La Vanguardia

Una iglesia indica el camino a los albergues municipale­s

El frío llena cada noche de personas sin techo la parroquia de Santa Anna en Barcelona

- DOMINGO MARCHENA CÉSAR RANGEL (FOTOS) Barcelona

Como decenas de noches anteriores desde hace seis meses, cuando se quedó en la calle, José Carlos, de 54 años, se prepara para dormir en el suelo. Pero esta vez el colchón, las mantas y las sábanas están impolutas y reposan sobre una moqueta, en una estancia con estufas que nunca se apagan. Cuando se despierte, lo primero que verá será la cúpula (o cimborrio) de la parroquia de Santa Anna de Barcelona, que se reconstruy­ó con ladrillos tras el incendio que la destruyó en 1936.

José Carlos ha dormido frente al altar mayor, en la nave central, del siglo XIII, aunque las partes más antiguas de esta joya –monumento nacional y bien de interés cultural– se remontan al siglo XII. Al lado de la capilla de la Purísima, entre una pila de agua bendita y un retrato de santa Teresa de Calcuta, han pasado la noche un ejemplar de pastor belga y un cruce de labrador y boxer.

“Se llaman Luna y Sara”, dice su propietari­o, Krasimir Komenov, otro de los 40 sintecho que duermen en la iglesia, un remanso de paz cerca de la plaza Catalunya. Este búlgaro, de 38 años, que lleva dos en Barcelona, inició una petición en Change.org para que el Ayuntamien­to construyer­a albergues con dependenci­as para las mascotas de los indigentes. Otras iniciativa­s parecidas han recogido ya casi 10.000 firmas.

El éxito de la medida explica por qué a pesar del frío muchos necesitado­s rechazan ir a los albergues. El de emergencia­s sociales tiene más de cien camas para estancias temporales. ¿Pero qué hacer si los usuarios no pueden llevar sus animales, sus trastos y sus carros atestados de chatarra? Este problema no existe en Santa Anna, que también fue monasterio, como delata su claustro, y que en los documentos más antiguos se cita como Domus Sancti Sepulcri Barchinone, la casa del santo sepulcro de Barcelona (en alusión a sus vínculos con Jerusalén).

La capilla del Santísimo, con arcos del siglo XV y un conjunto escultóric­o de Josep Llimona (1864-1934), se ha convertido en un centro de acogida, abierto las 24 horas, donde se puede conseguir ropa limpia, cenar, tomar un caldo o un café. La sacristía se ha transforma­do en una despensa, que también almacena pienso para perros. La sala capitular, con ventanas góticas y una pila bautismal regalo de Isabel II, alberga doce pulcras camas de campaña.

En otra parte del templo han dormido Isaac, de 46 años, y su perra, Ina, de raza pastor alemán y con una mirada digna de san Francisco de Asís. “Veo en los ojos de los perros la bondad de Dios”, dice la escritora Susanna Tamaro. La teniente de alcalde de Derechos Sociales, Laia Ortiz, ha

prometido que Barcelona, que ya ha iniciado un censo de los sintecho con perros o gatos, construirá un albergue para que en el futuro estas personas no tengan que elegir entre sus mascotas o una cama. “Mis perros son mi familia”, asegura Krasimir.

La primera noche, la del día 16, los doce colchones de la antesala del claustro fueron suficiente­s. Al día siguiente, también. Pero el miércoles apareciero­n más de 30 sintecho. Y el jueves, 60. El viernes, 80. Santa Anna movilizó a institucio­nes altruistas y al Ayuntamien­to para que acogieran a estas personas y la parroquia sólo refugie a quienes realmente no tenían ninguna otra opción. Desde entonces, 40 personas duermen aquí y lo seguirán haciendo hasta el 5 de febrero, en una medida planteada como una respuesta al frío. Ahora por la noche hay colchones por todo el templo, en la nave central, sobre los bancos...

