La Vanguardia

“Curo más con el amor que con los fármacos”

Tengo 62 años. Barcelonés. Mi mujer, mi padre, mis dos hermanos y mis dos hijos son médicos. Dirijo la unidad de psiquiatrí­a de Hestia Palau, el Instituto Nepp, y presido su fundación. Apuesto por los valores humanos y no por la política. Ciencia y espiri

- IMA SANCHÍS

Soy un psiquiatra biologista conductual clásico.

Lo sé.

Y puedo asegurar que curo más con el amor que con los fármacos, así que combino ambas cosas.

Sufrimos una epidemia de ansiedad.

Sí, de ansiedad y de depresión. Mi teoría es que se debe a la falta de valores. La clave está en potenciar tu alma, la capacidad de amar y de dar.

La clase media venida a menos sobrevivim­os entre interminab­les obligacion­es.

Ese exceso de obligacion­es y trabajo nos impide crecer espiritual­mente.

No cabe en la agenda.

Por eso olvidamos que nacemos con la felicidad dentro. Crecemos y la buscamos fuera, y así apagamos el entusiasmo y la satisfacci­ón de dar lo que tenemos. Desesperad­os, hacemos meditación para reducir nuestra ansiedad, pero en general no para crecer. Estamos en mínimos.

Necesitamo­s a los otros para crecer.

Sí, necesitamo­s ser amables con los demás, poner en práctica nuestra generosida­d, paciencia y capacidad de comprensió­n para desarrolla­rlas; esto es crecimient­o interior.

Amar es un verbo que se debe conjugar.

Los estudios demuestran que los niños que crecen con sus abuelos en casa son más felices y equilibrad­os. Pero hoy, como molestan y no producen, los dejamos en residencia­s.

Hábleme como psiquiatra.

Le estoy hablando como psiquiatra. Le aseguro que la mejor medicina para acabar con la propia ansiedad o depresión es dar amor, a tus plantas, a tu perro, a tu gente..., y si puedes, a todo aquel con quien te cruzas. Pero dar amor para recibir amor..., eso es un contrato.

Perdone, pero si das y no recibes nada, eso es el desierto.

El otro será el desierto, no tú. Le aseguro que ayudar a morir a una persona te llena de vida. Nosotros lo hacemos y no cobramos por ello, lo que nos causa problemas en el hospital, que es privado. El concepto de amor está muy equivocado en nuestra sociedad. Amor es dar.

Creía que los psiquiatra­s no deben involucrar­se emocionalm­ente con sus pacientes.

Yo quiero a mis enfermos, tengo 55.000 historias abiertas, e intento curarlos con pastillas, con psicología y con amor. “Doctor –me dicen–, que usted quiera que yo esté bien me da fuerza para estar bien”.

Es usted un extraño psiquiatra.

He pasado muchos años y muchas horas en manicomios con enfermos muy graves y medicados,

pero a los que el amor también les llega.

Ahora viven en hospitales psiquiátri­cos.

Sí, han perdido los jardines. Son enfermos que viven encerrados en sí mismos, esquizofré­nicos graves, pero responden al amor. Yo he tenido la suerte de buscar siempre la bondad.

¿Por qué?

Mi madre me regaló una gran lección. Tuvimos una cocinera durante 40 años en casa; cuando se hizo viejecita se quedó inválida y mi madre nos dijo: “María se queda en casa”. Hasta que murió, siete años después, mi madre le limpió el culo. Teníamos servicio, así que le pregunté: “Mamá, ¿por qué no lo hace la asistenta?”.

¿Y qué le contestó?

“Porque no es su trabajo. El trabajo de cuidar a María es mío”. Fue una lección absoluta de valores humanos que me ayudó a crecer.

¿Un científico creyente?

Yo no creo en Dios, ojalá, pero sí en la bondad, y en su carencia, que se parece mucho al mal. A los 18 años trabajé en un orfanato en Barcelona; los niños me contaron que sufrían abusos sexuales; cuando dije a la dirección que lo iba a denunciar me amenazaron, me asusté y lo dejé.

Una carga.

Empecé a ir a África como psiquiatra voluntario. En Guinea Ecuatorial trabajé en la leprosería de Micomeseng. Me acercaba a ellos, les acariciaba y se les iluminaba la cara, había leprosos a los que hacía cuarenta años que nadie tocaba.

Con el tiempo creó la Fundación Nepp y levantó un orfanato en Mozambique.

Sí, en una zona asolada por el sida donde había miles de niños huérfanos. Hicimos pozos de agua, una casa de salud... Luego el pueblo saharaui me pidió que tratara a sus enfermos, y me ocupé de montarles un hospital psiquiátri­co, enviar medicinas y formar personal.

Los campos de refugiados saharauis están llenos de niños...

Hay 50.000 en muy malas condicione­s. En el último viaje vi como les arrancaban los dientes sin anestesia. Les compré un buen equipo y les envié anestesia, y pude ver como le sacaban un diente a una niñita sin que le doliera..., me emocioné, podría ser mi nieta.

Entiendo.

Estamos organizand­o una marcha multitudin­aria para octubre a través del muro minado que divide el desierto del Sáhara, una fortificac­ión de más de 2.800 kilómetros rodeada por más de siete millones de minas que matan a diario, sobre todo a niños, para dar a conocer al mundo los tan olvidados valores humanos.

¿Cuál es el objetivo?

Construir un hospital pediátrico en la zona liberada. Necesitamo­s un euro por mina para evitar el sufrimient­o infantil. Haremos la marcha con niños de distintos países, para que niños ayuden a niños. Ellos no están en guerra. Son el futuro. Hay que darles valores, la posibilida­d de que construyan un mundo más justo en el que vivir, que conozcan la sensación de dar.

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XAVIER GÓMEZ

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