El último té

AL presidente estadounidense se le denomina en sus últimas semanas de mandato el pato cojo, desde que la expresión fue utilizada irónicamente por un diario de Wisconsin para referirse a Calvin Coolidge. La última tarea del inquilino de la Casa Blanca (y de la primera dama) antes de abandonarla es invitar a tomar el té al siguiente matrimonio que ocupará el palacete del 1600 de la avenida Pensilvania. Luego se dirigirán al Capitolio para la ceremonia del juramento. Hillary Clinton escribió en sus memorias que George y Barbara Bush les hicieron sentir extraordinariamente cómodos durante esa media hora protocolaria: “Me quedé admirada del estilo de Barbara Bush, que no perdió la elegancia mientras esperábamos que un presidente, su marido, dejara su lugar a otro”. Después de las duras críticas de Barack Obama a Donald Trump de los últimos días, habrá que ver si las escenas del relevo resultan hoy tan impecables y tan perfectas. Los presidentes acostumbran a aprovechar su entrada en la Casa Blanca para invitar al vicepresidente y a su esposa (e incluso a matrimonios amigos) a dormir la primera noche en el recinto. Hillary Clinton explicó que se llevaron un susto descomunal cuando a las cinco y media de la mañana oyeron un brusco golpe en el suelo del dormitorio: “Bill saltó de la cama y yo alargué la mano en la oscuridad para encontrar las gafas, segura de que debía de tratarse de algún tipo de emergencia”. De repente, entró un tipo vestido de esmoquin que traía el desayuno en una bandeja de plata, porque así empezaban los Bush la jornada. Cuando el mayordomo oyó al cuadragésimo segundo presidente decirle “¡Eh! ¿Qué hace usted aquí?”, el hombre salió atropelladamente de la habitación. Por cierto, el dormitorio Lincoln, para invitados, parece que tiene fantasmas, pues algunos aseguran haber oído ruidos siniestros y haber visto figuras misteriosas. Es posible que con Trump no se atrevan ni los espectros.