Las líneas de la memoria
El artista uruguayo expone en la sala Dalmau sus ‘Arquitecturas de la memoria’
El artista uruguayo Juan de Andrés regresa a Barcelona con sus construcciones minimalistas, que poseen una elegancia no superficial, sino profunda, una virtud que forma parte de la esencia de su país.
Juan de Andrés (Arévalo, Uruguay, 1941) posee esa elegancia no superficial, sino profunda, que también tienen algunos o bastantes de sus paisanos. Y no precisamente en sus ropajes, sino en sus actos y en sus obras. Me refiero a una elegancia que forma parte del ser, que no se puede comprar. Pienso en el narrador Juan Carlos Onetti –que recibía a la prensa en pijama, metido en su querida cama–, en el artista Alceu Ribeiro o también en la arquitectura niemeyeriana de la nueva terminal del aeropuerto de Montevideo, diseñada por Rafael Viñoly, o incluso en el propio tango, que nació en Uruguay –dicen los expertos, aunque es cierto que se propagó desde la vecina Argentina–, así como en algunos de sus representantes políticos recientes.
Hasta algunos exguerrilleros –como el expresidente uruguayo José Mujica– han sabido tener una rara elegancia en su conducta, en su ética. Esto último es especialmente chocante para cualquier persona que siga mínimamente la escena política española, que con frecuencia es asombrosamente cutre tanto en el aspecto ético como en el ideológico. En Uruguay, en cambio, puede suceder que un gobernante renuncie a protagonizar la inauguración de una magnífica terminal de aeropuerto, aduciendo que ese honor debe corresponder al político que impulsó su construcción, incluso siendo este un miembro de otro partido, rival. En este mundo hay otros mundos y otros modos, y a veces –oh sorpresa– son mejores que los españoles o los europeos actuales.
Juan de Andrés estuvo presente en la inauguración de su primera exposición individual en la sala Dalmau. Ha sido un acierto de esta galería recuperar al pintor uruguayo, que residió durante muchos años en Catalunya. La galería Barcelona, que le representaba, cerró hace unos años, aunque su director, Antonio Niebla, ahora afincado en Sant Celoni, sigue difundiendo el arte mediante un programa de radio y algunas exposiciones también. El contexto de la galería Barcelona era adecuado para Juan de Andrés, pues Niebla representaba en Catalunya a los escultores Eduardo Chillida y Jorge Oteiza y a pintores abstractos excelentes como Joaquim Chancho y Silvia Hornig. Pero también lo es la sala Dalmau, que dirige Mariana Draper, por su profunda afinidad con el constructivismo y con la Escuela del Sur, a los que ha dedicado muchas exposiciones individuales y colectivas.
De la pintura de Juan de Andrés se puede decir que es arte abstracto, pero también que es arte extremadamente concreto. Está ya muy lejos de las construcciones de Joaquín Torres-García. No hay imágenes en ella, ni otros signos que la propia composición de planos geométricos de diferentes colores y tonos, con distintas texturas y materiales: madera, lienzo, acrílico. El límite, la contención, la apertura y las relaciones son sus elementos expresivos y sus modos fundamentales, y el resultado son composiciones que significan equilibrio, sutileza contemplativa y calidez emocional. Es una pintura que se presenta y representa como objeto, en este caso sin gestos, mediante la adición y la sustracción de elementos expresivos mínimos, con los que compone equilibrios asimétricos. Su aspecto es casi el de una caja abierta, una reducción de lo tridimensional hacia lo casi bidimensional. O al revés: una apertura y un despliegue material de la pintura en la tercera dimensión.
De Andrés ensambla planos y piezas donde, salvo pocas excepciones, las líneas son horizontales y verticales. Sus cuadros tienen un aspecto de objeto casi desnudo y vacío, pero se distinguen del minimalismo estadounidense –especialmente del de Donald Judd–, en que su carácter y su aspecto no es frío, artificial, industrial, sino cálido, humano y natural. En uno de sus catálogos más recientes, el texto de Pablo Thiago Rocca comenzaba con esta cita de un poema de Roberto Juarroz, que puede servir para definir la poética de estas obras: “Entre la mesa y el vacío / hay una línea que es la mesa y el vacío”. Sala Dalmau. Consell de Cent, 349. Hasta el 14 de enero.
De Andrés crea composiciones que significan equilibrio, sutileza contemplativa y calidez emocional