Los temas del día
Las flamígeras declaraciones del senador por ERC Santiago Vidal, y el encuentro en la Casa Blanca entre Donald Trump y Theresa May.
SANTIAGO Vidal, senador por ERC, redactor del borrador de una futura Constitución catalana y, a raíz de esta tarea, inhabilitado como juez por el Consejo General del Poder Judicial, vivió ayer una jornada aciaga. El jueves se difundió a través de las redes el contenido de las charlas que en los últimos meses ha dado en distintas poblaciones catalanas. Charlas en las que, entre otras cosas, dijo que la Generalitat había obtenido de modo ilegal los datos fiscales de los catalanes. Esta y otras afirmaciones preocupantes del juez han desatado una tormenta política en Catalunya, cuya intensidad fue comparada por fuentes soberanistas con la registrada tras la confesión de Jordi Pujol sobre el capital que ocultó en Andorra.
Vidal intentó ayer quitar hierro a sus palabras. Afirmó que las había pronunciado en tono coloquial, tratando de ser didáctico, pero acto seguido las enmendó y admitió que, si se tomaban al pie de la letra, no se ajustaban a la realidad. Esta rectificación tuvo efectos limitados entre sus afines. ERC forzó la “renuncia voluntaria” de Vidal a su acta de senador, según hizo saber mediante un comunicado, sin que el líder republicano Oriol Junqueras creyera oportuno dar otras explicaciones. La Generalitat, a través de su portavoz Neus Munté, se apresuró a declarar que las palabras de Vidal eran “absolutamente falsas”. Los representantes de la oposición en el Parlament catalán emplearon distintos tonos, pero parecida severidad, para criticarlas. La ANC de Martorelles, que había convocado para ayer una nueva charla del juez, decidió a la vista de los hechos cancelarla. E incluso la CUP, de corazón desobediente y poco respetuoso con el marco legal, censuró a Vidal diciendo que “el rigor es absolutamente necesario” y que los asertos del ya exsenador hacían un flaco favor al proceso soberanista.
El de ayer, como decíamos, fue un día aciago para el juez Vidal. Sus excesos verbales le valieron una generalizada reprobación, que no sólo procedió del Estado, sino también de muchos de sus correligionarios, convencidos de que ha desacreditado la labor del Govern. Es comprensible que así fuera. La ligereza de Vidal colisiona frontalmente con la doctrina del Ejecutivo catalán, que hasta ahora ha enarbolado la bandera de la pulcritud jurídica en todo lo relativo al proceso secesionista. Y, aunque el afán último de Vidal fuera dar ánimos a los independentistas –cosa que ha hecho a menudo, y a veces con otras afirmaciones sorprendentes–, lo que al fin ha conseguido ha sido exactamente lo contrario.
Nadie eximirá al juez Vidal de sus responsabilidades, ni evitará que la Fiscalía indague en las presuntas irregularidades que atribuyó a la Generalitat. Pero es conveniente señalar que, además de un conferenciante desafortunado, Vidal es también un síntoma de la enrarecida situación política que vive nuestro país. Una situación en que, en ausencia de mayorías suficientes, buena parte del soberanismo alimenta un clima de fabulación colectiva. En que la ilusión y la emocionalidad se quieren imponer sobre la realidad y la racionalidad, alterando el relato de lo cotidiano, tanto entre los ciudadanos como en organizaciones de gobierno, políticas o sociales. En que se alarga un paréntesis excepcional y ya muy prolongado, y se presta más atención a la futura configuración de Catalunya que a los afanes del día a día. En que se producen demasiados episodios en la línea del protagonizado por el juez Vidal, que poco o nada aportan a la seriedad y la fiabilidad catalanas.