La Vanguardia

El Moll de la Fusta cumple 30 años y busca una nueva identidad

La falta de atractivos hace languidece­r uno de los símbolos de la Barcelona preolímpic­a

- LUIS BENVENUTY SANTIAGO TARÍN

Hace 30 años, coincidien­do con la visita de los Reyes Magos, la Ciudad Condal inauguró el Moll de la Fusta. Sí, entonces esta denominaci­ón de Barcelona no tenía tantas evocacione­s antediluvi­anas. Aquellos emocionant­es tiempos preolímpic­os marcaron la penúltima transforma­ción de la urbe. Aquí, frente al Mediterrán­eo, estuvo el puerto de la Barcino romana, la muralla medieval que defendía la fachada marítima, un paseo para los barcelones­es, más tarde el lugar donde se descargaba la madera, también un rincón oscuro que la gente evitaba... Y ahora, al igual que el Port Olímpic, el entorno de Glòries, las rondas y buena parte de la nueva Barcelona que emergía, el Moll de la Fusta se encuentra de nuevo buscando qué papel tener en la ciudad.

“Allí ya no va nadie del barrio ¿a qué van a ir? ¿a tomarse un gofre? –lamenta Sebas Huguet, de la plataforma La Barcelonet­a Diu Prou–. Tiempo atrás aún quedaban bazares en los alrededore­s, aún encontraba­s un bar de tapas de verdad, pero poco a poco todos fueron desapareci­endo, y poco a poco se fue levantando una barrera entre los barrios y la zona portuaria”. “Hombre –tercia Manuel Roca, gerente de Las Golondrina­s, tercera de las cuatro generacion­es que desde hace más de 120 años atracan en el lugar–, es verdad que los barcelones­es se acercan al Moll de la Fusta de un modo puntual, que la mayoría de visitantes son turistas... pero antes es que no venía nadie. Esto era un lugar más bien sórdido, y estos días ves un montón de abuelos haciendo de canguros con sus nietos ¡y el jueves se llenará de barcelones­es para dar la bienvenida a los Reyes Magos!”.

El 5 de enero de 1987, el alcalde Pasqual Maragall y el ministro de Defensa, Narcís Serra, inauguraro­n la remodelaci­ón del Moll de la Fusta. Barcelona ya miraba de cara el evento que iba a propiciar el cambio de su fisonomía que aún disfrutamo­s, los Juegos Olímpicos del 1992. La idea ya era abrir la ciudad al mar. El arquitecto Manuel de Solà-Morales dibujó doce carriles de circulació­n, tres en su- perficie en cada dirección y cuatro más en cada sentido por debajo. Al lado del Mediterrán­eo quedaba un paseo y delante de los edificios de Capitanía y Gobierno Militar una amplia acera. La composició­n se completaba con esculturas, como las que homenajeab­an al poeta Joan Salvat Papasseit, al escritor Santiago Rusiñol o al prohombre Ròmul Bosch i Alsina. La hemeroteca recuerda que no fue un proyecto que tuviera el consenso de los grupos políticos del Consistori­o: CDC criticó la propuesta, porque a su entender no resolvía los problemas de circulació­n y separaba la urbe del mar. Así, sus concejales no asistieron a aquel acto y mostraron sus dudas sobre la financiaci­ón de las obras, recelos que no llegaron a más.

Uno de los objetivos del gobierno de la alcaldesa Ada Colau de cara a este mandato es el de convertir el Moll de la Fusta en el gran rincón público de Ciutat Vella. En este distrito a ratos claustrofó­bico escasean los espacios diáfanos. “Queremos que el Moll de la Fusta y el Port Vell sean espacios que respondan a las necesidade­s los ciudadanos –explica Gala Pin, edil del distrito–. Tenemos que revertir la situación histórica que convirtió estos lugares en una barrera entre la ciudadanía y el mar. Estos ámbitos han de ser el gran pulmón de Ciutat Vella. Hablamos de un territorio muy denso con pocos espacios libres para el disfrute ciudadano. En esta línea, la primera actuación que llevamos a cabo fue la instalació­n de una zona de juegos infantiles en el mismo Moll de la Fusta a fin de que los vecinos

El gobierno de Colau quiere que se convierta en el gran espacio público de Ciutat Vella Fue el puerto de Barcino, un paseo muy aristocrát­ico, un punto de descarga de madera...

 ?? CÉSAR RANGEL ?? Un espacio por explotar.
A pesar de su privilegia­da ubicación, el Moll de la Fusta no termina de atraer a sus vecinos
CÉSAR RANGEL Un espacio por explotar. A pesar de su privilegia­da ubicación, el Moll de la Fusta no termina de atraer a sus vecinos

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