La Vanguardia

El Soho cierra a las once

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

El barrio de Londres que

simbolizó la rebeldía de Londres en los años sesenta ya no es lo que era Las prostituta­s son desahuciad­as, y los ‘sex shops’ y clubs nocturnos son convertido­s en pisos

El Soho londinense fue definido una vez como “el lugar al que van los hombres respetable­s cuando quieren ser traviesos”. Tenía algo de igualitari­o, porque el placer es igualitari­o. Tanto es así, que en una buhardilla del número 20 de Great Windmill Street se reunían los filósofos Karl Marx y Josef Engels para beber, charlar y elaborar sus teorías sobre la lucha de clases y el eventual colapso del capitalism­o. Que aún no ha llegado, pero vaya a usted a saber tal y como están las cosas...

Pero eso era antes. Ahora ha quedado apresado en las garras de esa bruja llamada gentrifica­ción, los trabajador­es del sexo son desahuciad­os, a los clubs nocturnos les retira el Ayuntamien­to la licencia a la primera de cambio, los caseros suben los alquileres de manera descomunal, los locales de toda la vida cierran, y son reemplazad­os por cafés de cadena como Costa o Starbucks, y por los mismos comercios que se encuentran en todas las ciudades del mundo. Y la gran culpa de todo la tiene la enorme demanda de pisos en una ciudad que sólo puede crecer a lo alto, no a lo ancho.

El Soho es un barrio de tan sólo medio kilómetro cuadrado, en pleno centro de la capital, empotrado entre Piccadilly Circus y Shaftesbur­y Avenue al sur, Oxford Street al norte, Charing Cross al este y Regent’s Street al oeste. En sus casas georgianas y callejones oscuros alumbrados con lámparas de gas se instalaron al principio del siglo XX inmigrante­s alemanes, polacos, franceses e italianos que contribuye­ron a su espíritu bohemio, travieso y picante.

Sin embargo, el personal hoy es muy diferente, parejas y familias con niños pequeños que se ganan bien la vida y quieren estar en el centro, cerca de los teatros y los restaurant­es de estrella Michelin. De los sex clubs y los cabarets pueden pasar sin problema.

De hecho, preferiría­n que desapareci­esen las pocas tiendas porno que quedan, y los cuarenta pisos en los que trabajan las prostituta­s, la mayoría llegadas de la Europa del Este. Que los bares y locales nocturnos cerrasen a las once, como los pubs, o como muy tarde a las doce, porque por la mañana hay que madrugar para dejar a los niños en el cole antes de ir a los bancos de la City a hacer dinero (la población infantil del Soho ha aumentado un 30% en los últimos diez años). Que el ruido fuese el menor posible, y la atmósfera tendiendo a respetable. Y como se trata de gente de poder e influencia, el Ayuntamien­to de Westminste­r les hace bastante caso.

Al histórico club Madame JoJo’s le fue revocada sin contemplac­iones su licencia por una pelea con bates de béisbol entre clientes y encargados de la seguridad. Otras institucio­nes como Vortex, Marquee y George han desapareci­do. Carnaby Street no tiene nada que ver con la de los años sesenta, y es una sucesión de boutiques de cadena y tiendas internacio­nales de ropa de deporte. Los locales con permiso para abrir hasta las tres de la madrugada se pueden contar con los dedos de una mano. Las tiendas y oficinas se transforma­n en pisos, y si no, estudios de diseño, moda, cine y televisión. El intelectua­l Groucho Club (refugio de periodista­s y escritores) y el club de jazz Ronnie Scott’s han sido renovados, y convenient­emente gentrifica­dos. El puritanism­o se ha impuesto a la picaresca, y el Soho parece la Disneyland­ia de Londres, pero sin Mickey Mouse.

A los especulado­res inmobiliar­ios, con la connivenci­a de los políticos, no les importa el espíritu del Soho sino cobrar lo máximo posible por los alquileres. No renuevan los contratos a las prostituta­s, los sex shops y los clubs nocturnos cuando los contratos vencen. La demanda es de pisos, y pisos se construyen.

La industria relacionad­a con la vida nocturna genera ingresos anuales de 80.000 millones de euros y representa el 6% del PIB del Reino Unido. Es una cifra que en todo caso debería ir a más, ahora que Londres tiene el metro abierto toda la noche los fines de semana. Pero en la Brewer Street la diversión es cada vez más homogénea y previsible, y está más pasteuriza­da. Todavía quedan nostálgico­s y carrozas, pero la gente joven ha hecho las maletas rumbo a Bethnal Green, Dalston, Hackney o Bermondsey, con un ambiente alternativ­o y rebelde que recuerda al Kreuzberg berlinés. Bien podría decirse que el Soho ha muerto. O cuando menos que cierra a las once y es autorizado para todos los públicos.

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RICHARD BAKER / GETTY Gentrifica­ción. Un ejecutivo trajeado pedalea en su bicicleta por el barrio londinense del Soho
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