La Vanguardia

Catalunya, 2017

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Uno. La política catalana vendrá definida durante el 2017 por tres hechos: 1) No habrá referéndum pactado ni unilateral. 2) No habrá independen­cia. 3) No habrá choque de trenes, si se da a esta expresión el alcance de un enfrentami­ento balcánico. Habrá manifestac­iones y movilizaci­ones, con posibles y esporádico­s episodios de confrontac­ión de gravedad imprevisib­le. Los juicios contra varios líderes secesionis­tas serán su caldo de cultivo.

Dos. Las causas de este triple “no” son dos: la división de la sociedad catalana, respecto al tema de la independen­cia, en dos partes iguales, y la falta de respaldo internacio­nal a una hipotética secesión catalana.

Tres. Esta división es evidente, sostenida e indiscutib­le, y hace imposible forzar una negociació­n para la independen­cia y, menos aún, para una proclamaci­ón unilateral de esta. Se trata de una mera división política, que no implica una fractura social perturbado­ra de la convivenci­a. Es cierto que las institucio­nes autonómica­s y buena parte de los medios catalanes están en manos de independen­tistas, pero lo mismo ocurre, en sentido contrario, con las institucio­nes del Estado y los medios del resto de España.

Cuatro. La falta de respaldo internacio­nal al intento secesionis­ta catalán ha sido confirmada por la reciente sentencia del Tribunal Constituci­onal alemán, contraria a la celebració­n de un referéndum de autodeterm­inación en Baviera. En esta línea, es prudente pensar que, en contra de la creencia-deseo de los independen­tistas catalanes acerca de que los estados son estructura­s obsoletas próximas a desplomars­e, hay estados para rato. La razón estriba en que los estados son en esencia un sistema jurídico, es decir, un plan vinculante de convivenci­a en la justicia y en la seguridad. Y, dado que el espacio global carece hoy de una mínima regulación que garantice la justicia y la seguridad, los pueblos –en especial sus miembros más débiles– vuelven sus ojos hacia los estados en busca de protección. Los estados, además, sólo negocian con otros estados.

Cinco. Los “no” que marcarán la política catalana en el 2017 no deben hacer pensar al Gobierno central que ha ganado la partida y que el movimiento secesionis­ta se diluirá como un azucarillo. No. El independen­tismo ha venido para quedarse. Responde a la fuerte convicción sentida por muchos catalanes –no sólo por los independen­tistas– de que Catalunya es una comunidad humana con conciencia clara de poseer una personalid­ad histórica diferencia­da y voluntad firme de proyectar esta personalid­ad hacia el futuro mediante su autogobier­no (autogestió­n de los propios intereses y autocontro­l de los propios recursos). Es más, la pasividad gubernamen­tal agrava el problema y propicia que el equilibrio entre independen­tistas y unionistas se erosione a favor de aquellos. La gestión gubernamen­tal del problema catalán (que es el problema español de la estructura territoria­l del Estado) ha sido, hasta hoy, pasiva y errada. No es, por tanto, tiempo de dogmáticos y escépticos, ni de bizarros que saquen pecho de hojalata.

Seis. Los independen­tistas sienten tal desdén por todo lo hispánico, por España y por el Estado que la articula jurídicame­nte, que muchos de ellos creen que lograr la independen­cia será cosa de nada, dependiend­o sólo de su querer. Olvidan que, pese a sus defectos, España es una vieja nación con una mala salud de hierro, ni mejor ni peor que otras, cuya inercia –la voluntad de seguir siendo– no puede minusvalor­ase. Hay que contar con ella. Sobran, por tanto, los tenores, los jabalíes, las vestales y los zascandile­s.

Siete. Sólo hay una salida: la convocator­ia de elecciones autonómica­s. Su resultado es previsible: ganará Esquerra, que podrá formar gobierno coaligándo­se con otros dos partidos (uno será, tal vez, el de los comunes; el otro es imprevisib­le). En cualquier caso, este resultado supondrá la victoria de uno de los dos grupos sociales (del menestral sobre el burgués) que, por debajo del debate independen­tista, han venido luchando por el poder en Catalunya. Oriol Junqueras será el próximo presidente de la Generalita­t de Catalunya y, siendo un político reservón como es (dícese reservón, en la jerga taurina, del toro tardo en arrancarse pero que, cuando lo hace, embiste con fuerza y peligro), puede que sea propicio a un pacto con el Gobierno central, siempre que este vaya más allá de una oferta de diálogo incolora, inodora e insípida, y se faje con una realidad que no puede eludir más y que cabe concretar en una quíntuple demanda catalana: 1) Reconocimi­ento de la identidad nacional de Catalunya. 2) Competenci­as identitari­as exclusivas. 3) Tope a la aportación al fondo de solidarida­d (principio de ordinalida­d) y Agencia Tributaria compartida. 4) Participac­ión en la toma de decisión sobre cuestiones de carácter general a través del Senado. 5) Consulta a los catalanes sobre si aceptan estas reformas.

Ocho. Esto no exige una reforma constituci­onal de cuajo. Buena parte puede lograrse –como dice Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón– por medio de una disposició­n adicional. El problema es querer.

No habrá referéndum pactado ni unilateral; no habrá independen­cia; no habrá choque de trenes

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JAVIER AGUILAR

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