Con las manos en la masa
La alta sociedad de antaño consideraba poco elegante hablar de dinero, pero hoy todo el mundo lo hace
Mi marido conmigo nunca ha hablado de trabajo”, soltó Rosalía Iglesias y apostilló que siempre han tenido “una vida personal llena”. Curiosa definición de una convivencia que la frase identifica más con los huecos que con los relieves. Por su parte, Jesús Sepúlveda describió que “cada uno tenía su trabajo, recibía su dinero y teníamos total independencia en cuanto a gastos”, incidiendo en que tampoco era habitual hablar de esas menudencias con su pareja, de la que se supo que, entre otros dispendios, gastó dos mil euros en confeti para celebrar el cumpleaños de un hijo. ¡Menuda lluvia de papel! Por lo declarado ante el juez, se deduce que tanto Rosalía, esposa de Luis Bárcenas, como Jesús, exesposo de Ana Mato, habían hecho suya aquella norma de la alta sociedad de antaño que consideraba poco elegante hablar de dinero. Quizás por ansias de notoriedad, de glamur o de ignorancia, no entendieron a tiempo que si queda alguna reliquia de aquel sector, pertenece al mundo de ayer.
Los hechos se lo han demostrado como imputados que son de la trama Gürtel, que agrupa un plantel de arribistas de armas tomar. Y si estaban convencidos de que todavía queda impunidad, y algún resto pervive lamentablemente, es evidente que no ha sido a ellos a quien ha beneficiado. Por lo demás, hoy todo el mundo habla de dinero, por obligación, necesidad, supervivencia o codicia, pero especialmente porque es el motor del mundo. Y aunque haya muchas cosas en la vida más importantes, ¡cuestan tanto! (Groucho Marx) que parece inevitable contar billetes, como demostró aquel exdirigente del PP valenciano pillado con las manos en la masa dentro de un coche contabilizando hasta dos millones.
Las dos declaraciones citadas han coincidido con el informe de Transparencia Internacional que sitúa a España en el lugar 41 de la lista de percepción de corrupción mundial. Y aunque el índice le otorga la misma puntuación que el año anterior, la mejora en otros países le hace retroceder cinco puestos y distar todavía más de Dinamarca y Nueva Zelanda, considerados por sus ciudadanos como los estados más limpios. O menos contaminados por la voluntad de transgredir las normas de una conducta más honesta y menos chanchullera.
Pero aquí no acaban las cosas. Por corrupción hay que entender también otros comportamientos y actitudes. Que un exministro que, según el Consejo de Estado, mintió y tramó una justificación inaceptable a costa de 62 muertes en accidente aéreo pueda recuperar su plaza en un organismo público que además es el mismo que oficializó la denuncia también debería ser considerado corrupción. Como en la que pueda incurrir cualquier funcionario de cualquier nivel tras habérsele castigado por no hacer honor al privilegio que supone disponer en propiedad de una plaza pública. Para que luego critiquen las privatizaciones.