La Vanguardia

Pecado original

A la criatura del álbum de Facebook le han tocado en suerte unos padres que la exhibirán en público sin medir las posibles consecuenc­ias

- Susana Quadrado

Hay algunos niños, no todos por suerte, que han nacido con dos pecados originales: el de todos nosotros y el de Facebook. El de todos nosotros: nacer, crecer, reproducir­nos (o no), envejecer y morir. Por el camino transita el largo aprendizaj­e que es la vida y las decisiones más o menos acertadas que la van configuran­do. Y el factor destino, claro, que siempre tiene algo que decir por mucho que a veces no encaje bien en el puzle.

Dos pecados originales, pues. Al primero, nada que objetar. Al segundo, sí. Se trata del pecado original de las redes sociales, o de internet si lo prefieren. Pobre niño, con menuda carga viene al mundo. Fue asomar su naricita en la ecografía, mover brazos y piernas, llevarse el dedo a la boca, y ya estaba la criatura colgada en Facebook para que lo admirara la familia y los amigos, faltaría. Y todos los seguidores. Y los seguidores de los seguidores. Y los seguidores de los seguidores de los seguidores. Y el vecino del cuarto, y la peluquera, y el claustro de profesores del cole, y el equipo entero de fútbol, y media humanidad a la que le importa, con perdón, un bledo si el niño se parece a su padre, a su madre o al butanero.

Lo peor es que nada es fruto del azar, que antes he llamado destino. Le viene de origen. Al angelito de la ecografía que todavía ni ha nacido –lo hará en unos meses, crecerá, se reproducir­á (o no) y morirá algún día–, le ha tocado en mala suerte unos padres que van a exhibirle en público desde el minuto cero de su existencia y hasta que la batería del móvil no pueda recargarse o caiga el wifi.

Ya se sabe que internet es ese territorio fabuloso porque nada se respeta en él. Carece de reglas gramatical­es, de normas de educación, de límites morales... Y de privacidad. Lo que crees privado puede llegar a ser tan público y notorio que te deje con el culo al aire. Puede volverse en tu contra en un futuro como el bumerán que lanzas en la playa y regresa solito para golpearte en toda la cabeza por idiota. Valga aquí una metáfora: los venenos que tardan en hacer efecto son los más peligrosos, pues cuando dan síntomas ya tienes el hígado destrozado. Hay quien dice que internet tiene algo de retrete público: lo suscribo.

Aun así es fabuloso. Eso lo suscribo a medias. Ya no podríamos imaginar la vida sin internet, y de un tiempo a esta parte tampoco sin compartir lo propio y lo ajeno. ¿Cómo daríamos, si no, publicidad y lustre a nuestra vanidad? Si eres un adulto, allá tú y tus actos, pero cuidado con los niños. Por supuesto que no hay mala fe en esos padres convertido­s en correspons­ales familiares: están felices por los primeros pasos de la criatura y quieren compartirl­o. Foto y a la nube. Porque chuta el balón casi como Messi. Foto y a la nube. Porque mira qué mona está con ese disfraz de gallina. Foto y a la nube. Porque ya ves qué gracia cuando hace el payaso. Foto y a la nube. Porque le han salido esos granitos de pubertad. Foto y a la nube. Porque qué guapa está la adolescent­e de la casa con ese vestido... A la nube. A la nube.

Hasta los anglicismo­s corren más que nuestras conciencia­s: del sharenting al oversharen­ting. ¿Paranoia? No creo. Antes de difundir la foto de un instante en la vida de su hijo, pregúntese si a usted le gustaría verla publicada en un diario.

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