Fábulas contemporáneas
FABULAR es algo natural en el hombre. La gente fabula para explicarse el mundo en que vive, para tranquilizarse ante lo que viene o incluso para afirmarse frente a los demás. Vargas Llosa escribió que la historia es una rama de la fabulación que pretende ser ciencia. Ciertamente, la historia incorpora elementos propios de la literatura, pero no pretende ser ficción, sino realidad inmutable. Sin embargo, la historia queda contaminada por personajes que declaran, proclaman o escriben cosas que les ha parecido ver, saber o entender. Muchas veces la historia es como una fotografía movida en la que podemos confundir personajes o paisajes. Por eso hay que manejarse por las cronologías sin prisas, con pausas, huyendo de los acelerones.
Acabamos de ser testigos de las fabulaciones del senador (y exjuez) Santi Vidal en sus adoctrinamientos en favor del proceso soberanista, que eran realismo mágico. No les había pasado por alto lo disparatado de sus discursos a las autoridades catalanas, pero no pusieron freno a una verborrea que oscilaba entre medias verdades y falsedades profundas. “Había que crear ilusión entre los independentistas y demostrar que se estaban haciendo cosas”, ha argumentado el exjuez, en una excusa tan ingenua como disparatada. La gente se lo pasaba en grande escuchando al orador que contaba que el Govern se había apoderado ilegalmente de los datos fiscales de los catalanes, que un Estado no europeo se había comprometido a hacer de banco tras la secesión, que había 400 millones para el referéndum y las estructuras de Estado camuflados en el presupuesto, que existía un acuerdo de Catalunya con la OTAN o que un país extranjero entrenaba en el contraespionaje a los Mossos. La gente aplaudía enfervorizada al escuchar a Vidal. Es lo que tienen los cuentos: son fáciles de entender y tienen un final feliz. Lo peor es que las fábulas cuentos son. Y ni la calabaza se convirtió nunca en carroza, ni Catalunya es el país de las maravillas.