Turismo de calidad
Conseguir un turismo de calidad se ha convertido en un mantra común para todos aquellos que son críticos con el modelo turístico del país”, decía Enrique Llarch en esta misma página el pasado día 28 de diciembre, y ponía de manifiesto el error de identificar, como hacen muchos, “turismo de calidad” con turismo de alto valor adquisitivo. ¿Qué es, pues, un “turismo de calidad”? Muy acertadamente, Llarch lo definía como aquel que genera riqueza y la distribuye de forma razonablemente equitativa, que tiene un impacto sobre el entorno moderado y, por último, que es sostenible ambientalmente. Concluía que el turismo de calidad no depende de la clase de visitantes, sino de cómo los gestionamos.
Desgraciadamente, nuestro modelo turístico está muy lejos de satisfacer aquellas condiciones. En particular, se trata de un modelo que crea poca riqueza y, sobre todo, que la distribuye de manera perversa. Vemos por qué.
Obviamente, el turismo crea valor a los propietarios inmobiliarios, cuyo patrimonio y rentas se han disparado. También crea valor para los operadores: restauradores, hoteleros, etcétera. El problema lo tenemos con el resto de la población, que son la mayoría, la cual resulta objetivamente perjudicada.
La característica fundamental de nuestro modelo turístico no tiene que ver con el poder adquisitivo de nuestros visitantes, ni con el motivo de su visita (sol y playa, cultural, congresos, etcétera), sino con el tipo de empleo que crea y los salarios que paga.
Hace pocas semanas el Observatorio de Trabajo y Modelo Productivo ha hecho público un informe sobre salarios en el sector turístico que pone negro sobre blanco lo que ya sospechábamos.
La síntesis es la siguiente: el promedio de ingresos es un 32% inferior al catalán, la mitad de los trabajadores cobran menos de 14.000 euros brutos al año y casi la mitad no tienen más que una calificación elemental: subalternos, oficiales de tercera, ayudantes no titulados y “no cualificados”. Ahora bien, las empresas que pagan poco están subvencionadas por el resto de la sociedad porque su personal se beneficia de unos servicios públicos que tienen un coste muy superior al importe de los impuestos que satisfacen, que son mínimos.
Por otra parte, el examen de las estadísticas de afiliación a la Seguridad Social pone de manifiesto que estos salarios sólo pueden mantenerse a base de ocupar fundamentalmente personal proveniente de la inmigración. Es esto lo que explica que el enorme crecimiento del turismo haya tenido un impacto tan pequeño sobre el paro.
En definitiva, más allá de modalidades turísticas y del poder adquisitivo de los visitantes, sólo hay dos tipos de turismo: el bueno y el malo, y la diferencia es cómo pagan a sus trabajadores. El nuestro, desgraciadamente, no será bueno mientras no tengamos lo que tiene la mayor parte de Europa, un salario mínimo equivalente al 50% del PIB per cápita: 14.000 €/ año.
Sólo hay dos clases de turismo: el bueno y el malo, y la diferencia está en cómo pagan a sus trabajadores