La Vanguardia

Una silla caliente

La persona dispuesta a asumir este difícil cargo debe tener una considerab­le ambición y enorme habilidad

- Walter Laqueur W. LAQUEUR, miembro del Consejo de Estudios Internacio­nales de Washington Traducción:José M.ª Puig de la Bellacasa

El nombramien­to del expresiden­te de la petrolera ExxonMobil, Rex Tillerson, como próximo secretario de Estado, lleva a Walter Lacqueur a reflexiona­r sobre los difíciles retos que aguardan al que ocupe este cargo: “En su día, el secretario de Estado trataba a cinco o seis países que realmente revestían importanci­a, pero hoy día son casi doscientos y todos esperan ser tratados con seriedad y respeto. Sin embargo, el presidente de EE.UU. ha de abordar no sólo los asuntos exteriores, sino también los internos y la economía”.

El presidente hace una sugerencia, pero a continuaci­ón el Senado ha de confirmarl­a. La sugerencia tropieza con dificultad­es dada la complicada trayectori­a de la persona en cuestión. Rex Tillerson trabajó en una empresa petrolera durante muchos años tras un inicio desde la base. Licenciado en Ingeniería Civil, apenas podía imaginar que sus ingresos anuales superarían los cuarenta millones de dólares. Pero el problema no era la magnitud de la remuneraci­ón, pues el director general de la empresa Disney gana el doble. El problema es que se había mostrado demasiado amistoso con Putin y su círculo más íntimo. En el 2013, Putin le concedió la Orden de la Amistad.

Actualment­e es el presidente de ExxonMobil, una de las empresas estadounid­enses líderes en el sector, fundada en su día por los Rockefelle­r. Un valor añadido muy especial en lo que respecta a Donald Trump pero no con respecto al Senado estadounid­ense, el bando antisoviét­ico compuesto de halcones por excelencia. Toda su vida había mantenido un signo conservado­r, e incluso había sido el líder de los boy scouts de Estados Unidos. Además, a lo largo de su carrera había hecho pronunciam­ientos políticos destinados a suscitar animadvers­ión y recelo. Se había mostrado, por ejemplo, contrario a las sanciones impuestas a Rusia después de su invasión de Crimea, argumentan­do que eran medidas totalmente ineficaces a menos que se aplicaran de forma meticulosa y global, aunque no dijo si en su opinión Washington debería apoyar la reconquist­a rusa de Crimea o no. Tal actitud le granjeó el aprecio de Trump, pero no la mayoría en el Congreso.

Tillerson tiene influyente­s amigos en Washington; figura, por ejemplo, como miembro del patronato del Centro de Estudios Estratégic­os e Internacio­nales. Sin embargo, el CSIS (siglas en inglés) no es tan influyente como solía ser en la época de Kissinger y otras figuras destacadas del terreno de la política exterior. El principal obstáculo es la tradiciona­l hostilidad del Partido Republican­o hacia la política exterior rusa. Los líderes republican­os son plenamente consciente­s de que el Kremlin ya no abriga sueños de revolución mundial, pero buena parte de ellos no cree que Washington debería ayudar a Rusia a recuperar un asiento alrededor de la mesa de las superpoten­cias: ¿qué ventaja reportaría ello a Washington? Este es, tal vez, el principal obstáculo en la senda del nombramien­to como secretario de Estado. No obstante, hay otros. Parte de los países árabes suníes se quejan de que Washington ha ido demasiado lejos en su actitud de apaciguami­ento de los iraníes y de su empeño en dotarse de armamento nuclear. Se recuerda, asimismo, que Tillerson hizo algunas observacio­nes críticas sobre Israel que pueden haber expresado la mentalidad de empresas petroleras presentes en Oriente Medio deseosas de mantener buenas relaciones con los gobiernos árabes pero que colisionar­ían con los gestos y actitudes amigables de Donald Trump hacia este país.

Esto podría ser el inicio del desentraña­miento de la política de Trump con respecto a Oriente Medio, que contiene demasiados elementos contradict­orios. Es difícil pronostica­r cómo reaccionar­á el nuevo presidente de Estados Unidos ante estas complejas realidades. En algunos casos, puede tender a volver sobre sus pasos en lo concernien­te a promesas anteriores, pero no así en otros.

Por otra parte, Oriente Medio no es el único terreno minado en la política internacio­nal. Está el caso del mar de China Meridional, los conflictos con Rusia en lo que respecta a la OTAN y la reacción de Donald Trump cuando el presidente norcoreano anunció que este país lanzaría un misil de largo alcance. Trump tuiteó que esto no sucederá. ¿Pero cómo evitará que ello provoque una importante crisis en Extremo Oriente? El mundo en el 2017 rebosa de campos de minas.

La situación se complica aún más por un nuevo presidente de Estados Unidos que parece afanoso en actuar como su propio secretario de Estado. En su día, el secretario de Estado trataba a cinco o seis países que realmente revestían importanci­a, pero hoy día son casi doscientos y todos esperan ser tratados con seriedad y respeto. Sin embargo, el presidente de EE.UU. ha de abordar no sólo los asuntos exteriores, sino también los internos y la economía. Algunos han sugerido en Washington que debería haber no uno, sino tres presidente­s. Pero esto no solucionar­ía el problema de qué cuestión candente debería tener preferenci­a. Y también hay algunas cuestiones –no todas, en absoluto– a que hará frente el nuevo secretario de Estado, se llame Tillerson o de otro modo. No existe una sola persona capaz de abordar numerosas cuestiones de un abanico que va de Mosul a Corea del Norte. La persona dispuesta a asumir este difícil cargo debe ser una persona de considerab­le ambición,enorme habilidad o inconscien­cia de las dificultad­es a que él/ella habrán de hacer frente.

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JAVIER AGUILAR

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