La corrupción cronificada
JAVIER Cercas sostiene que la corrupción existe desde que el mundo es mundo. El problema, por tanto, no son los corruptos sino el sistema que no impide o que alienta la corrupción. Por eso piensa que hay que cambiar a las personas, pero antes resulta imprescindible transformar el sistema. Y añade: “Lo difícil no es cambiar a los mangantes por personas decentes, sino impedir que las personas decentes se conviertan en mangantes”. Sus reflexiones ayudan a entender los datos que ha hecho público el Consejo General del Poder Judicial, de los que se deduce que esta es una herida que no cesa de sangrar, pues entre julio del 2015 y septiembre del 2016 los tribunales españoles procesaron o abrieron juicio oral por delitos de corrupción contra 1.378 responsables públicos.
Sorprende que las cifras de procesados por delitos de corrupción no remitan, por cuanto la alarma social se ha disparado, las medidas de transparencia de las instituciones se han multiplicado y la depuración de responsabilidades se ha hecho más evidente. Es cierto que por la insoportable lentitud de la justicia puede parecer en algún momento que los corruptos se van de rositas (el caso Palau lleva ocho años pendiente de juicio y Fèlix Millet y Jordi Montull permanecen en libertad), cuando en otros países los procedimientos son más rápidos y rotundos (el caso Madoff se cerró en nueve meses y su responsable, condenado a 150 años). Pero no existe la impunidad, aunque parezca lo contrario. Otra cosa es que la corrupción en este país parece haberse cronificado. Que en cinco trimestres se haya procesado a 1.378 funcionarios, gobernantes y políticos en ejercicio demuestra que hay que depurar aún más el sistema. El hecho de que Catalunya sea la que cuente con más procesados resulta una pésima noticia. Decía Frank Herbert que la corrupción lleva infinitos disfraces, pero debió añadir que el problema es cuando un país parece estar en carnaval permanente.