Nadie se quiere colgar medallas, pero la idea fue del rector, mosén Peio Sánchez, después de una visita al padre Ángel, el de Mensajeros de la Paz, con las puertas de su templo –en la calle Hortaleza de Madrid– abiertas a todas horas. Aunque rechaza los focos, otra persona fue capital para el milagro de Santa Anna: Maria Victòria Molins, una mujer de 80 años que irradia luz y a quien Peio Sánchez le propuso imitar al padre Ángel y a otros revolucion­arios, como el papa Francisco, que también ha abierto iglesias en el Vaticano. Esta misionera y religiosa de la compañía de Santa Teresa de Jesús es doctora honoris causa por la Universita­t Ramon Llull y discípula de la añorada sor Genoveva Masip, consuelo de yonquis. Tiene infinidad de premios, como el Alfonso Carlos Comín o la Creu de Sant Jordi, pero el galardón que más la honra es el cariño de personas como Joaquín, que le dice cada dos por tres: “Te quiero muchísimo”.

“Y yo a ti, más”, responde Viqui, como todo el mundo la conoce. El andaluz Joaquín es uno de los cinco sintecho que duermen en la sala capitular desde el primer día, como el palestino Alí, el cubano Leandro, que huyó de su isla en una balsa, y los rumanos Gregori y Silvio. Ellos se ocupan cada mañana de recoger todo y dejar limpia la sala (“ni malos olores ni nada tirado por el suelo”, elogia Viqui). Silvio, además, adecenta los lavabos y ha recolocado la moqueta de los reclinator­ios de la capilla de la Virgen de Montserrat.

La mayoría de los 941 sintecho de Barcelona han preferido estos días la calle a los albergues, una situación que contrasta con la popularida­d de la parroquia de Santa Anna, cuyo ejemplo han seguido otras en el Maresme. Ello demuestra, dice Arrels Fundació, que deben destinarse más recursos contra el sinhogaris­mo y que debería haber más albergues en Ciutat Vella, el distrito con más personas que duermen en la calle.

Jesús dijo a uno de sus discípulos: “Tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia”. Pero la Iglesia también se cimenta sobre otras muchas rocas. Más de cien voluntario­s, repartidos en turnos que cubren las 24 horas, han permitido hacer realidad la apuesta de mosén Sánchez y de sor Viqui, hija de una familia acomodada de la Bonanova y que se define como “una monja del Raval, de la calle”. El miércoles por la noche, un indigente pidió desde la puerta de la sacristía –a esas horas un hervidero de voluntario­s preparando cenas y clasifican­do materiales– dos vasos. Sor Viqui, que estaba allí, se los entregó y se ganó una reprimenda de una voluntaria, que quizá no la reconoció y le recordó que estaban racionados.

Entre el alud de donaciones de dinero, alimentos y mantas, nadie cayó en la cuenta de la necesidad de cubiertos, platos y vasos de plástico. Pero Viqui, que agachó la mirada con humildad, no es un imán para los problemas, sino para las soluciones. Al día siguiente, una directiva de Caprabo que supo lo ocurrido la telefoneó: “¿Qué necesitas?”. Hoy habrá más envíos, pero una primera remesa de 8.000 vasos y servilleta­s de papel llegó ayer a Santa Anna, una iglesia que aplica a rajatabla el Evangelio de san Mateo: “Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibistei­s...”.

Arrels cree que el éxito de Santa Anna revela que se necesitan más refugios en Ciutat Vella

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Mi bolsa, mi cama, mi altar. José Carlos hojea un periódico mientras hace tiempo para acostarse, en la nave central del templo
 ?? CÉSAR RANGEL ?? el primer día: el andaluz Joaquín, el rumano Gregori, el balsero cubano Leandro y, agachados, el también rumano Silvio y el palestino Alí
CÉSAR RANGEL el primer día: el andaluz Joaquín, el rumano Gregori, el balsero cubano Leandro y, agachados, el también rumano Silvio y el palestino Alí
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CÉSAR RANGEL Rebaño de Dios. Arriba, dos perros junto a la capilla de la Purísima; abajo, sor Viqui Molins, con cinco personas que duermen en la sala capitular desde

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