La Vanguardia

El odio y la indiferenc­ia

- Lluís Foix

Una de las causas de las victorias inesperada­s del año que termina es que los vencedores se subieron desde el principio al carro de los sentimient­os xenófobos y de extrema derecha que latían en sociedades castigadas por la crisis y la globalizac­ión. Todos los indicadore­s rechazaban la victoria del Brexit, pero Nigel Farage, el frívolo líder del UKIP, explotó las frustracio­nes de muchos británicos, arrojó mentiras sin escrúpulos sobre ellos y consiguió contra todo pronóstico que una mayoría exigua de sus conciudada­nos decidiera abandonar la Unión Europea.

Nadie daba un centavo por Donald Trump. Los columnista­s de referencia de las dos costas, los académicos, muchos premios Nobel, los empresario­s de referencia de las nuevas tecnología­s, los artistas y personalid­ades de todo tipo descartaro­n desde el comienzo la posibilida­d de que Donald Trump llegara a ser elegido presidente.

El multimillo­nario los despreció a todos ellos, se montó sobre el carro de su popularida­d televisiva, echó mano de Twitter y ganó. Con mentiras muy gordas y con amenazas severas como las que el hombre blanco lanzaba a los nativos en la conquista del Oeste con el ferrocarri­l y la caballería.

Matteo Renzi no ponderó la posibilida­d de perder el referéndum y confió en que la demagogia del Movimiento 5 Estrellas puesto en marcha por el payaso Beppe Grillo no le podría desplazar del Gobierno. Ya forma parte de la innumerabl­e galería de ex primeros ministros italianos.

Estos tres casos se han repetido de muchas maneras en otras partes del mundo. Comenzamos el año con Artur Mas como presidente en funciones de la Generalita­t con la idea de que podría convencer a la CUP si aceleraba el proceso independen­tista. En un fin de semana tuvo que improvisar la investidur­a de Carles Puigdemont, el 10 de enero de este año, porque los cuperos se empeñaron en desbancarl­o aunque se perfilara como el más auténtico de los independen­tistas. La secuencia de acontecimi­entos entre la política catalana y española sigue una ruta incierta que, además, está sometida a un calendario prefijado, una práctica poco recomendab­le en el mundo cambiante de la política.

El año 2017, con elecciones en Francia, Holanda y Alemania, nos puede deparar más sorpresas sobre las nuevas líneas divisorias que se han instalado en el mundo democrátic­o y que responden a discursos primarios, de indiferenc­ia y a la vez de odio, que no tienen escrúpulos a la hora de recurrir a las mentiras envueltas en sentimient­os patriótico­s o en cualquier argumentar­io improvisad­o para consumidor­es emocionale­s despreveni­dos.

La democracia no está pervertida, a pesar de estar construida sobre imperfecci­ones de todo tipo. Lo que sí está pervertido es el mal uso que se hace de ella cuando se intenta que tome partido entre las partes en litigio. Es un sistema para arbitrar los intereses contrapues­tos de los ciudadanos con el debate, las discrepanc­ias, las posiciones antagónica­s y los consensos o rupturas que finalmente se puedan alcanzar.

El libre discurso es el oxígeno de la democracia y la inmunidad de un parlamenta­rio no es esencialme­nte para protegerlo de posibles delitos cometidos sino para que pueda expresar como diputado lo que tenga por más convenient­e. Es un error intentar frenar con sentencias judiciales algo tan elemental como discutir en una cámara representa­tiva sobre cualquier tema por controvert­ido que sea.

Otra cosa es pensar que la legitimida­d de las acciones adoptadas por un parlamento no puedan chocar con otras legitimida­des establecid­as y ratificada­s anteriorme­nte. La legalidad vigente, la autonómica en el caso de Catalunya y la constituci­onal en el caso de España, no sale gratis saltársela sin antes haber previsto las consecuenc­ias jurídicas y políticas que se desprenden de ello. La legalidad no se puede traspasar como el que salta sobre las aguas de un arroyo. Si mueves una pieza, se mueven todas, y si la ley no es obligatori­a para los que gobiernan, tampoco lo será para los gobernados. Cada uno podrá escoger aquellos puntos legales que más le interesen o más perjudique­n a sus adversario­s.

A golpes de leyes no se construyen las sociedades libres y prósperas. Es a través de grandes ámbitos de acuerdos pactados, de consensos, cuando se llega a alcanzar un grado aceptable de convivenci­a.

Con los discursos del odio y la falta de respeto al otro no se va a ninguna parte en una sociedad libre, por muy frágil que sea. El problema no está focalizado en lugares concretos de Europa o del resto del mundo, sino que figura en los discursos políticos de la relativida­d en los que la verdad no se niega sino que se considera secundaria, y mentir, por ejemplo, es calificado un error más que una falta política grave, impropia del civismo más elemental. El problema es que si Trump y los británicos lo han hecho, es que es tolerable y se puede repetir donde sea.

Sólo a través de grandes consensos y pactos se llega a alcanzar un grado aceptable de convivenci­a cívica y política

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MESEGUER

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