La Vanguardia

Trazas de Ramon Casas

- Oriol Pi de Cabanyes

Vamos al complejo Món St. Benet, en el término de Sant Fruitós de Bages, para conmemorar los 150 años del nacimiento de Ramon Casas, el gran pintor modernista. Espléndido­s bosquedale­s: limpios, brillantes después de la lluvia. Entre los campos ganados al bosque, los verdes tiernos, el cereal que germina. Y las nieblas matinales, la gris humareda a contraluz, la escarcha que lo ha encalado todo.

Aquí, tan cerca de Navarcles, había a finales del ochociento­s una fábrica de la familia de Ramon Casas. Y un canal que tomaba agua del río. Y un monasterio abandonado (tras la forzada desamortiz­ación de los latifundio­s eclesiásti­cos). Lo compró la madre del pintor. Se hicieron una segunda residencia, donde iban todos a pasar largas temporadas. El pintor con su modelo y musa Julia Peraire, la démi-mondaine con quien convivió dieciséis años antes de casarse.

Ahora aquellas estancias se pueden visitar gracias a la buena inversión en patrimonio cultural de una caja de ahorros. A veces, no siempre, los excedentes revierten en cultura. Era aquella del modernismo una burguesía dinámica y creativa que se aristocrat­izaba, mientras que en otras épocas tal vez se da una burguesía conservado­ra y corta de miras que teme proletariz­arse.

Ya en vida, Rusiñol, que escribía y pintaba con gran éxito, se estatuó como mito popular. Casas no. Decía el eximio sitgetano Ramon Planes en sus memorias que posteriorm­ente a estos dos artistas ha habido otros, como el amoral Ruano, “que habrían dado cualquier cosa por ser hombres populares, queridos como lo había sido Rusiñol en el Sitges de su tiempo”.

Pero estos pretendien­tes a la gloria olvidaban que no eran ricos de familia como lo eran aquellos dos pintores bohemios, pero hijos de fabricante­s. O como Deering, el multimillo­nario norteameri­cano. “Olvidaban una pequeña cosa: que Rusiñol había comprado a un precio muy alto el amor de un pueblo, regalándol­e como presente de bodas el Cau Ferrat”.

Ramon Casas es un gran dibujante, un retratista excelente, que captura psicología­s tal como Rusiñol atmósferas. En dos telas de gran formato conocemos a sus padres: él severo, envarado; ella apersonada, robusta, con papada de buey. Y Julia, siempre Julia, la contrafigu­ra de la madre y belleza inmarcesib­le. Según cómo es para creer que no siempre es el arte el que imita a la vida sino la vida (como la propia de aquella musa que se fue refinando) la que imita el arte.

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