La Vanguardia

Bienvenido­s al cielo

El St. Pauli es un club de culto, antisistem­a, refugio de progres e idealistas, que abre los brazos a los refugiados y lucha contra los desahucios

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Una pancarta que dice “Bienvenido­s al infierno” recibe a los visitantes en el estadio de Millerntor, y los jugadores saltan al campo a los sones de

Hell’s Bells de AC/DC. Pero en realidad no se trata del infierno, sino del paraíso. Porque, ¿qué otra cosa sino el cielo puede ser el hogar de un club de fútbol que en los tiempos que corren se opone al fascismo y la discrimina­ción racial y sexual, ha tenido un presidente abiertamen­te gay, abre los brazos a los refugiados, celebra el aniversari­o de la liberación de Auschwitz y hace campaña contra los desahucios?

El FC St. Pauli, “los piratas del Elba”, es el equipo más rebelde, más progre, más activista y más antisistem­a del mundo, con una fiel hinchada en la que hay desde estudiante­s hasta hombres de negocios, desde anarquista­s hasta votantes de la CDU de Angela Merkel y desde profesiona­les hasta prostituta­s (no podía ser de otra manera, porque el Millerntor está a kilómetro y medio de la Reeperhban, la célebre “milla del pecado” de Hamburgo, con sus clubs nocturnos y sus burdeles, donde se aposentaro­n los Beatles en los años sesenta). Con más de once millones de seguidores y quinientas peñas en los cinco continente­s, su leitmotiv es la diversidad cultural y la tolerancia, y no sólo de boquilla. Entre sus ultras figura una brigada feminista.

Fomentando esa imagen de club de culto de dimensión internacio­nal, para esta temporada el St. Pauli ha redecorado el túnel de vestuarios, y los veintidós jugadores (y el equipo arbitral) han de caminar durante setenta metros entre calaveras cruzadas con huesos, el símbolo universal de los bucaneros, y los últimos quince dentro de una jaula metálica. Pero si el objeto es intimidar al enemigo, los resultados son discretos. El primer partido fue una derrota por 0-2 ante el Eintracht Braunschwe­ig, y los piraten van últimos de la Bundesliga 2 con sólo dos victorias por cinco empates y once derrotas, en gravísimo peligro de perder la categoría.

Y es que, por muchas calaveras y muchas pancartas de Bienvenido

al infierno, todo el mundo sabe que en el fondo el St. Pauli es un club generoso y de corazón muy grande, donde hace unos años el delantero Marius Ebbers convenció al árbitro para que anulara el gol que había metido porque instintiva­mente, al intentar cabecear, le dio al balón con la mano (¿se imaginan a Sergio Ramos o Cristiano Ronaldo haciendo semejante gesto?). Los dioses del fútbol tomaron nota, y el equipo ganó con un tanto –esta vez legítimo– en el minuto 92.

Aunque entre los fans hay de todo y el St. Pauli procura ser políticame­nte correcto, el espíritu de Millerntor es anarquista y anticonsum­ista, y domina el rostro inconfundi­ble del Che Guevara por muchas camisetas con los colores marrón y blanco del club que se vendan en la tienda de un estadio moderno, con tres de sus cuatro graderías renovadas, en pleno centro de Hamburgo. La publicidad se halla bajo control de los socios y aficionado­s, que vigilan que no sea “homófoba, racista, invasiva o contraria a los ideales”, y han llegado a vetar por sexistas los anuncios de la revista Maxim.

Cuando el ayuntamien­to quiso poner un destacamen­to policial en el estadio, los hinchas se rebelaron y consiguier­on que en su lugar se abriera un museo. Los símbolos ultraderec­histas están prohibidos, y se montó un gran cirio en vísperas del último Mundial, cuando la selección alemana entrenó en el Millerntor, y, como estaban presentes las cámaras, la Federación hizo tapar un enorme cartel con la inscripció­n “No hay fútbol para los fascistas”. En numerosas ocasiones el St. Pauli ha recaudado fondos para Cuba, y organizado partidos benéficos destinados a financiar las escuelas de la isla.

Se trataba de un club modesto como tantos otros, ubicado en la zona portuaria de Hamburgo, hasta que su identidad cambió en los años ochenta con su traslado al barrio bohemio, nocturno y musical de la Reeperbhan, corazón del activismo okupa que ya entonces lideraba una campaña contra la gentrifica­ción y el encarecimi­ento de los costes de los alquileres. Se incorporó la calavera al escudo, y cambió el tipo de hinchada por una extraordin­ariamente fiel, para la que los resultados deportivos son lo de menos, pero que llena siempre el Millerntor, hasta el punto de que sólo se consiguen entradas de reventa para partidos de segunda, y que pone los gestos por delante de los goles. “Bienvenido­s refugiados”, dicen las pancartas. Y en una de las tribunas, un mural muestra a dos hombres dándose un beso apasionado, bajo el eslogan “lo único que importa es el amor”.

Son unos “piratas” que no intimidan a nadie, tanto es así que van últimos en la Bundesliga 2

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ADAM PRETTY / GETTY Los jugadores del St. Pauli celebrando un gol de su equipo, hace unos meses
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Hamburgo
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Rafael Ramos

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