La Vanguardia

NEGRO ES BLACK

- TERESA AMIGUET

En un mundo en el que el día menos pensado te podía caer una bomba atómica –o peor aún, de hidrógeno– sobre la cabeza no es extraño que la gente optase por la evasión, el escapismo, el entretenim­iento sin mayores pretension­es. No cabía pedir más. Los españoles empezaron 1966 bajo el síndrome del incidente de Palomares, el choque de dos aviones yanquis cargados de armamento nuclear. Así que por si la cosa no fuera a durar mucho, la juventud optaba por el guateque amenizado con música pop de letras livianas, que no ganarían el Nobel como las del Dylan que aquel año emprendió su World Tour, pero que sonaban ocurrentes. Black is black, el éxito internacio­nal de Los Bravos de ese año, ilustra a la perfección esa tendencia. Con una letra basada en juegos verbales en medio de unas leves penas de amor del protagonis­ta, lo importante era el envoltorio sonoro y rítmico. Con él la multitud bailó y cantó. Hasta en Norteaméri­ca.

Las familias también danzaban y danzaban en aquel melodioso 66. Lo hacía con singular desenvoltu­ra la prole de los Trapp, esa numerosa grey ataviada con pantalón corto que recorría alegrement­e las cumbres de los Alpes austríacos dirigidos por su particular flautista de Hamelín, la inquieta novicia María. Sonrisas y lágrimas se embolsó ese año cinco Oscar, que premiaban su calidez de comedia para todos los públicos, sin aristas. El mundo exterior era demasiado duro también en EE.UU. –remember Vietnam– de forma que las aventuras de los Trapp sorteando nazis a ritmo de do-re-mi resultaban un entrañable refugio.

En la pionera televisión española arrasaba también la evasión. 1966 trajo dos programas que iban a marcar época en sus respectivo­s géneros de entretenim­iento. Primero se estrenaron en febrero las Historias para no dormir de Chicho Ibáñez Serrador, genio catódico que nunca necesitarí­a de bombas ni guerras para perturbar el sueño nocturno de los españoles. No sólo era el director de la serie, sino también de los guiones, que firmaba con el seudónimo de Luis Peñafiel, y, por supuesto, el autor de esas deliciosam­ente sádicas introducci­ones a cada episodio que emulaban al admirado Hitchcock. La otra sensación televisiva arrancó en septiembre. El inicio del curso escolar se dulcificó con unos nuevos compañeros de merienda: Locomotoro, Valentina y el Capitán Tan. Los Chiripitif­láuticos. Venían con unos malos, malos, malos –los Hermanos Malasombra– que hacían honor al

black is black.

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Bob Dylan en plena forma antes del Nobel
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 ??  ?? Historias para no dormir de dos rombos bajo cuya sombra creció la camada de los fecundos y felices sesenta
Historias para no dormir de dos rombos bajo cuya sombra creció la camada de los fecundos y felices sesenta
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