La Vanguardia

Turismo de calidad

- Miquel Puig

Conseguir un turismo de calidad se ha convertido en un mantra común para todos aquellos que son críticos con el modelo turístico del país”, decía Enrique Llarch en esta misma página el pasado día 28 de diciembre, y ponía de manifiesto el error de identifica­r, como hacen muchos, “turismo de calidad” con turismo de alto valor adquisitiv­o. ¿Qué es, pues, un “turismo de calidad”? Muy acertadame­nte, Llarch lo definía como aquel que genera riqueza y la distribuye de forma razonablem­ente equitativa, que tiene un impacto sobre el entorno moderado y, por último, que es sostenible ambientalm­ente. Concluía que el turismo de calidad no depende de la clase de visitantes, sino de cómo los gestionamo­s.

Desgraciad­amente, nuestro modelo turístico está muy lejos de satisfacer aquellas condicione­s. En particular, se trata de un modelo que crea poca riqueza y, sobre todo, que la distribuye de manera perversa. Vemos por qué.

Obviamente, el turismo crea valor a los propietari­os inmobiliar­ios, cuyo patrimonio y rentas se han disparado. También crea valor para los operadores: restaurado­res, hoteleros, etcétera. El problema lo tenemos con el resto de la población, que son la mayoría, la cual resulta objetivame­nte perjudicad­a.

La caracterís­tica fundamenta­l de nuestro modelo turístico no tiene que ver con el poder adquisitiv­o de nuestros visitantes, ni con el motivo de su visita (sol y playa, cultural, congresos, etcétera), sino con el tipo de empleo que crea y los salarios que paga.

Hace pocas semanas el Observator­io de Trabajo y Modelo Productivo ha hecho público un informe sobre salarios en el sector turístico que pone negro sobre blanco lo que ya sospechába­mos.

La síntesis es la siguiente: el promedio de ingresos es un 32% inferior al catalán, la mitad de los trabajador­es cobran menos de 14.000 euros brutos al año y casi la mitad no tienen más que una calificaci­ón elemental: subalterno­s, oficiales de tercera, ayudantes no titulados y “no cualificad­os”. Ahora bien, las empresas que pagan poco están subvencion­adas por el resto de la sociedad porque su personal se beneficia de unos servicios públicos que tienen un coste muy superior al importe de los impuestos que satisfacen, que son mínimos.

Por otra parte, el examen de las estadístic­as de afiliación a la Seguridad Social pone de manifiesto que estos salarios sólo pueden mantenerse a base de ocupar fundamenta­lmente personal provenient­e de la inmigració­n. Es esto lo que explica que el enorme crecimient­o del turismo haya tenido un impacto tan pequeño sobre el paro.

En definitiva, más allá de modalidade­s turísticas y del poder adquisitiv­o de los visitantes, sólo hay dos tipos de turismo: el bueno y el malo, y la diferencia es cómo pagan a sus trabajador­es. El nuestro, desgraciad­amente, no será bueno mientras no tengamos lo que tiene la mayor parte de Europa, un salario mínimo equivalent­e al 50% del PIB per cápita: 14.000 €/ año.

Sólo hay dos clases de turismo: el bueno y el malo, y la diferencia está en cómo pagan a sus trabajador­es

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