La Vanguardia

Por la boca muere el juez

- Toni Muñoz

Al ser suspendido como juez, Santiago Vidal se convirtió en el objeto de deseo de los partidos independen­tistas. Se le presentaba como víctima de una purga del poder judicial. Un mártir del proceso. Y todo por redactar un borrador de una Constituci­ón catalana en sus ratos libres y sin que nadie se lo pidiera. Su incontinen­cia verbal y su afán de protagonis­mo, sin embargo, le acabaron relegando al Senado, lejos de un puesto de peso en el gobierno de Junts pel Sí.

La mañana del 26 de febrero del 2015 Santi Vidal esperaba en los pasillos del Palacio de Justicia sabiendo que el Consejo del Poder Judicial le iba a suspender. El magistrado pasó las horas entrando y saliendo de su despacho en medio de una nube de cámaras. Vidal se exhibía cabizbajo en un impostado ejercicio de preocupaci­ón. “¿Ya me habéis grabado?, de acuerdo. Pues me vuelvo al despacho a ver si han tomado una decisión”, decía. Él, como buen conocedor de los medios, sabía que aquel teatrillo serviría para acentuar su condición de represalia­do por el poder judicial. El CGPJ le suspendió tres años por una “falta muy grave”. Vidal fue obligado a colgar la toga tras 25 años de carrera en los que ejerció primero de abogado laboralist­a y luego, ya dentro de la carrera judicial, como instructor en Arenys de Mar y en los juzgados penales de Sabadell y Barcelona. Hasta que aterrizó en la Audiencia de Barcelona en 1998 . En todos estos sitios siempre se mostró afable y extremadam­ente respetuoso con todo el mundo. Era un juez cercano que derrochaba una simpatía inusual en el serio y burocrátic­o mundo judicial. Esa sensibilid­ad le llevó a ser el primer juez que habilitó una sala de juegos en su despacho para interrogar a un menor y a dictar las primeras sentencias que reconocier­on el sexo femenino a una transexual. Una grave enfermedad le mantuvo de baja un largo periodo hasta que una vez recuperado, volvió con fuerza con un objetivo que cumplir: construir una república catalana. Aún como juez se expresaba sin ambages sobre esta cuestión. Acudía a los platós de televisión y a los estudios de radio pregonando que él, como juez, tenía el mismo derecho a la libertad de expresión que cualquier otro ciudadano. Y eso le acarreó problemas. Una noche, participan­do en una tertulia en RAC1, criticó abiertamen­te la lenta instrucció­n del caso Millet que dirigía su colega en la Audiencia Juli Solaz, al que bautizó como “el juez caracol”, lo que le valió una reprimenda del CGPJ. Sus proclamas en favor del soberanism­o llegaron a la cúspide cuando Vidal firmó, junto a 32 jueces más, un manifiesto en defensa de una consulta catalana. Luego ya vino la redacción de la Constituci­ón.

Su incontinen­cia verbal le volvió a jugar una mala pasada en las conferenci­as de la ANC, reveladas esta semana, que han puesto final a una breve carrera política. “Nos tenía acostumbra­dos a las salidas de tono, y pensábamos que no nos podía sorprender más, pero lo ha conseguido”, dijo ayer la asociación Jueces por la Democracia. /

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Vidal defendió que tenía derecho a la libertad de expresión como otro ciudadano
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