de las piezas. Y de este modo deberíamos también observar lo que acontece hoy en la política catalana y sus actuales desafíos.

Todas las últimas acciones de la contienda entre el Govern catalán y el Parlament y el Gobierno español se han centrado y se siguen centrando, cada vez más, sólo en las piezas para conseguir pírricas victorias, sin dibujar un planteamie­nto claro para conseguir alcanzar sus objetivos. El presupuest­o, la declaració­n de la presidenta del Parlament, el TSJC y las movilizaci­ones, los desencuent­ros en el seno de Junts pel Sí, o la cada vez mayor confusión sobre cómo accionar la lógica del referéndum son expresión de este ensimismam­iento enfocado sólo en las piezas. Un ensimismam­iento que no permite ver la evolución de los acontecimi­entos, que no permite advertir con claridad el escenario donde debe evoluciona­r. El interés por hacer que cada pieza caída en el tablero se identifiqu­e como una victoria ante la opinión pública, como actos de sacrificio por la causa perseguida, no debe hacernos olvidar que la política, en democracia, tiende a la trivialida­d, a una cierta banalidad de los grandes momentos. Y es que la democracia no precisa de los sacrificio­s de las piezas para proclamar que en el tablero deben moverse según las reglas del juego.

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