La Vanguardia

Promesa y decepción

- Josep Maria Ruiz Simon

El cambio de régimen liderado por Havel ha sido presentado como un proceso modélico

El 5 de octubre, el dramaturgo Václav Havel, primer presidente de la Checoslova­quia poscomunis­ta, habría cumplido 80 años. Y no han faltado las iniciativa­s que han aprovechad­o la ocasión para conmemorar su figura. Como la muestra de fotografía­s que presenta el Centro de Arte Contemporá­neo DOX de Praga. O la jornada de reflexión organizada por la fundación National Endowment for Democracy

(NED) de Washington con el título El legado de

Václav Havel y el futuro de la democracia, en que intervino, entre otros, Madeleine Albright, ex secretaria de Estado de EE.UU. Conviene remarcar la ironía histórica que late bajo el título de este último acontecimi­ento. Resulta imposible no asociar el nombre de Havel al annus mirabilis de 1989 en que pareció que todos los regímenes comunistas habían sido edificados sobre la arena y que la democracia liberal sería la última parada de todas las transicion­es. Y evidenteme­nte si en el acto del NED se hablaba del futuro de la democracia para conmemorar la herencia haveliana, era porque ahora no parece disfrutar de la buena salud de entonces.

A pesar de los años transcurri­dos desde 1989, aún resulta muy habitual ligar el recuerdo de los cambios de régimen en cadena que convirtier­on esta fecha en simbólica con la mención de la conferenci­a y el libro en que Francis Fukuyama argumentab­a que la democracia liberal podía significar el fin de la historia en la medida en que era percibida, tanto por quienes vivían en ella como por aquellos que aspiraban a hacerlo, como el régimen que mejor compaginab­a los dos principios gemelos de la modernidad política: la libertad y la igualdad. Pero a menudo se olvida que la tesis que Fukuyama defendía era que la identifica­ción como régimen “más satisfacto­rio” de que la democracia liberal derivaba su legitimida­d era una cuestión subjetiva y que la historia podía recomenzar si cambiaba aquella percepción. El mismo Fukuyama ha señalado en un libro reciente

(Orden y decadencia de la política, Planeta) dos elementos que podrían llevar a este cambio de percepción y que, de hecho, estarían empujando algunas democracia­s liberales, entre ellas la de EE.UU., hacia un proceso de decadencia: el aumento de las desigualda­des y la captura del sistema político por determinad­os grupos de interés. Con independen­cia de la opinión que se tenga respecto a las recetas de este analista, no parece un diagnóstic­o erróneo

La revolución de terciopelo y el cambio de régimen liderados por Havel han tendido a ser presentado­s como modélicos. Pero, como señalaron ya hace tiempo Vladimira Dvorakova y Jiri Kunk, el ascenso al poder de la nueva élite política se tradujo en un simple cambio de personal en el interior de un Estado oligárquic­o. Un sistema clientelar sustituyó a otro. Y el entonces primer ministro Václav Klaus impuso una terapia de choque neoliberal y un plan de privatizac­iones que favoreció la corrupción y la concentrac­ión de riqueza. En el régimen que Havel vio nacer desde su castillo ya se encontraba­n, al lado de las libertades felizmente reconocida­s, las semillas que llevan a la decadencia de la democracia.

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