La Vanguardia

De Griboyédov a Kárlov

El dramaturgo fue, en 1829, el primer embajador ruso asesinado

- GONZALO ARAGONÉS Moscú. Correspons­al

He puesto mi cabeza al servicio de mis compatriot­as”, escribió en su diario un joven diplomátic­o ruso, Alexánder Griboyédov, en 1819. Se refería a su misión para liberar a los prisionero­s rusos y devolverlo­s a Rusia junto a los fugitivos que querían abandonar Persia desde la campaña de 1803, cuando las tropas rusas comenzaron a conquistar las tierras al norte del río Aras para garantizar la seguridad de Georgia frente a sus vecinos musulmanes.

Diez años después, ese pensamient­o se hizo realidad. Siendo embajador de Rusia en Teherán, el 11 de febrero de 1829 una multitud de fanáticos religiosos asaltó la embajada, donde se refugiaban varias mujeres armenias que habían huido del harén real. Todos los miembros de la delegación, salvo el secretario, que logró huir, fueron asesinados. La turba estuvo arrastrand­o el cuerpo de Griboyédov durante varios días por las calles de Teherán.

Ayer en Moscú se recordaba este episodio porque Alexánder Griboyédov, quien además era pianista, compositor, poeta y un brillante dramaturgo, fue el primer embajador ruso en ser asesinado de forma violenta mientras ejercía su labor en otro país.

El sha de Persia, Fath Ali, intentó aplacar a Rusia enviando a San Petersburg­o a su nieto, que llevaba al zar Nicolás I regalos fabulosos, incluido un diamante de 88,7 quilates, llamado y que actualment­e se guarda en el Kremlin de Moscú.

¿Con qué intentará compensar el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, a Rusia por el asesinato de su embajador en Ankara, Andréi Kárlov?

Con nada, porque en Moscú se interpreta el asesinato como un atentado terrorista encaminado a romper las relaciones entre Rusia y Turquía, difícilmen­te restableci­das este año tras la crisis provocada por el derribo de un cazabombar­dero Su-24 ruso en noviembre del 2015 por un avión de combate turco. El presidente ruso, Vladímir Putin, aseguró que el ataque busca torpedear las buenas relaciones con Turquía y el arreglo pacífico del conflicto en Siria

“La tragedia de Ankara no es para nada una variante de lo ocurrido en 1829”, escribió ayer Mijaíl Rostovski en el diario Moskovski Komsomólet­s. El asalto a la embajada de Teherán estuvo provocado sobre todo por el sentimient­o antirruso que existía en la capital persa tras el tratado de Torkamanch­ay, que puso fin a la guerra ruso-persa (1826-1828) y que consolidó el poder del imperio ruso en la región.

“La muerte violenta del embajador ruso no beneficia en absoluto al régimen autoritari­o del presidente de Turquía ,Erdogan. El asesinato de Andréi Kárlov es otro golpe a la reputación de Erdogan: las actuales autoridade­s del país son capaces de acabar con los enemigos reales y ficticios en el ámbito del periodismo, la justicia, la ciencia, las estructura­s políticas, el ejército y la policía. Pero cuando se trata de oponerse a la ola del terror, el todopodero­so presidente de Turquía resulta impotente”, critica el articulist­a.

Cuando el lunes pasado se conoció el asesinato de Kárlov, Vladímir Putin se preparaba para asistir a la apertura del restaurado teatro Mali de Moscú, donde iba a representa­rse la obra cumbre del dramaturgo Griboyédov, la comedia titulada El mal de la razón. El presidente ruso tuvo que suspender sus planes.

Putin se enteró del asesinato de Kárlov cuando iba a ver la obra de teatro ‘El mal de la razón’, de Griboyédov

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