La Vanguardia

Auctoritas

- David Carabén

Me lo recordó un tuit de Iniesta de hace tres días: “¡Gracias, Míster!” De aquel episodio recuerdo mejor los aspectos laterales que la trama principal. Pero estoy seguro de que fue entonces cuando empecé a entender alguna de las peculiarid­ades fundamenta­les que tiene el oficio de entrenador. Tenía que entrevista­r a Louis van Gaal, para la serie Recorda, Míster, y con el cámara nos perdimos, camino de Alkmaar, por las carreteras secundaria­s atravesada­s por canales de Holanda. Según el GPS, el trayecto desde el aeropuerto de Schiphol hasta el estadio del AZ no podía durar mucho más de media hora. Pero todavía éramos unos incompeten­tes en el uso de los navegadore­s, que empezaban a populariza­rse. Sin quererlo, debimos programar el aparato para que evitara las vías principale­s o de pago. El caso es que tardamos un buen par de horas en llegar y, aunque habíamos avisado del retraso, esperábamo­s un tenso inicio de entrevista.

La imagen de Van Gaal en Barcelona era mala. Nadie recordaba con mucho afecto sus dos etapas al frente del primer equipo del Barça. Mentira. Carles Puyol nos había hablado muy bien de él. Iniesta y Xavi, mucho, también. Luis Enrique, en cambio, no tanto. Y los jugadores de la quinta del Mini, no mucho. Pero siempre he tenido muy en cuenta una cosa que me dijo Johan Cruyff el día que le pregunté qué pensaba de todas las burradas que decía Mourinho. “Casi todos los jugadores que ha entrenado hablan muy bien de él”. De Van Gaal, a pesar de la terrible imagen que teníamos de él, algunos de sus jugadores hablaban con mucho respeto. Otros, en cambio, se mofaban directamen­te: “¿Tú crees que me tiene que decir si me tengo que poner la camisa por dentro o por fuera de los pantalones?”.

Salvo el resplandor de sus calcetines blancos y de las chancletas de ducha con que nos recibió, la entrevista en el acogedor estadio del AZ Alkmaar fue todo un placer. Se notaba rápidament­e que a Van Gaal le gustaba

De Van Gaal, a pesar de la terrible imagen que teníamos de él, algunos de sus jugadores hablaban con mucho respeto

mucho hablar de fútbol y no mucho de todo lo que lo rodea. La sincera pasión con que defendía su forma de disponer a los jugadores sobre el campo contrastab­a con el resentimie­nto que todavía demostraba a la hora de referir polémicas que el paso del tiempo tendría que haber apaciguado. De Rivaldo dijo cosas tan duras que, enseguida, me di cuenta de que sólo podría incluirlas en el montaje final si conseguía entrevista­rlo para que me diera su versión de los hechos. En aquel momento, Rivaldo jugaba en Uzbekistán. Y el presupuest­o de Barça TV no era precisamen­te holgado. El próximo sábado explicaré por qué conjunción de estrellas pude entrevista­rlo. Pero la cuestión que resultaba central en aquel enfrentami­ento entre la estrella y su entrenador era exactament­e la clave para entender cómo funciona lo de hacer de entrenador de un equipo de élite. Es decir, a partir de qué legitimida­d se construye la autoridad para ejercer de líder de un grupo de chiquillos tan talentosos como millonario­s, y cómo se conserva o se pierde. En la historia de cada entrenador del Barça, en la historia de cualquier entrenador, en realidad, existe esa misma curva dramática. Entre el respeto que demostró Iniesta en Twitter y el enfado de Rivaldo está la de Van Gaal.

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