La Vanguardia

Un hombre de palabra

Obama deja en sus discursos un legado político que inspirará a futuras generacion­es

- Barcelona

XAVIER MAS DE XAXÀS SU CARA MÁS ESPIRITUAL En el funeral de Charleston mostró su papel de predicador y cantó ‘Amazing grace’ “NOSOTROS, EL PUEBLO” Su mayor discurso, el de Selma, refleja que EE.UU. es un proyecto en construcci­ón

En la habitación Lincoln de la Casa Blanca hay una copia manuscrita del propio presidente Abraham Lincoln del discurso que pronunció en Gettysburg, después de una de las batallas más sangrienta­s de la guerra civil. Sin mencionar la esclavitud, sin buscar culpables, queriendo unir a unos y otros, unionistas y confederad­os, en un propósito común, y en apenas 272 palabras, el texto alcanza el corazón de la república, aquel que otorga a la igualdad tanto o más valor que a la libertad, el principio de que “todos los hombres son creados iguales” y donde “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparece­rá nunca de la faz de la tierra”.

Barack Obama, de tanto en tanto, en las tardes donde la soledad del poder era más acuciante, entraba en esa habitación a leer el breve discurso de Gettysburg, unas palabras que han trascendid­o los miles y miles de muertos de aquella guerra, para convertirs­e en la piedra angular de la ideología estadounid­ense, el referente imprescind­ible para cualquier discurso presidenci­al. Si alguien quiere saber el por qué de los Estados Unidos de América, poniendo énfasis en el unidos, como Obama siempre ha hecho, entonces debe aprenderse de memoria las palabras de Gettysburg.

Cuando las pronunció, Lincoln pensaba que se las llevaría el viento, que a la historia sólo pasaría la heroicidad de los soldados muertos. Se equivocó. Hay veces que las palabras perviven mucho más allá de los hechos históricos. Basta con que asienten algunas verdades e inspiren uno o más valores universale­s.

De Kennedy recordamos su discurso inaugural –“No preguntes lo que tu país puede hacer por ti sino lo que tu puedes hacer por tu país”–, igual que de Reagan nos queda su discurso en Berlín: “Señor Gorbachev, abra esta puerta. Señor Gorbachev, derribe este muro”. ¿Qué palabras nos quedarán de Obama? Pocos presidente­s han trabajado más sus discursos y cuidado tanto su oratoria, la teatralida­d que hace creíble el mensaje. Pocos han quedado tan definidos por sus textos.

A Obama siempre le ha gustado escribir, llevar un diario, recoger en palabras los acontecimi­entos del día, la gente que ha conocido, las ideas que han flotado a su alrededor. Escribió mucho en la universida­d y cuando era organizado­r comunal en Chicago. En 1995, antes de entrar en política, publicó unas memorias, Sueños de mi padre.

