La Vanguardia

Capitán Iniesta

El manchego sigue siendo clave a la par que alarga cuatro metros sus pases

- CARLES RUIPÉREZ

El Barça respira ahora que cuenta de nuevo con el manchego, el centrocamp­ista que mejor está leyendo la táctica de Luis Enrique, diversific­ando sus pases según demande la situación, ya sea jugando en corto o lanzando grandes pases como el que propició el primer gol de Luis Suárez en el derbi contra el Espanyol.

Hay momentos que pasan inadvertid­os pero que dicen mucho. Cuando Andrés Iniesta sustituyó a Rakitic en el clásico, Leo Messi fue hasta el manchego y le dio el brazalete. Por iniciativa propia. Sin obligación. Fue un gesto simbólico. Hasta el crack argentino reconoce la ascendenci­a del centrocamp­ista de Fuentealbi­lla en el Barça. No es por su peso o jerarquía. Es algo casi intangible. Es la naturalida­d con la que interpreta el juego. Por eso, todos le buscan para que reparta caramelos, como decía Rijkaard.

Tras tres partidos y la media hora del clásico ya es una obviedad que la vuelta de Andrés Iniesta ha coincidido con el pico de forma del Barcelona, que acaba el 2016 con sus mejores minutos. Todo tiene sentido con el manchego sobre el campo. Y él, que siempre se ha guiado más por sus sensacione­s que por estadístic­as, disfruta. Si Iniesta es trascenden­te, el Barça tiene libro de ruta. Andrés sigue siendo el que deshace el nudo para que haya desenlace.

Uno de los mantra que se ha repetido desde que llegó Luis Enrique es que el papel de los interiores se había sacrificad­o en favor del tridente. Pero Iniesta lo desmiente cada vez que puede. Él no sufre, se divierte. Con 32 años, sigue siendo feliz en el campo y con la pelota. Porque para un centrocamp­ista

Sin perder efectivida­d de envío, el capitán se amolda, saca partido de la verticalid­ad del tridente y disfruta eligiendo la jugada

creativo, el fútbol siempre ha sido encontrar soluciones para las trampas defensivas que le plantean los rivales. Y a eso es a lo que se continúa dedicando. Con diferentes registros y con las mismas armas. “No sé si soy más completo, pero sí que soy más puro. Ahora tengo todos los recursos”, explicó a La Vanguardia antes de la Eurocopa.

Con Pep Guardiola y Tito Vilanova, la asociación de Iniesta con Xavi y Busquets hizo que el epicentro del equipo estuviese en la medular, donde todos se arremolina­ban alrededor de la pelota. Había muchos pases cortos. Los blaugrana estaban muy cerca uno de otros porque encerraban al rival cerca de su área, lo que les venía perfecto para la presión en caso de pérdida. Entonces, la mayoría de envíos de Iniesta tenían una longitud de 13 metros. Ese era su radio de acción.

Con el Tata Martino, el equipo se estancó, no se trabajó suficiente en variantes y el Barça cayó en la monotonía y en la rutina táctica. Todos los rivales habían aprendido a contrarres­tar el llamado tiqui-taca: muchos pases para que Messi definiese. Los defensas pillaron el truco. Y Luis Enrique llegó justo para cambiar eso. Para evoluciona­r el estilo, para dar matices, para ser imprevisib­le a la hora de atacar. Con el tridente, el peligro se diversific­ó y el equipo se verticaliz­ó. Pero Iniesta se amoldó. Del putt de golf ha pasado a ser un quaterback de fútbol americano. Como líder ofensivo, él decide qué jugada ejecutar. Paciencia o vértigo. Sin perder efectivida­d en sus envíos (un 87% de pases buenos). La asistencia de casi 50 metros a Luis Suárez en el primer gol al Espanyol es la prueba. Fue su tercer pase de gol en la Liga, uno más que en todo el campeonato 2015-16.

En la fotografía con un objetivo gran angular se obtiene una mayor profundida­d de campo. Algo parecido le ocurre al Barcelona, que con Iniesta está enfocado y sin él de Fuentealbi­lla su imagen está distorsion­ada.

Iniesta ha ampliado su mirada, tiene la visión más abierta. Ya no busca al jugador más cercano, sino hacer daño, con toda la perspectiv­a del campo. En estos cuatro años, sus pases han crecido 4 metros hasta los 17,50 m. de media, al estilo de Koke o Kroos, y dejando atrás el perfil Roque Mesa. Porque a medida que se alargan sus pases, también ha disminuido su tendencia de retrasar el balón. De los 41 pases atrás con Tito, ha bajado a 25.

El técnico está obsesionad­o con dosificarl­o para tenerlo fresco. Las cifras le dan la razón. Iniesta ha jugado nueve partidos de titular este curso y el Barcelona ha ganado ocho (empató contra el Atlético). Viendo cómo su presencia e influencia transforma al Barça, aún es más incomprens­ible que obtuviese 0 puntos en la votación del Balón de Oro del 2016. Pero a él le compensa el respeto de sus compañeros y de Messi.

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CÉSAR RANGEL Abrigado y con guantes, Iniesta pasando un balón en la sesión de ayer
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LA VANGUARDIA
FUENTE: Elaboració­n propia LA VANGUARDIA

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