Promesa y decepción
El cambio de régimen liderado por Havel ha sido presentado como un proceso modélico
El 5 de octubre, el dramaturgo Václav Havel, primer presidente de la Checoslovaquia poscomunista, habría cumplido 80 años. Y no han faltado las iniciativas que han aprovechado la ocasión para conmemorar su figura. Como la muestra de fotografías que presenta el Centro de Arte Contemporáneo DOX de Praga. O la jornada de reflexión organizada por la fundación National Endowment for Democracy
(NED) de Washington con el título El legado de
Václav Havel y el futuro de la democracia, en que intervino, entre otros, Madeleine Albright, ex secretaria de Estado de EE.UU. Conviene remarcar la ironía histórica que late bajo el título de este último acontecimiento. Resulta imposible no asociar el nombre de Havel al annus mirabilis de 1989 en que pareció que todos los regímenes comunistas habían sido edificados sobre la arena y que la democracia liberal sería la última parada de todas las transiciones. Y evidentemente si en el acto del NED se hablaba del futuro de la democracia para conmemorar la herencia haveliana, era porque ahora no parece disfrutar de la buena salud de entonces.
A pesar de los años transcurridos desde 1989, aún resulta muy habitual ligar el recuerdo de los cambios de régimen en cadena que convirtieron esta fecha en simbólica con la mención de la conferencia y el libro en que Francis Fukuyama argumentaba que la democracia liberal podía significar el fin de la historia en la medida en que era percibida, tanto por quienes vivían en ella como por aquellos que aspiraban a hacerlo, como el régimen que mejor compaginaba los dos principios gemelos de la modernidad política: la libertad y la igualdad. Pero a menudo se olvida que la tesis que Fukuyama defendía era que la identificación como régimen “más satisfactorio” de que la democracia liberal derivaba su legitimidad era una cuestión subjetiva y que la historia podía recomenzar si cambiaba aquella percepción. El mismo Fukuyama ha señalado en un libro reciente
(Orden y decadencia de la política, Planeta) dos elementos que podrían llevar a este cambio de percepción y que, de hecho, estarían empujando algunas democracias liberales, entre ellas la de EE.UU., hacia un proceso de decadencia: el aumento de las desigualdades y la captura del sistema político por determinados grupos de interés. Con independencia de la opinión que se tenga respecto a las recetas de este analista, no parece un diagnóstico erróneo
La revolución de terciopelo y el cambio de régimen liderados por Havel han tendido a ser presentados como modélicos. Pero, como señalaron ya hace tiempo Vladimira Dvorakova y Jiri Kunk, el ascenso al poder de la nueva élite política se tradujo en un simple cambio de personal en el interior de un Estado oligárquico. Un sistema clientelar sustituyó a otro. Y el entonces primer ministro Václav Klaus impuso una terapia de choque neoliberal y un plan de privatizaciones que favoreció la corrupción y la concentración de riqueza. En el régimen que Havel vio nacer desde su castillo ya se encontraban, al lado de las libertades felizmente reconocidas, las semillas que llevan a la decadencia de la democracia.