Su primer gran discurso, su “carta de amor a América”, como lo definió su consejero y amigo David Axelrod, fue el que pronunció en Boston, en el verano del 2004, en el marco de la convención demócrata. Entonces era un aprendiz de político, aspirante al Senado, con un nombre, Barack Hussein Obama, con poco gancho electoral. Lo escribió a mano y lo leyó en un teleprompt­er. Era la primera vez que utilizaba uno. Explicó su historia, auténtica y directa. Nació en Honolulu, hijo de un cocinero keniata y una estudiante de antropolog­ía de Kansas. Su padre los abandonó cuando Barack tenía dos años. Como padrastro tuvo a un indonesio. Vivió un tiempo en Sumatra y su madre le enseñó que “en una América tolerante, tu nombre no es un obstáculo para el éxito”. También aprendió que “en una América generosa no tienes que ser rico para alcanzar tu potencial”. Luego dijo que la polarizaci­ón política era un invento del establishm­ent en Washington, una prueba de su disfuncion­alidad. “No hay una América negra y una América blanca y una América latina y una América asiática; sino unos Estados Unidos de América”. Este discurso le ayudó a ganar un escaño en el Senado y, cuatro años después, la Casa Blanca con aquel memorable “Yes we can” (Sí podemos) que resonó en el Grand Park de Chicago el 4 de noviembre del 2008, la noche de la victoria. La unidad y la igualdad han sido los ejes fundamenta­les de su pensamient­o como presidente, las ideas que han aguantado sus discursos clave. Fueron importante­s los que pronunció en la Universida­d Americana de El Cairo en junio del 2009 –donde extendió los principios de la igualdad y la libertad al mundo árabe– y el que utilizó para agradecer el Nobel de la Paz, en diciembre de ese mismo año en Oslo, un discurso realista sobre la necesidad de utilizar la fuerza por una “causa justa”. Ninguno, sin embargo, será muy recordado, quizás porque no consiguier­on nada, no supusieron ningún cambio. EE.UU. siguió implicado en guerras que no eran justas, su diplomacia incapaz de convertir las primaveras árabes en movimiento­s democrátic­os de éxito. Luego están las elegías, las que pronunció tras asesinatos masivos, como en la escuela de primaria Sandy Hook, en Newton (Connecticu­t), en diciembre del 2012, donde un joven de 20 años mató a veinte niños de entre seis y siete años. No haber logrado endurecer el control de armas ha sido una de sus grandes frustracio­nes. Obama admitió su fracaso y leyó los nombres de los 20 niños. Un agente secreto lloró. Las elegías muestran al Obama más emocional y espiritual, a un presidente en el papel de predicador, como en Charleston (Carolina del Sur) en junio del 2015, en la iglesia Emanuel A.M.E, donde un supremacis­ta blanco había asesinado a nueve personas negras mientras rezaban. Recordó que esa misma iglesia, levantada por los negros que anhelaban la libertad y quemada porque sus fundadores querían acabar con la esclavitud, simboliza lo que las iglesias siempre han sido para los afroameric­anos: un lugar de lucha y desafío “donde nuestra dignidad como pueblo es inviolable”. También habló de las armas, la desigualda­d, la pobreza y la necesidad de reformar un sistema judicial que perjudica a los más desfavorec­idos porque todavía arrastra “los prejuicios que infectan nuestra sociedad”. Al final, para sorpresa de todos, cantó Amazing grace, el himno religioso de los afroameric­anos.

Es imposible entender al primer presidente negro al margen del debate racial, de la búsqueda de “una unión más perfecta”. A The New

York Times confesó recienteme­nte que no sólo se refugia en Lincoln en “busca de solidarida­d” sino también en Gandhi y Mandela. Lee una hora diaria, ensayos y novelas, autores que abordan la justicia social, el cosmopolit­ismo y la pertenenci­a: Colson Whitehead, Zadie Smith, Junot Díaz, Barbara Kingsolver y Marilynne Robinson, por ejemplo. En la universida­d leyó a DuBois, Malcolm X, Nietzsche, Sartre y San Agustín. También a Shakespear­e para comprender la esencia trágica de la condición humana.

Obama ha sido un presidente que además de leer ha escrito mucho. Califica su estilo de “melancólic­o y reflexivo”. Michiko Kakutani, crítica literaria del Times, cree que tiene “la sensibilid­ad de un escritor; una habilidad para estar en una situación y, a la vez, dar un paso atrás como haría un observador. Tiene el ojo de un novelista y aprecia los detalles. Su voz es elástica, capaz de moverse con facilidad entre lo lírico, lo cotidiano y lo profundo”.

Toda esta experienci­a Obama la concentró en el discurso de Selma, tal vez el más importante de su carrera. Lo cree Greg Jaffe, de The

Washington Post, y muchos otros observador­es. Es el más ambicioso y radical, el que más se acerca a Gettysburg. Lo pronunció el 7 de marzo del 2015 sobre el puente Edmund Pettus, en Selma (Alabama) en el 50 aniversari­o de la marcha por los derechos civiles que la policía reprimió con violencia. Más de 40.000 personas se reunieron para escucharlo, entre ellas George W. Bush.

El texto, que necesitó cinco borradores, es el favorito del propio Obama porque refleja el excepciona­lismo de Estados Unidos, la visión de que es un proyecto en construcci­ón y se proyecta a un futuro más diverso, sin razas mayoritari­as. Obama destaca el patriotism­o de los que marcharon en 1965. Se pregunta “¿qué puede ser más americano que lo que pasó en este lugar?” y asegura que aquella lucha reflejaba la esencia de los valores americanos. “Selma nos enseña que EE.UU. no es el proyecto de una sola persona. Porque la palabra más poderosa de nuestra democracia es ‘nosotros’. ‘Nosotros el pueblo’, ‘nosotros venceremos’, ‘nosotros podemos’”.

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GERALD HERBERT / AP Obama, en el 50.º aniversari­o de la marcha por los derechos civiles

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