El Soho cierra a las once
El barrio de Londres que
simbolizó la rebeldía de Londres en los años sesenta ya no es lo que era Las prostitutas son desahuciadas, y los ‘sex shops’ y clubs nocturnos son convertidos en pisos
El Soho londinense fue definido una vez como “el lugar al que van los hombres respetables cuando quieren ser traviesos”. Tenía algo de igualitario, porque el placer es igualitario. Tanto es así, que en una buhardilla del número 20 de Great Windmill Street se reunían los filósofos Karl Marx y Josef Engels para beber, charlar y elaborar sus teorías sobre la lucha de clases y el eventual colapso del capitalismo. Que aún no ha llegado, pero vaya a usted a saber tal y como están las cosas...
Pero eso era antes. Ahora ha quedado apresado en las garras de esa bruja llamada gentrificación, los trabajadores del sexo son desahuciados, a los clubs nocturnos les retira el Ayuntamiento la licencia a la primera de cambio, los caseros suben los alquileres de manera descomunal, los locales de toda la vida cierran, y son reemplazados por cafés de cadena como Costa o Starbucks, y por los mismos comercios que se encuentran en todas las ciudades del mundo. Y la gran culpa de todo la tiene la enorme demanda de pisos en una ciudad que sólo puede crecer a lo alto, no a lo ancho.
El Soho es un barrio de tan sólo medio kilómetro cuadrado, en pleno centro de la capital, empotrado entre Piccadilly Circus y Shaftesbury Avenue al sur, Oxford Street al norte, Charing Cross al este y Regent’s Street al oeste. En sus casas georgianas y callejones oscuros alumbrados con lámparas de gas se instalaron al principio del siglo XX inmigrantes alemanes, polacos, franceses e italianos que contribuyeron a su espíritu bohemio, travieso y picante.
Sin embargo, el personal hoy es muy diferente, parejas y familias con niños pequeños que se ganan bien la vida y quieren estar en el centro, cerca de los teatros y los restaurantes de estrella Michelin. De los sex clubs y los cabarets pueden pasar sin problema.
De hecho, preferirían que desapareciesen las pocas tiendas porno que quedan, y los cuarenta pisos en los que trabajan las prostitutas, la mayoría llegadas de la Europa del Este. Que los bares y locales nocturnos cerrasen a las once, como los pubs, o como muy tarde a las doce, porque por la mañana hay que madrugar para dejar a los niños en el cole antes de ir a los bancos de la City a hacer dinero (la población infantil del Soho ha aumentado un 30% en los últimos diez años). Que el ruido fuese el menor posible, y la atmósfera tendiendo a respetable. Y como se trata de gente de poder e influencia, el Ayuntamiento de Westminster les hace bastante caso.
Al histórico club Madame JoJo’s le fue revocada sin contemplaciones su licencia por una pelea con bates de béisbol entre clientes y encargados de la seguridad. Otras instituciones como Vortex, Marquee y George han desaparecido. Carnaby Street no tiene nada que ver con la de los años sesenta, y es una sucesión de boutiques de cadena y tiendas internacionales de ropa de deporte. Los locales con permiso para abrir hasta las tres de la madrugada se pueden contar con los dedos de una mano. Las tiendas y oficinas se transforman en pisos, y si no, estudios de diseño, moda, cine y televisión. El intelectual Groucho Club (refugio de periodistas y escritores) y el club de jazz Ronnie Scott’s han sido renovados, y convenientemente gentrificados. El puritanismo se ha impuesto a la picaresca, y el Soho parece la Disneylandia de Londres, pero sin Mickey Mouse.
A los especuladores inmobiliarios, con la connivencia de los políticos, no les importa el espíritu del Soho sino cobrar lo máximo posible por los alquileres. No renuevan los contratos a las prostitutas, los sex shops y los clubs nocturnos cuando los contratos vencen. La demanda es de pisos, y pisos se construyen.
La industria relacionada con la vida nocturna genera ingresos anuales de 80.000 millones de euros y representa el 6% del PIB del Reino Unido. Es una cifra que en todo caso debería ir a más, ahora que Londres tiene el metro abierto toda la noche los fines de semana. Pero en la Brewer Street la diversión es cada vez más homogénea y previsible, y está más pasteurizada. Todavía quedan nostálgicos y carrozas, pero la gente joven ha hecho las maletas rumbo a Bethnal Green, Dalston, Hackney o Bermondsey, con un ambiente alternativo y rebelde que recuerda al Kreuzberg berlinés. Bien podría decirse que el Soho ha muerto. O cuando menos que cierra a las once y es autorizado para todos los públicos.