Driblar hoy
Garrincha fue seguramente el primer gran regateador de popularidad global. Todavía perdura su leyenda. Campeón del mundo junto con Pelé en Suecia (1958) y Chile (1962), el brasileño se especializó en sortear rivales a la carrera o en estático como extremo derecho, demarcación antigua hoy desnaturalizada porque por esa zona habitan todo tipo de ejemplares, desde el carrilero al falso extremo, pasando por el lateral profundo.
Garrincha era un desastre. Cualquier cosa menos un atleta. El psicólogo João Carvalhaes, contratado por la selección brasileña de la época para testar psicológicamente la aptitud de sus internacionales, le calificó de “deficiente mental”, “indisciplinado” e “irresponsable”. Lo más dramático del asunto es que el informe, pese a su dureza, se dejó taras por el camino. Garrincha era alcohólico, adicto al tabaco y poliomielítico, de hecho tenía una pierna seis centímetros más corta que la otra.
En el fútbol actual el regateador es un superdotado, deportivamente hablando. Una especie en vías de extinción. El talento es imprescindible para culminar sus engaños con éxito pero también lo es que su inspiración debe ir acompañada por unas condiciones físicas del más alto nivel. Si no estás bien no regateas. Existen muchos tipos de dribladores. Robben, Douglas Costa, Neymar… Pero Leo Messi es el mejor. Su singularidad estriba en la proliferación, en la variedad del repertorio y en la facilidad de concatenar un regate tras otro manteniendo el equilibrio y la pelota pegada al pie. En un mundo de tres regates por partido, él reparte sobredosis de más de diez fintas, quiebros y amagos por sesión. También se distingue Messi porque ha logrado despojar al regate de la que es una de sus esencias, la burla más o menos soterrada. El argentino detesta el efectismo, su dribling es práctico a más no
Garrincha era un desastre; cualquier cosa menos un atleta, su leyenda perdura
poder, aunque no por ello deje de despertar la admiración de la grada. Su ya legendaria facilidad para tirar caños (nadie ha hecho tantos como él) nace de su afán para avanzar metros, sin más consideraciones estéticas. Nadie ha visto a Messi, ni siquiera en un entrenamiento, ejecutar una bicicleta, un recurso con apariencia lúdica que esconde un objetivo a veces cruel: la humillación del prójimo.
Messi, por encima de todo, respeta todos los elementos que configuran el fútbol: el balón, el compañero, el defensa rival y el árbitro. Y por encima de todos, el espectador. En el fondo, como Garrincha, pero en una versión futurista jamás imaginada.