El gordo no da la felicidad
Mañana, como cada año con el gordo de Navidad, un puñado de españoles nacidos para ser humildes, trabajadores y honrados se convertirán en millonarios sin que el Estado tenga el detalle de enviar un equipo de psicólogos a las administraciones de lotería donde el comportamiento de los agraciados ya avanza la gravedad del problema.
¿Es sostenible que cada 22 de diciembre creemos monstruos y la sociedad se limite a simpatizar con unos millonarios carentes de méritos, negocios, estudios superiores o conexiones con las altas esferas?
Yo disfruto mucho con este sorteo y este año llevo doce décimos a fin de que me pellizque la suerte y pueda recuperar la pasta. Con eso me conformo, síntoma inequívoco de que todavía no estoy preparado para ser millonario y abandonar el periodismo.
Los agraciados con el primer premio se creen que la fortuna acaba de sonreírles. En cuestión de minutos, la falta de preparación se hace patente y perpetran un ritual para algarabía de las televisiones y bochorno de la clase millonaria.
Mientras que todos los que no han ganado ni el reintegro se acogen a la salud como consuelo, los agraciados beben a morro de botellas de cava de tercera –gentileza de un señor con bigote, cara de contar su vida en las salas de espera de los consultorios y que nadie sabe qué pinta allí, salvo ganas de salir en la tele–, afirman que el dinero les ayudará a tapar agujeros –y bocas– y anuncian que van a ponerse morados de marisco fresco. –¡Sólo disfrutan gastando! Eso diría un millonario de verdad a la vista del espectáculo, que requiere como colaboradores necesarios a los periodistas de televisión. ¿Qué fue de nuestra agresividad, impertinencia y desparpajo? Si a un premiado le ha cambiado la vida, lo normal sería preguntarle si va a cambiar de pareja, de comunidad de vecinos o de voto y no si está contento... ¿Puede un independentista ganar el gordo y seguir desconectando de España o debería entregar el premio a la ANC?
Y con el sorteo no termina la fiesta. Si yo he regalado un décimo de 20 euros a una amiga y ella se embolsa un pastón, ¿debería compensarme o es lícito que se vaya con otro de crucero? O algo más cruel y no tan insólito: ¿tienen todas las entidades que venden participaciones el respaldo suficiente en décimos o confían en la desgracia?
De todos los sorteos del gordo yo me quedo con el de 1986. Fue inolvidable: los niños que extrajeron el primer premio no lo cantaron como tal y el número, el 03.772, más feo que Picio, recayó en Palencia donde el encargado del Hogar del Pensionista de un barrio modesto, Jacinto Sánchez, había vendido participaciones por 48 décimos cuando sólo tenía 10. Lo cojonudo es que la mañana del sorteo fue sacado a hombros del bar, el Bar Yacaré, por los pensionistas millonarios...
El Estado debería enviar equipos de psicólogos a las administraciones para consolar a los agraciados