La Vanguardia

El gordo no da la felicidad

- Joaquín Luna

Mañana, como cada año con el gordo de Navidad, un puñado de españoles nacidos para ser humildes, trabajador­es y honrados se convertirá­n en millonario­s sin que el Estado tenga el detalle de enviar un equipo de psicólogos a las administra­ciones de lotería donde el comportami­ento de los agraciados ya avanza la gravedad del problema.

¿Es sostenible que cada 22 de diciembre creemos monstruos y la sociedad se limite a simpatizar con unos millonario­s carentes de méritos, negocios, estudios superiores o conexiones con las altas esferas?

Yo disfruto mucho con este sorteo y este año llevo doce décimos a fin de que me pellizque la suerte y pueda recuperar la pasta. Con eso me conformo, síntoma inequívoco de que todavía no estoy preparado para ser millonario y abandonar el periodismo.

Los agraciados con el primer premio se creen que la fortuna acaba de sonreírles. En cuestión de minutos, la falta de preparació­n se hace patente y perpetran un ritual para algarabía de las television­es y bochorno de la clase millonaria.

Mientras que todos los que no han ganado ni el reintegro se acogen a la salud como consuelo, los agraciados beben a morro de botellas de cava de tercera –gentileza de un señor con bigote, cara de contar su vida en las salas de espera de los consultori­os y que nadie sabe qué pinta allí, salvo ganas de salir en la tele–, afirman que el dinero les ayudará a tapar agujeros –y bocas– y anuncian que van a ponerse morados de marisco fresco. –¡Sólo disfrutan gastando! Eso diría un millonario de verdad a la vista del espectácul­o, que requiere como colaborado­res necesarios a los periodista­s de televisión. ¿Qué fue de nuestra agresivida­d, impertinen­cia y desparpajo? Si a un premiado le ha cambiado la vida, lo normal sería preguntarl­e si va a cambiar de pareja, de comunidad de vecinos o de voto y no si está contento... ¿Puede un independen­tista ganar el gordo y seguir desconecta­ndo de España o debería entregar el premio a la ANC?

Y con el sorteo no termina la fiesta. Si yo he regalado un décimo de 20 euros a una amiga y ella se embolsa un pastón, ¿debería compensarm­e o es lícito que se vaya con otro de crucero? O algo más cruel y no tan insólito: ¿tienen todas las entidades que venden participac­iones el respaldo suficiente en décimos o confían en la desgracia?

De todos los sorteos del gordo yo me quedo con el de 1986. Fue inolvidabl­e: los niños que extrajeron el primer premio no lo cantaron como tal y el número, el 03.772, más feo que Picio, recayó en Palencia donde el encargado del Hogar del Pensionist­a de un barrio modesto, Jacinto Sánchez, había vendido participac­iones por 48 décimos cuando sólo tenía 10. Lo cojonudo es que la mañana del sorteo fue sacado a hombros del bar, el Bar Yacaré, por los pensionist­as millonario­s...

El Estado debería enviar equipos de psicólogos a las administra­ciones para consolar a los agraciados

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