Las sombras de la historia
La rivalidad entre Montreal y Toronto va más allá del deporte y se extiende al soberanismo y el debate sobre el modelo de Estado
Un partido entre los equipos de Toronto y Montreal está lleno de veneno, como debe ser. Igual que en un Barça-Madrid, en juego hay mucho más que los puntos, y los fantasmas de la historia yacen agazapados en los rincones: guerras, atentados terroristas, la batalla por la independencia de Quebec, los referéndums soberanistas, la fórmula de Estado, el bilingüismo, la pugna por el poder económico, el reconocimiento de la provincia francófona como una sociedad diferente...
Todo eso, además de una rivalidad deportiva forjada a lo largo de muchas décadas, aflora cuando se enfrentan los Toronto Maple Leafs y los Montreal Canadiens en hockey sobre hielo, el deporte nacional canadiense. El problema es que son dos equipos de gran tradición venidos a menos, y la última vez que cruzaron los sticks en un partido de playoffs de la NHL (lo demás son tonterías) fue en 1979, cuando Pierre Trudeau (padre de Justine Trudeu, el actual primer ministro) aún no había llegado al poder en Ottawa. Han pasado ya 37 años.
La rivalidad, sin embargo, se ha trasladado al fútbol. Canadá no es ninguna gran potencia a la hora de jugarlo (su última aparición en la fase final de un Mundial fue 1986, y figura en el puesto 110 del ranking de la FIFA, entre Luxemburgo y Guinea Ecuatorial). Sin embargo, es el deporte que más se practica (un 42% de los jóvenes), incluso más que el hockey sobre hielo –considerado por muchos padres como demasiado violento–, y el favorito de los inmigrantes. Tiene más futbolistas registrados en relación con la población (uno de cada 39 habitantes) que Italia, España o Estados Unidos. Y si ello no se traduce en una selección potente es porque el deporte está demasiado estructurado y sólo se practica de una manera organizada, bajo la supervisión de entrenadores y familiares, y no se improvisa en la calle como en Brasil o Argentina.
Tanto Toronto como Montreal son ciudades multiculturales y futboleras, con una fuerte inmigración europea, latinoamericana y africana, y bares donde de buena mañana hay gente siguiendo los partidos del Barça (que organiza por todo el país cursos de formación), del Juventus o del Manchester United. Treinta mil canadienses viajaron a Brasil para el último Mundial, el mayor contingente de cualquier país no participante. Ello responde a su poder adquisitivo, pero también a su pasión futbolera. Cuando el Real Madrid o el Liverpool han jugado un amistoso de pretemporada, el interés ha sido enorme.
Ahora esa pasión se ha trasladado al llamado derbi de la 401 (la autopista que une las dos principales
ciudades del país), con el Toronto FC y el Montreal Impact (o Impact de Montréal en français) frente a frente en las semifinales de la MSL. Los quebequeses, que tienen en su plantilla a Didier Drogba, ganaron el partido de ida por 3-2 ante más de sesenta mil espectadores en el Estadio Olímpico, en medio de un mar azul y blanco de banderas (los colores de la provincia), camisetas, pelucas y caras pintadas, pero desaprovecharon numerosas ocasiones. Y lo pagaron en el partido de vuelta, con cuarenta mil aficionados en el BMO Field, cuando el conjunto de Ontario se impuso por 5-2.
En Toronto los clubs deportivos profesionales son el monopolio de una empresa llamada Maple Leafs Sports and Entertainment,
dueña de la franquicia de hockey sobre hielo y los Raptors de la NBA. El equipo de soccer se incorporó en el 2007 a la MSL, inspirado en el modelo del Ajax y asesorado por la compañía basada en California que tiene el exinternacional alemán Jurgen Klinsmann. Cinco veces campeón de Canadá, la última ha sido su temporada más exitosa. A las órdenes del entrenador Greg Vanney, su gran estrella es el italiano Sebastian Giovinco, con una ficha de siete millones de dólares anuales. La camiseta es de color rojo y su patrocinador, irónicamente, es el Banco de Montreal. Como es tradicional en toda Norteamérica, los días de partido centenares de hinchas locales van en procesión hasta el estadio, cantando, bailando y parando en los pubs del camino a tomar cerveza.
En Montreal la historia de amor con el equipo no ha sido ningún flechazo, con entradas de alrededor de diez mil espectadores y olímpicamente ignorado si sus partidos coincidían con los de los Canadiens de hockey sobre hielo. La rivalidad con Toronto le ha dado el ímpetu que necesitaba, políticos del Parti Quebécois acuden a su palco, y las tribunas se han convertido en un foro de debate sobre soberanismo, federalismo e independentismo. Y sobre cuándo, después de dos intentos fallidos, habrá un tercer referéndum...
El hockey sobre hielo es el deporte nacional, pero el fútbol es con diferencia el que más se practica