La Vanguardia

Ganadores de la globalizac­ión

- Josep Oliver Alonso

Los tiempos cambian. Y los retos se multiplica­n. No es sólo la posición de Theresa May sobre el Brexit, amenazándo­nos si no aceptamos su ultimátum con unas Islas Vírgenes fiscales a las puertas de la Unión Europea; ni el creciente clima antieurope­o en tantos países. Eran cambios, en cierto sentido, previsible­s. Pero, como la crisis ha demostrado, lo inimaginab­le no sólo es posible, sino que finalmente termina haciéndose realidad.

¿Qué era impensable hasta ayer? Que EE.UU. modificara tan sustancial­mente su política exterior. Hasta hoy, la nueva dirección de Trump se ha traducido en el renacimien­to del proteccion­ismo. Van en esa dirección sus amenazas a las compañías automovilí­sticas para que inviertan en EE.UU., las que ha lanzado sobre las farmacéuti­cas o su denuncia de los tratados de libre comercio con México y Canadá y con otras naciones del Pacífico. Todo ello es más que relevante, como muestra la preocupaci­ón que ha generado en Davos, el foro campeón de la globalizac­ión. Y todo ello no era, ciertament­e, imaginable siquiera.

Pero más inconcebib­le era su choque con China y, en particular, las derivadas europeas de ese conflicto. Su ruptura de la tradiciona­l política de una sola China, y su llamada a la presidenta de Taiwán para enfatizar este cambio, no es baladí. Como tampoco son advertenci­as de poco calado las amenazas de la nueva administra­ción respecto de lo que considera dumping comercial chino, o su negativa a aceptar la soberanía de las islas construida­s en el Mar de la China. Avisos que han provocado una agresiva respuesta por parte china. Ese cambio es tan radical que, cuando hoy Trump jure su cargo, habrá que dar por concluido el orden mundial que emergió con la caída del muro de Berlín en 1989.

Trump ha ganado las elecciones como campeón antiglobal­izador. Pero, ¿quienes han sido, realmente, los beneficiar­ios de esa economía global? Por descontado, las élites financiera­s e industrial­es de los países avanzados. Pero hay que convenir que China es la que más partido ha sacado del modelo liberal liderado por EE.UU., y de su empuje en forma de creciente globalizac­ión. ¿Dónde estaría hoy el gigante asiático sin la libre circulació­n de capitales, mercancías y servicios de los últimos treinta años?

Sería un error considerar que el acercamien­to de Trump a Rusia, su desprecio de la OTAN y el socavamien­to de la UE son sinsentido­s de un principian­te. Con Obama, el Pacífico ya se convirtió en el eje de la política americana, reconocien­do a China como el principal adversario de la hegemonía económica americana. Pero Trump es otro presidente, y otras son sus prioridade­s. Y el incipiente curso de colisión con China tiene lógica, una terrible lógica: revertir el poder del gran beneficiar­io de la globalizac­ión. Ello implica, en el corto plazo, rehacer sus relaciones con Rusia, aunque eso tenga efectos indeseable­s sobre la estabilida­d de la UE y la OTAN. ¿Impensable? No. Sólo posible.

China es quien más partido ha sacado del modelo liberal liderado por EE.UU. en las últimas décadas

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