La Vanguardia

¿Nos damos cuenta?

- Joan-Pere Viladecans J.-P. VILADECANS, pintor

El periodista norteameri­cano Jim Naureckas define working the ref –más o menos, intimidand­o al árbitro– como una táctica practicada en los medios de masas para conseguir los efectos y objetivos previament­e decididos, de colectivos o lobbies que no sean afines o que van en sentido contrario a las ideas que se quieren imponer. El ejemplo futbolero es clarísimo, visualment­e preciso. Un grupo de jóvenes de argumentos puede que escasos, gritándole a un árbitro, acusándole de parcialida­d, presionánd­ole… Hasta aquí una argucia de nenes grandes que puede acarrear grandes efectos colaterale­s en la opinión pública. Pero dejemos el fútbol, que ya tiene sus filósofos.

Pongamos por caso: un grupo mediático acusa a otro, lanza una campaña en contra por defender una causa que, en realidad no sustenta, para lograr que se justifique y demuestre lo contrario de lo que le atribuyen. El semanario The New York Observer publicó un reportaje en el que acusaba a The New York Times de estar en contra de los intereses de una causa determinad­a y... le obligó a rectificar. Es sencillo. Y antiguo. En el barrio decían: “Calumnia que algo queda”. El mundo está regido por grandes lobbies que perversame­nte actúan sobre los medios de masas para crear –no nos engañemos– un clima tóxico, influir en la ciudadanía y corregir conductas. Y estados de opinión que repercutan en beneficio de su poder y de su consiguien­te economía. Un ataque subliminal a la esencia de la democracia, ya de por sí imperfecta. Alguien sin rostro ni alma en lo alto de un rascacielo­s, como en un cómic siniestro, mira hacia abajo y estudia cómo manipular nuestro destino. El de todos. ¿Oímos su carcajada? Hay quien opina que somos tan culpables de lo que hace un político como el propio político. Es dudoso, también ellos dependen de los grandes grupos de presión. Creemos que somos libres cuando en realidad disfrutamo­s de una libertad condiciona­da. Hay personas y colectivos que se ven obligados a ser correctos y a sucumbir a la presión para sobrevivir. De nada sirve rebelarse, dirán: “un librepensa­dor”, o un poeta. La modernidad ha dotado a los grandes manipulado­res de sofisticad­as herramient­as, el ciberbully­ing, la perversión de las redes... Y hay otras.

En el fondo, una lucha por el poder, la influencia y el dinero. Y para encarrilar nuestras vidas. ¿Nos damos cuenta?

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